28A: la derrota de la hipérbole

Ocupa, felón, traidor, ilegítimo, traidor, manos manchadas de sangre, enemigo de España, bolivariano, golpista, terrorista, filoetarra… son algunas de las expresiones dedicadas a Pedro Sánchez por los tres partidos de derechas en los últimos meses. Este domingo los españoles han encargado formar gobierno al «felón» y le han entregado para hacerlo casi el mismo número de diputados a él solo que a las tres derechas.

El 28A ha sido sobre todo el triunfo de la resistencia y la estabilidad frente a la hipérbole y el bestialismo político. Los españoles han demostrado ser un pueblo con la suficiente madurez como para no tener que asustarles como a los niños con el coco o el hombre del saco, con discursos guerracivilistas de siglos pasados, agitando fantasmas vencidos cómo ETA, o exagerando con golpes de estado y traiciones.

Pedro Sánchez y el PSOE ha conseguido un triunfo incontestable basado en ser dique de contención ante una extrema derecha, que amenazaba con hacer tóxica la convivencia y radicalizar la política a niveles nunca vistos en nuestra democracia. Además los españoles han decidido darle varios caminos para formar gobierno restando poder de influencia al independentismo.

El éxito del PSOE es el éxito del sanchismo, un modo de entender la política basada en la resistencia y la supervivencia, cualidades imprescindibles en unos tiempos turbulentos y en permanente cambio. Hace solo dos años y medio abandonaba Ferraz expulsado por los suyos de la secretaría general y anoche devolvía la victoria a los socialistas 11 años después.

Los militantes socialistas han sido los que más claro han hablado en la noche electoral, «con Rivera, no», ha sido la frase más coreada en Ferraz. Sánchez tomaba nota del mensaje pero descartaba cordones sanitarios a ninguna fuerza política que respete la Constitución. Doce horas después de cerrar los colegios, el PSOE deja claro cuál será su preferencia. Un gobierno socialista en solitario, con Unidas Podemos como socio preferente, y apoyos puntuales.

Unidas Podemos mantiene su intención de formar un gobierno de coalición. Los de Pablo Iglesias han perdido la tercera posición, pero con una buena campaña han resistido y mantienen su poder de influencia y decisión. Los morados han mostrado su cara más moderada y responsable en campaña, por momentos han sido los que mayor responsabilidad y sentido de estado han demostrado.

Responsabilidad y sentido de estado deberán demostrar ahora las dos fuerzas de izquierdas, obligadas a entenderse y a colaborar. Con una participación histórica sería imperdonable que volviesen las luchas, las ambiciones y las divisiones de 2016. Los españoles quieres estabilidad y moderación, y socialistas y Podemos están obligados a dársela en un periodo en que en cuanto pasen las municipales y europeas habrá cuatro años sin citas electorales. Con retos transcendentes en el horizonte, la sentencia del Procés y la situación en Cataluña, un nuevo modelo de financiación autonómica, reducir la desigualdad con una fuerte agenda social, las pensiones, las incertidumbres económicas por las guerras comerciales y el Brexit, afrontarlo debe hacerse con un gobierno fuerte, con los mayores apoyos y la mayor tranquilidad posibles.

El otro gran vencedor de estas elecciones es Vox, es verdad que aspiraban a más, pero entrar con 24 diputados en el Parlamento es un síntoma de que algo grave está pasando en nuestra sociedad, como en la mayoría de los países europeos. Ahora hay cuatro años para demostrar si son flor de un día o se consolidan. Eso tendrá mucho que ver con no inflar sus propuestas trasnochadas, darles el tratamiento de partido residual que se han ganado y sobre todo que la derecha española haya aprendido la lección porque la victoria de la extrema derecha es haber contaminado el discurso de la derecha tradicional hasta fagocitarlo.

Esa es la principal razón de la debacle del PP. Pablo Casado erró la estrategia mimetizándose con la extrema derecha hasta el punto que el electorado no ha sabido distinguirlos. Casado decidió endurecer el discurso y el ideario del PP y se ha demostrado que fue un error. España no es un país de extremos y ha decidido enterrar para siempre el aznarismo que tanto daño ha hecho a este país. Si en Génova deciden ponerle la losa encima, podrán refundarse, si siguen echados al monte podrían caminar hacia su disolución. Casado cavó su propia tumba cuando abrió las puertas de su gobierno a Vox. Al revés, si hubiera descartado pacto alguno con la extrema derecha y deshechado sus apoyos, hubiera condenado a la irrelevancia a los de Abascal por inservibles, pero unió su llegada a la Moncloa a los ultras y ha sido su final. Movilizó como nunca al electorado de izquierda y le devoraron por la derecha.

El PP ha perdido toda su representación en Euskadi, ha sacado un diputado en Cataluña, ha perdido en feudos históricos como Valencia o Galicia. Ha perdido su carácter nacional y se ha desconectado de una ciudadanía que ha dejado de verles como parte de la solución, sino como un problema sin nada que aportar salvo banderas, mentiras y excusas.

Las grandes crisis pueden ser también grandes oportunidades. Quizás ha llegado el momento para que el PP afronte su propia transición, rompa con sus servidumbre y peajes del pasado y se convierta en la derecha moderna que España necesita. De lo contrario se irá disolviendo como un azucarillo en el café de la historia.

Ya Ciudadanos reivindica ese papel de líder de la oposición tras su ascenso en los comicios. La formación naranja tampoco ha visto cumplidas sus expectativas pero el hundimiento popular le entrega en bandeja la hegemonía de la derecha española que era otra de las batalla de éstas elecciones. Rivera también radicalizó su discurso y su indefinición le siguen penalizando cuando hace tan solo una año mostraba su perfil presidenciable. Ahora deberá volver a replantearse su estrategia, si mantener el tono duro y los cordones sanitarios a los socialistas o por el contrario muestra su perfil más colaborador en el nuevo tiempo que se abre. De acertar o no dependerá el futuro político de Ciudadanos y de Rivera. Si insiste en esa España uniforme y rígida, de banderas y 155, se equivocará como ha demostrado el ascenso de todos los nacionalismos periféricos.

Cataluña seguirá siendo la piedra en el zapato de la política española pero también las urnas han arrojado esperanza. ERC ha ganado con un PSC al alza, obligados también a entenderse si se quiere ofrecer una salida al problema catalán. La mejor noticia, que los catalanes pasan página de Puigdemont al que han condenado a la irrelevancia. Solo así Cataluña podrá pasar pagina y empezar a dibujar un nuevo horizonte. La sentencia del juicio del Procés, a la que seguirán unas casi seguras elecciones autonómicas, podrían alumbrar ese nuevo escenario que permita progresar hacia un nuevo entendimiento.

En Andalucía los socialistas se han sacado la espina de la victoria insuficiente del dos de diciembre y el gobierno de coalición de Juan Manuel Moreno sale tocado de las generales y en situación de extrema debilidad. Los socialistas andaluces llevan 24 diputados a Madrid y consiguen tantos votos como PP y Ciudadanos juntos y dos diputados más. Los naranjas dan el sorpasso a los populares mientras Vox resiste. Aunque el presidente andaluz no era casadista, el fiasco popular debilita un ejecutivo donde el vicepresidente gana ya en las urnas al presidente y donde la extrema derecha apretará con los presupuestos, conocedores de la relevancia de Andalucía en un momento en que los pronósticos no son buenos para el PP a la hora de mantener en mayo su poder autonómico.

Los españoles han hablado y han vuelto a demostrar que en los momentos claves no suelen equivocarse, en las encrucijadas históricas nunca fallan, han sufrido mucho para dar pasos atrás. Lo demostraron durante la transición y lo han vuelto a demostrar cuando ese tiempo agoniza y hay que relanzar ese proyecto con peligrosos enemigos dentro y fuera de nuestro país. Los españoles han vuelto a demostrar, acudiendo a las urnas como nunca en la historia, que el voto es el instrumento más poderoso que existe y que cuando este pueblo hace algo junto y unido es imparable. Ahora hace falta que los políticos aprendan esta lección para los próximos cuatro años y todos decidan trabajar juntos para avanzar y el que no quiera o no esté dispuesto, que se eche a un lado y al menos que no estorbe.

28A, la campaña de nuestras vidas

Yo era un niño cuando España recuperó las urnas y el color en 1977 tras cuarenta años negros, de horror e imposiciones, con la libertad secuestrada. Yo era un crío al que le llamaban la atención aquellos coches con altavoces, empapelados con los carteles de cada partido y que repartían mecheros, bolígrafos o pegatinas con siglas, que unas sonaban a nuevas, y otras recuperaban la visibilidad tras décadas de exilio y persecución.

Con diez años no era consciente de lo mucho que España se estaba jugando, pero, hasta un mocoso como yo, intuía que eran días especiales. El país se debatía entre el miedo del pasado y la esperanza del futuro. La ilusión y el temor se mezclaban en unas jornadas en que se estaba construyendo un nuevo país, que dejaba atrás la tiranía y abría la puerta a la democracia.

Democracia era la palabra de moda. Entre los sones del «Libertad sin ira», entre mítines multitudinarios con escenografías y palabras épicas, con políticos ideológicamente antagónicos pero que parecían hacer del respeto su única bandera, con la concordia imponiéndose al enfrentamiento, con adversarios pero sin rivales, este país decidía por primera vez su futuro desde el trauma del golpe de estado de 1936 y la Guerra Civil.

Los españoles decidieron empezar a caminar por una senda de moderación, respeto, negociación, consenso, diálogo, libertad y concordia. Es cierto que todavía había miedo, que los corsés del franquismo seguían apretando a una nueva sociedad que acababa de abrir los ojos al régimen de libertades y experimentaba con un sistema, que no era perfecto, pero suponía un antes y un después en la historia dramática de este país.

La ciudadanía española volvió a dar una lección. Una vez más, un pueblo al que nunca le han regalado nada, supo conquistar la esperanza y la libertad y empezó a dar los primeros paso de una recién nacida democracia.

La democracia se nos ha ido haciendo mayor, los corsés de tiempos pasados no han acabado de dejarla crecer como debían, los españoles y el mundo han evolucionado más rápidos que ella, el inmovilismo y la cobardía política han ido lastrándola para dar respuesta a los retos de un mundo que en 2019 se parece poco al de 1978. Los teléfonos móviles han sustituido a las cábinas, internet a las enciclopedias, la inmigración a la emigración, han caído muros y creado países, todo se ha globalizado y trasformado, desde el mercado laboral a las relaciones internacionales, y a nuestra democracia le ha ido costando cada vez más adaptarse a los nuevos tiempos. 42 años después de aquel 1977 volvemos a estar en la misma encrucijada. Volvemos a jugarnos el 28 de abril en la urnas, lo que nos jugamos aquel 15 de junio de hace más de cuatro décadas.

El auge de los populismos, del extremismo, del nacionalismo, del fantasma de un nuevo fascismo recorre Europa y las amenazas vuelven a ser peligrosas. Como en 1977, España decide en dos semanas que camino tomar. Si el de la estabilidad, la concordia, el diálogo y el consenso o el del enfrentamiento, el revanchismo, la intolerancia y la involución.

Si 1977 supuso la ruptura con el franquismo, un neofranquismo 2.0 resurge y amenaza con jugar el papel decisivo tras el 28 de abril que le arrebataron hace 42 años. Desaparecido el bipartidismo, con la sociedad más polarizada que nunca por las heridas de un crisis económica que ha hecho de la desigualdad su reino, y con el desafío independentista en Cataluña, el caldo de cultivo perfecto ha permitido emerger un fenómeno como Vox, que ahora amenaza todo lo conseguido durante cuarenta años.

Soluciones simples e imposibles a una situación extremadamente compleja, el uso de las mentiras y la desinformación a bordo de las nuevas redes sociales, la unidad sacrosanta de la patria frente a los nacionalismos periféricos, el miedo al diferente que reza a otro dios o nace en otras patrias, el enfrentamiento por razón de sexo o ideología, son los síntomas de un cáncer que amenaza con hacer metástasis en nuestra democracia.

Cuestiones que ya parecían superadas y aseguradas vuelven a estar en el aire. La igualdad entre hombres y mujeres, las redes públicas de seguridad como pensiones, sanidad o educación, los avances hacia un sistema equitativo de impuestos, la justicia social o la memoria.

El miedo ha enfermado nuestra sociedad. Miedo al que viene de fuera porque se quiere quedar con nuestro trabajo, miedo a las mujeres independientes que se quieren libres, iguales y seguras porque rompen los techos de cristal del patriarcado, miedo al que reza a otro dios o se acuesta o se casa con quien “no debe” porque lo prohíbe una moral retrógrada y primitiva. Miedo en definitiva a un futuro lleno de incertidumbres y dudas, que cambia y nos desafía a una velocidad desconocida en la historia de la humanidad.

Las banderas, que curiosamente no fueron problema en la transición, son ahora protagonistas de enfrentamiento a golpe de estelada y rojigualda. 1977 abrió la puerta de la democracia a los nacionalistas catalanes o vascos para que nadie se quedase fuera. En los años siguientes se construyó el proyecto modernizador y de descentralización clave para entender la España actual, la España de las autonomías que ha esculpido la mejor España de la historia.

Y es que eso es lo que nos jugamos el 28 de abril, la mejor España de la historia, amenazada por la irresponsabilidad de unos iluminados políticos catalanes que, cogiendo de rehenes a toda la sociedad de Cataluña, han antepuesto sus intereses personales al proyecto común de su pueblo. Justo todo lo contrario que hizo Josep Tarradellas cuando regresó a España apenas cuatro meses después de las primeras elecciones.

La mejor España de la historia amenazada también por los nostálgicos de los tiempos en blanco y negro que, dicen, han perdido los complejos cuando en realidad lo que han perdido es la vergüenza, porque vergonzoso era decir en el 77 cosas que sí se atreven a decir ahora. No creen en la diversidad y la pluralidad territorial que nos ha hecho convertirnos en uno de los mejores países del mundo y piden revertir todo aquello que nos ha hecho grandes de verdad. Proponen volver a la una, grande y libre. Justo todo los contrarío que hizo Adolfo Suárez hace 42 años, romper yugos y tirar las flechas.

Hasta volvemos a tener otro Adolfo Suárez, aunque esta vez no está en el centro, y en lugar del “puedo prometer y prometo”, compara el aborto con los neandertales que, dice, cortaban cabezas a los recién nacidos. Es el primer triunfo de la nueva ola ultra. La derecha de PP y Ciudadanos ha copiado discurso y agenda a la extrema derecha, porque como se demostró en Andalucía, su única posibilidad de llegar al poder es de su mano, lo que supone uno de los mayores riesgos que tiene nuestra democracia. De ahí cuestionar desde la violencia de género al estado del bienestar, pedir la inclusión como miembro de la familia a los concebidos no nacidos o pedir mano dura con los inmigrantes salvo que entreguen a sus hijos. La carrera está enloquecida para demostrar quien tiene menos complejos.

El otro gran riesgo es el independentismo catalán, qué ha protagonizado el mayor ataque a nuestra democracia desde el 23 de febrero de 1981. Aquella crisis de pandereta y tricornio de Tejero, la superamos a golpe de unidad y nos reforzó como nación. El referéndum del 1 de octubre y la DUI de días después nos ha roto, nos ha quebrado como país.

Y así, rotos, con independentistas y ultraderechistas realimentándose y pudiendo ser las fuerzas decisivas, España se cita con las urnas el 28 de abril. Con Unidas Podemos desangrándose en crisis internas que no conoció ni el viejo PCE, con el PSOE intentando recuperar la ilusión que ha dilapidado en gobiernos que defraudaron demasiadas veces, con PP y Ciudadanos al ritmo que marca la extrema derecha, en poco se parece el ambiente de ilusión y esperanza de aquel junio del 77 a la resignación y el miedo que rodea a este abril de 2019.

En una cosa si se parecen estas dos fechas, son elecciones decisivas, donde la participación es obligatoria y donde cada voto servirá para construir el futuro que queramos. Como en el 77, en el 2019 las urnas vuelven a ser el arma más poderosa para cerrar o abrir la puerta a los enemigos de las democracia, para construir una España que quiere seguir siendo cada día un país mejor, para, como hace 42 años, elegir un camino que solo permite ir hacia adelante. Votar vuelve a ser, varias generaciones después, un ejercicio de defensa propia. Como la de hace cuatro décadas para nuestros padres, esta es la campaña de nuestras vidas y que decidirá la de nuestros hijos.

Andalucía, cambio histórico, cambio histérico.

Juan Manuel Moreno disfruta hoy de la toma de posesión como presidente de Andalucía. Probablemente ni en el mejor de sus sueños en los últimos seis años habría imaginado un despertar como el de hoy. Con el peor resultado electoral de toda la historia de su partido y siendo el gran derrotado en porcentaje de votos en las elecciones del dos de diciembre, Juan Manuel Moreno ha escrito la página más destacada de la historia política de Andalucia en 36 años. Juan Manuel Moreno es el hombre que ha puesto el punto y final a casi cuatro décadas de socialismo en Andalucía y el protagonista de un cambio para la historia.

El nuevo presidente andaluz no ha abierto las puertas de la historia por méritos propios. Se lo debe a la irrupción de la extrema derecha por primera vez en un parlamento autonómico desde el final de la dictadura. Es Vox quien permite a Juan Manuel Moreno protagonizar un cambio histórico y el carácter de la formación ultraderechista amenaza desde el primer día con convertir ese cambio en histérico.

Vox será necesario para aprobar todas las decisiones del nuevo gobierno. Y la formación de Francisco Serrano no ha perdido ni un segundo en recordarlo desde la misma sesión de investidura. “El cambio ha sido posible gracias a nosotros”, repiten una y otra vez los ultraderechistas. Moreno gobernará con esa espada de Damocles sobre su cabeza.

Desde el PP insisten en que tienen un pacto de gobierno con Ciudadanos y un acuerdo de investidura con Vox. Sin embargo el socio de gobierno, Ciudadanos, no se siente concernido por el acuerdo con Vox. Todavía no ha tomado posesión Moreno y tanto la formación naranja como los ultraderechistas han amenazado con volver a las urnas.

Desde la salida de Blas Piñar del Congreso de los Diputados a mediados de los 80, la extrema derecha había sido un rincón residual para nostálgicos en la política española. Pero la brutal crisis de 2008, la globalización y un mundo en permanente evolución, que está dejando a mucha gente atrás e inoculando el cáncer de la desigualdad en nuestras sociedades, ha sido el queroseno que ha hecho despegar a Vox. Ya lo había hecho en Grecia con Amanecer Dorado, en Alemania o Francia con Alternativa por Alemania o los Le Pen. Ya había dado sus grandes zarpazos con el Brexit o Trump, y ahora con Bolsonaro en Brasil o Vox en Andalucia, confirman la derechización y radicalización a nivel planetario.

El miedo a un mundo abierto ha hecho que se pidan más muros. El miedo explica el éxito de estas formaciones de ultraderecha, también en Andalucía. El miedo al diferente, el miedo a las mujeres empoderadas, el miedo a un Andalucia orgullosa de si misma, el miedo a una educación libre, el miedo en definitiva a la libertad y la democracia por parte de aquellos que no entienden, ni están dispuestos a asumir los riesgos de un mundo cada vez más diverso, más mestizo, más global y más amplio, que no tiene nada que ver con todo lo conocido hasta la fecha y asusta al girar más rápido que nunca.

De este partido que cuestiona la existencia misma de las Comunidades Autónomas, las leyes de igualdad y de protección de las mujeres, que igualan todas las violencias para diluir conceptos como la violencia machista, que son partidarios de que las niñas vistan de rosa y los niños de azul, que rechazan por ideológicas las leyes LGTBI o de memoria histórica, que piden eliminar las señas de identidad de Andalucía como realidad nacional y que son partidarios de la educación segregada o de la expulsión de 52.000 inmigrantes irregulares, depende el futuro de Andalucía por mucho que PP y Ciudadanos se empeñen en desvincularse de esta fuerza de extrema derecha.

El PP ya ha asumido buena parte del discurso de Vox. No podían permitirse perder la oportunidad de no gobernar Andalucia tras décadas de fracasos. Pero desde hoy y durante todo el fin de semana en la convención de los populares en Madrid, tratarán de desmarcarse de la ultraderecha, porque son muchas las voces en el partido que no tienen clara la estrategia de Pablo Casado de hacer seguidismo de los de Abascal.

Más complicado lo tiene Juan Marín y Ciudadanos. Tras cuatro años siendo el báculo del PSOE en Andalucía, la expulsión de Susana Díaz de San Telmo les ha hecho entregarse en brazos de la ultraderecha en una operación muy arriesgada. Ciudadanos finalmente no presidirá el gobierno como pretendía, forma un pacto de perdedores que siempre criticó, se empareja con los extremistas y populistas con lo que deja en evidencia su discurso en Cataluña contra el independentismo o contra Sánchez a nivel estatal, y todo ello con unas elecciones autonómicas y municipales en cuatro meses y quien sabe si generales a la vuelta de la esquina.

Está claro que Juan Manuel Moreno pilotará un cambio histérico que tratará de conducir con políticas que unan a todas las derechas y logre un equilibrio en permanente riesgo. Esto puede comprometer los avances sociales de las últimas décadas. Eliminación del impuesto de sucesiones que beneficia al 0,7% de los andaluces más ricos que heredan más de un millón de euros y reduce los recursos para servicios públicos, acabar con las subastas de medicamentos que han quitado a las grandes farmacéuticas de su balance de beneficios cientos de millones de euros en estos años o potenciar la educación concertada e incluso segregada que devolverá privilegios perdidos a la Iglesia.

Moreno tendrá que decidir si pone en marcha un gobierno o una venganza, si hace suyos términos como cortijo, régimen o chiringuitos, que curiosamente se utilizan en Andalucía pero nunca en Castilla León, La Rioja o Murcia. Si sigue considerando enchufados a los 270.000 empleados públicos andaluces o constata que 95.000 maestros y 96.000 médicos y enfermeros son insuficientes para la mayor comunidad de España. Deberá valorar la utilidad de los 209 entes instrumentales, adelgazados su número en 160 durante la última década, y si la grasa de la tan cacareada administración paralela es de la mala, que tapona las arterias, o de la buena, que engrasa la maquinaria de la administración. El cambio no será fácil, pero los últimos discursos de Moreno en tono conciliador han sido positivos.

Al margen de los equilibrios histéricos que marcarán la legislatura, el cambio no hay duda, es histórico. Por primera vez no lleva el presidente de Andalucía que toma posesión el carnet del PSOE en el bolsillo. Los socialistas han perdido la Junta por incomparecencia. Siguen siendo el partido hegemónico, pero han perdido la condición que les aseguraba el gobierno todos estos años, ser el partido que mejor conocía Andalucía. El PSOE se ha desconectado de la realidad de esta tierra en los últimos años y ha desmotivado y quitado la ilusión a un electorado que se quedó en casa. Disputas internas, estrategias fallidas, sensación de fin de ciclo, parálisis de la acción de gobierno, personalismos exagerados, burocrátización y aburguesamiento, que ha llevado a la corrupción en la gestión por acción o por omisión y una situación nacional explosiva con el independentismo en Cataluña, formaron la tormenta perfecta para un vuelco histórico.

Ahora será la propia Susana Díaz y los socialistas los que decidan si Andalucía es Castilla La Mancha, y este paréntesis dura cuatro años, o es Madrid y la vuelta al gobierno va para largo. Para ello se deberá recomponer ese cordón umbilical que convertía al PSOE andaluz en el instrumento perfecto para el desarrollo de una tierra históricamente olvidada y que nunca ha sido Hamburgo, por mucho que algunos se agarren a las estadísticas macroeconómicas en una región que hace apenas treinta años tenia un tercio de analfabetismo, trabajaban poco más de un millón y medio de personas y exportaba por unos 1.000 millones de euros. Hoy es una de las comunidades con más titulados universitarios, aunque sigue liderando el ranking de fracaso escolar, tiene tres millones de afiliados a la Seguridad Social, aunque los datos de paro son insostenibles y exporta bienes por 31.000 millones de euros, aunque la industria sigue siendo su reto pendiente. Pero los amantes de las estadísticas se olvidan de que Andalucía es la comunidad que ha visto en estos años aumentar un 30 por ciento su población, mientras otros territorios, siempre mejor tratados desde Madrid, han tenido crecimientos irrisorios o incluso tienen que atender a menos población.

En definitiva, Andalucía abre un nuevo tiempo donde es necesario más que nunca el andalucismo humano de Blas Infante o el ingenio inagotable de Federico García Lorca. Y curiosamente desde San Telmo se olviden de buscar sus restos en cunetas ochenta años después de ser fusilados por pistoleros falangistas al considerar que nos enfrenta. Un cambio donde será necesaria la hondura de Maria Zambrano mientras se cuestiona el feminismo, donde habrá que tirar de la sensibilidad de Juan Ramón Jiménez mientras se hace bandera de la caza y la tauromaquia. Un cambio que debería tener la verdad de Machado y sin embargo reinan las fake news, el trazo de Picasso y se dibuja con brocha gorda, la delicadeza de Alberti o la musicalidad de Falla y viene envuelto en crispación y ruido.

Solo queda confiar en que el cambio sea a mejor, por Andalucía libre, España y la Humanidad. Y si no es así, los responsables que lo paguen.

Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar

Queridos Reyes Magos se que esta carta os llega muy justa, cuando ya estáis metidos en faena, pero si hay tiempo me gustaría que todavía dejaseis algunos regalos que se me había olvidado pedir.

Para toda esa gente que considera que 900 euros es un salario mínimo excesivo, me gustaría que les dejaseis este año doce mensualidades de 899 euros para ver cómo se apañaban. Bueno, dejadles también las dos pagas extras, aunque aquí en España ya no las cobra casi nadie.

A todos los que están cuestionando estos días las medidas de protección a las mujeres víctimas de violencia machista traerles muchas hijas. Para que aprecien lo que es tener el mejor regalo del mundo, aunque tengan que ir a buscarlas de noche porque les da miedo que las pase algo, que no dejen de asomarse por la ventana cuando salgan a correr y tarden un poco más de la cuenta, a pesar de que se enfaden cuando cobren un 30% menos que sus compañeros varones, aunque no comprendan por qué les cuesta más que a sus hermanos acceder al mercado laboral con mejores currículums, aunque no entiendan que les pregunten si piensan quedarse embarazadas en las entrevistas de trabajo o les contagien la incomodidad yendo con ellas por la calle ante algunos comentarios y miradas. A estos, muchas hijas.

A los que comparan la violencia contra las mujeres a la violencia ejercida contra los hombres… bueno a estos no les dejéis nada porque no lo van a saber apreciar, porque es imposible hacerles entender.

Para ese tercio de niños, que como habréis comprobado no os han podido escribir carta porque sus padres son trabajadores pobres y en riesgo de exclusión, no os vayáis sin dejar algo y que no se quede ninguno sin abrir un regalo. A los que ni siquiera pueden poner la calefacción, dejadles unas mantas calentitas, porque bajar la luz se que es imposible hasta para vosotros.

Para los tres millones doscientos mil parados traerles un trabajo. Pero un trabajo de los de verdad, de los de ocho horas cinco días a la semana. Estamos ya hartos de esos trabajos que ni Papa Noel, de dos horas, tres días a la semana y de contratos que empiezan el martes y terminan el jueves.

A los autónomos traerles por fin la cuota según ingresos. A los pensionistas una vejez próspera y tranquila. A los jueces inteligencia y acierto, y les perdonamos el carbón por lo de las hipotecas, ya que tienen en sus manos el futuro del país en el juicio del procés. A los votantes, sentido común, para evitar más Brexit, más Trump, más Bolsonaro y más Vox. Y a los que huyen de la guerra y el hambre una vía segura para que dejen de morir en el mar. Por cierto, para los que ven en un inmigrante o un refugiado una amenaza, traedles un año lejos de su familia y su casa, teniendo que buscarse la vida a miles de kilómetros.

Quería aprovechar también para pediros también algunos regalos para algunas personas concretas.

Para Pedro Sánchez no se os olvide dejarle mucha paciencia, algún apoyo para los presupuestos que parece que es lo que más ilusión le hace y un calendario grande por si tiene que poner fecha de elecciones. Dejarle también un uniforme de piloto que dicen que le gustan mucho los aviones.

A Pablo Casado traerle una bola anti estrés que anda muy crispado últimamente y ya dais en el clavo si le traéis una foto firmada de José María Aznar o el Aznar madelmán, con sus armas de destrucción masiva, sus féretros de Yak 42, sus abdominales y su acento tejano. Por casa de Aznar ni os paséis, con lo que trincó el hijo de las viviendas sociales que le malvendió la madre a su fondo buitre, tienen de todo.

A Albert Rivera si podéis traerle un traje de bombero, para que deje de jugar a pirómanos, y una brújula que marque siempre el rumbo correcto.

A Pablo Iglesias unos días en un balneario, no para que descanse tras el trajín de los dos nuevos miembros de su familia, sino para que reflexione, reformule su proyecto político, reconozca errores y decida si puede seguir siendo útil a la izquierda de este país o pasar página.

A Santiago Abascal… no, por ahí mejor no paséis, a ver si os ve a vosotros dos con pinta de inmigrantes y al otro negro y tenemos una tontería.

A Quim Torra me gustaría que le dejaseis libros y una cajita de esas de experiencias que le permita viajar por España para que se avergüence de sus pensamientos supremacistas y racistas. Os iba a pedir unas vitaminas pero no le hacen falta porque se ha tirado un año sin hacer nada, solo a golpe de estelada. Por cierto, no envolverle nada en papel amarillo que lo pone todo perdido.

Si de regreso a Oriente podéis hacer un desvío y pasar por Waterloo en Bélgica, dejad en casa de Puigdemont un Quimicefa, para que se entretenga y deje de envenenar la convivencia en Cataluña.

Si vais a pasar por Andalucía dejad en casa de Juan Manuel Moreno y Juan Marín un buen montón de sentido de estado y responsabilidad y llevaros todo lo que tengan de ambición y personalismos.

En la casa de Susana Díaz dejad una buena dosis de generosidad y humildad, para que no renuncie a evitar que Andalucía quede rendida a los caprichos de la ultraderecha y les arrebate la llave de la gobernabilidad con una abstención, cierto que difícil de explicar pero que la seguridad de las mujeres y el bienestar de todos los andaluces podrían justificar, para hacer presidente a Juan Marín de un gobierno de 47 diputados con el PP. No sería lógico abstenerse para que gobierne quien ha pedido más que tú, pero sí, en una situación excepcional como la presente, que lo haga quien más ha crecido y empezar a negociar entre constitucionalistas para restar influencia a la extrema derecha.

También me gustaría que este año os acordéis de los que están en prisión. A Bárcenas les podíais dejar una caja de pinturas de colores para que deje de hacer todo en negro. A Rato lo mejor es que le cambiéis todo lo que le llevéis por acciones de Bankia y preferentes. A los políticos independentistas presos unos prismáticos para mirar lejos y hacia delante, una constitución y un diccionario castellano-catalán para que comprueben que es más fácil y productivo entendernos que enfrentarnos.

Si me gustaría que al prior del Valle de los Caidos le llevéis una Biblia, porque dudo que la haya leído. Y dos cositas de última hora, a Trump que le dejéis su anhelado muro, pero para que no pueda salir. Y a la nueva ministra de familia de Brasil muchas camisetas rosas de niños y pantalones azules de chica.

Por cierto ya que volvéis con los camellos vacíos a ver si os podéis llevar el odio que empieza a rezumar por todos los rincones de este país, los extremismos y los nacionalismos, todas las banderas y símbolos que desunen en lugar de buscar armonía, la pobreza y la desigualdad, cancerígenas en nuestra sociedad, el egoísmo y la irresponsabilidad, el cortoplacismo y la ignorancia en que nos hemos instalado y la insensibilidad y la falta de empatía con el que sufre.

Para mi, solo dejadme seguir haciendo periodismo si Vox quiere.

2019, el año del juicio…¿final?

El año que acaba de empezar lo hace con más incertidumbres que certezas. ¿Podrá el gobierno aprobar sus presupuestos? ¿Se certificará el pacto con la extrema derecha en Andalucía para cerrar 36 años de gobiernos socialistas? ¿Habrá elecciones generales anticipadas? ¿Se llegará por fin a un acuerdo sobre el Brexit? Demasiadas preguntas por responder en un año que vendrá marcado por un juicio, el de los políticos independentistas encarcelados. Será probablemente la mayor prueba a la que se ha visto sometida la democracia española en casi cuarenta años, y ahora mismo es impredecible aventurar cómo saldrá de ella, pero todo apunta a que no será bien.

El juicio, si todo va como se espera comenzará en la segunda quincena de enero, y se prolongará durante varios meses en que la escalada de tensión a cuenta de Cataluña alcanzará picos superiores a octubre de 2017, con la declaración de independencia y la aplicación del articulo 155.

Finalmente se sentarán en el banquillo del Tribunal Supremo, doce líderes independentistas. Oriol Junqueras y la mayor parte del gobierno de la Generalitat que decretó la DUI y no huyeron al extranjero y los dos máximos responsables de la Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural. Será la constatación total del fracaso de judicializar un problema que debía haberse resuelto por la vía política, pero la irresponsabilidad, la inacción y el cálculo electoral lo han metido en un callejón cuya salida parece que solo será el desastre.

Las declaraciones de los procesados en las primeras sesiones del juicio por delitos tan graves como rebelión o sedición, volverán a exaltar el sentimiento independentista, enfriado y dividido en los últimos meses, pero que afronta el juicio como la prueba palmaria de la actuación de un estado no democrático y que ha optado por la represión y no por el diálogo. También serán días de exaltación entre los partidos nacionales de derechas, que afrontan el juicio con cierta sed de venganza tras la humillación del uno de octubre y con la sensación de poner en la maza de los jueces la victoria definitiva que aplaste al independentismo.

El juicio llega con la sensación de que tenemos a los políticos más irresponsables de nuestra historia en el peor momento, aunque a veces pienso en lo que hubieran sido los años 80, con más de 100 muertos en Euskadi, con un debate en el Congreso tirándose los trastos a la cabeza después de cada atentado o con una rueda de prensa del Casado o Rivera de turno después de cada crimen, y creo que podía haber sido peor.

Pero es cierto que el momento es dramático, con el independentismo deseando una condena dura, que ya han anunciado que no aceptarán, para volver a tirarse al monte, y las dos derechas, PP y Ciudadanos, y la extrema derecha de Vox pugnando por el discurso más incendiario y pidiendo el 155 más duro. Serán meses de juicio con un Puigdemont desatado en Waterloo y un Quim Torra disfrutando en Cataluña, con excusa para no preocuparse de los problemas reales de los catalanes y volcados en un procés que para ellos es su única posibilidad de supervivencia. Meses con Casado, Rivera y Abascal «on fire», pidiendo más y más dureza, más y más castigos ejemplares, más y más 155 con intervención de la televisión pública, de la educación, de los mossos y hasta del Tibidabo. Y en medio como rehenes 8 millones de catalanes y 47 millones de españoles que ahora mismo tenemos la sensación de que esto no puede acabar bien.

Serán meses duros para una gobierno clamando por un diálogo en un desierto de extremistas, radicales y pirómanos. Y sobre todo serán meses duros para un tribunal y una fiscalía convertidos a su pesar en protagonistas de la batalla política, y que parece con poca capacidad de maniobra tras los mensajes de WhatsApp del popular Ignacio Cosidó y una instrucción con demasiadas lagunas y vaivenes. Con órdenes de detención internacional de quita y pon, con desautorización de los delitos más graves de rebelión y sedición por parte de las justicias de Bélgica, Alemania o Reino Unido, con la sensación de que todo está escrito y la única salida es una condena dura porque todo lo demás sería para muchos ceder al chantaje de los independentistas.

Los términos rebelión y sedición se convertirán en las palabras del año. Está claro que en Cataluña, en septiembre y octubre de 2017 se violentaron leyes, el Estatuto de Autonomía y la Constitución y se desobedeció al Tribunal Constitucional. Los responsables deben pagar. Pero también es cierto que delitos como los que suponen hasta 30 años de prisión, tienen un componente de violencia que no existió esos días en Cataluña. Así lo han reconocido tribunales alemanes o belgas. Hubo más violencia en la vuelta de la final de la Copa Libertadores que en Cataluña, hubo más tensión en las vísperas del último Inter-Napoles que en las calles de Barcelona, hubo más desórdenes un sábado cualquiera en París que ante la Consejera de Economía de la Generalitat.

Salvo un trasplante de sentido común, impensable es estos momentos, la sentencia del juicio a los políticos independentistas tiene todas las papeletas de incendiar Cataluña y España, con llamas de proporciones desconocidas en nuestra historia reciente y con consecuencias imprevisibles. Además, esa sentencia se podría conocer en las cercanías de las elecciones autonómicas, municipales y europeas de mayo de este año, con lo que más madera al fuego en un clima preelectoral.

Será la gran cita del año a expensas de lo que pase con las elecciones generales. Pedro Sánchez quiere aguantar y agotar la legislatura pero todo apunta a que será difícil que no haya generales también en 2019. Sánchez se juega los presupuestos en enero, ante el bloqueo de la derecha, los independentistas catalanes son claves para sacarlos adelante. Siguen instalados en el no, pero se mueven, especialmente arrastrados por ERC, que saben que Sánchez es la única posibilidad de distensión y salida dialogada. Si Sánchez cae, la intervención de Cataluña y la suspensión del autogobierno será el eje de una campaña brutal prevía a unas generales con la nueva alianza de PP, Ciudadanos y Vox funcionando, salvo sorpresa, ya en Andalucía.

Una Andalucía que se convertirá en banco de pruebas de esas políticas de involución en materia de descentralización, servicios públicos, o leyes de igualdad que exigen desde la extrema derecha. Da la sensación de que si la crisis se llevó los derechos laborales e instaló la precariedad como modelo social, ahora en una segunda vuelta de tuerca serán las libertades y los logros de los últimos 40 años los que se someterán a una dieta de adelgazamiento como nuevo modelo político, pero eso sí, con toros y caza para todos.

Y llegará el 26 de mayo con elecciones autonómicas y municipales, con la triple alianza como propuesta de gestión y con elecciones europeas en el momento más convulso de la Unión en más de medio siglo. Con el antieuropeismo cabalgando con partidos como Vox, Alternativa por Alemania, el Frente Nacional, el Ukip, Amanecer Dorado, y golpeando con fuerza para desarmar el proyecto europeo de solidaridad, justicia social, y derechos humanos que tanto costó sacar adelante.

Estamos ante las elecciones europeas más importantes de la historia y a las que se podría llegar si haber logrado en marzo un acuerdo sobre el Brexit, que provocaría una salida por las bravas del Reino Unido de la Unión con consecuencias económicas y sociales que podrían ser catastróficas.

Los nubarrones con los que nace el año no pueden ser más oscuros. Discursos cada vez más xenófobos en materia de inmigración, más misóginos para neutralizar los avances en igualdad de los últimos tiempos, hasta el punto de criminalizar a las mujeres víctimas de abusos y blanquear a los agresores denunciados falsamente, muros más altos con retrocesos en materia de convivencia o tolerancia, sacrificios en materia de derechos humanos en beneficio de una mal entendida seguridad, una economía cada vez más salvaje convertida en trituradora de carne humana, más proteccionismo y menos libertad. La tormenta que se está formando parece tan fuerte que quizás, con que el año no sea tan malo como parece, nos conformaríamos.

2018: un año en el alambre

Ponemos el punto y final a 365 días en que los términos golpistas y fascistas han vuelto a tapar otros como precariedad, desigualdad o pobreza. Cataluña ha vuelto a ocupar buena parte de portadas en un año en que ha triunfado la primera moción de censura en democracia, la irrupción de la extrema derecha ha provocado un vuelco electoral histórico en Andalucía y se han vivido las primeras primarias en el PP para elegir presidente. Ha sido un año de muchas primeras veces pero desgraciadamente también de tragedias repetidas, en el Mediterráneo donde la desesperación ha seguido cobrándose vidas de refugiados e inmigrantes, o en demasiados hogares, casi medio centenar en que se ha vuelto a llorar por el asesinato de mujeres a manos de sus parejas.

2018 ha sido un año de sobresaltos, y el más inesperado el que acabó a primeros de junio con el gobierno de Mariano Rajoy y llevó al Palacio de la Moncloa al socialista Pedro Sánchez. Era la primera moción de censura que prosperaba en España desde el inicio de la democracia.

El caso de corrupción Gürtel había sobrevolado sobre los siete años de gobierno de Rajoy, desde aquel «Luis, se fuerte» hasta ver al presidente declarando como testigo en el juicio contra la red de corrupción. La sentencia, condenando a título lucrativo al PP y dudando de la veracidad del propio testimonio del presidente, dejaba a Rajoy en la lona.

Rajoy, que había aprobado apenas una semana antes los Presupuestos Generales del Estado con el apoyo del PNV, se vio abandonado por los nacionalistas vascos, claves para que la moción prosperara. Incluso Ciudadanos, el único grupo que finalmente no votó en su contra, pidió la cabeza del presidente en forma de adelanto electoral. Rajoy se negó y Pedro Sánchez se convirtió en el séptimo presidente del gobierno de la democracia, demostrando una vez más su capacidad de resurrección.

Sánchez comprobó rápido que no iba a tener una presidencia tranquila y tras nombrar un gobierno deslumbrante, con profesionales de reconocido prestigio, expertos en las distintas áreas y políticos experimentados, recibido con enorme aceptación entre la ciudadanía, comenzó la cacería de una derecha que no ha aceptado la pérdida del gobierno y que no concedió ni los 100 días de cortesía.

Menos de una semana tardó en caer el primer ministro, el responsable de cultura Maxim Huerta, por sus problemas con Hacienda, al litigar por algo más de 200.000€ en sus declaraciones de impuestos cuando era presentador de televisión. La ministra de sanidad, Carmen Montón, caía por plagiar su tesis doctoral tras resistir las acusaciones sobre su máster en la Universidad Rey Juan Carlos. Universidad que favoreció los estudios a numerosos políticos, por lo que también cayó la presidenta madrileña Cristina Cifuentes. La sombra de la duda persigue los estudios del nuevo presidente del PP, Pablo Casado, e incluso Pedro Sánchez tenía que hacer pública su tesis y someterla a todos los programas antiplagio en vigor.

Todo ello muestra la extrema debilidad del ejecutivo, apoyado únicamente por los 84 diputados del PSOE. Las derechas, con una oposición feroz, tratan de desgastar al gobierno reprochándole los apoyos de los independentistas catalanes para su llegada a la Moncloa.

Y es que la tensión en Cataluña ha vuelto a ser el tema del año, con episodios tan esperpénticos como la guerra de los lazos amarillos, el símbolo de los presos independentistas en prisión que han enfrentado a partidarios y detractores de la independencia, poniéndolos y quitándolos en los espacios públicos de Cataluña.

El año después del 1 de octubre y la Declaración Unilateral de Independencia, empezaba con las investiduras frustradas de Puigdemont o Turull y la llegada de un friki supremacista, Quim Torra, a la presidencia de la Generalitat. Nunca el gobierno de Cataluña podía caer más bajo. Torra ha sido una nulidad en gestión, incapaz de sacar una sola ley en el Parlament, ha sido una máquina enloquecida de generar tensión. Marioneta de Puigdemont, es el expresident desde Waterloo, el que sigue alentando el procés, con el único interés de garantizar su supervivencia. Ha quitado de en medio a cualquier persona sensata en su partido, como Marta Pascal, clave para el triunfo de la moción de censura a Rajoy, que no quería apoyar Puigdemont desde Bruselas. La antigua convergencia, hoy PDeCat va camino de desintegrarse en una nueva Crida sin rumbo ni ideas.

2018 ha sido el año de la división del nacionalismo. Con Puigdemont huido y Junqueras en prisión, PDeCat y ERC están más alejadas que nunca y solo los presos actúan de pegamento en un bloque independentista en descomposición. Quien nos iba a decir que los pocos gramos de sensatez que quedan en Cataluña los iban a demostrar desde ERC, los únicos que han entendido que la vía unilateral no conduce a ningún lado y están más receptivos a la distensión y el diálogo propuesto por el nuevo gobierno para buscar una salida en Cataluña que no acabe en desastre, y que permanentemente boicotea Quim Torra, que un día se reúne con Sánchez para retomar el diálogo entre instituciones y al siguiente le lanza un ultimátum.

La división también se ha instalado en el bloque constitucionalista. PP y Ciudadanos han radicalizado su discurso y su propuesta para Cataluña se ha limitado a la aplicación de un artículo 155 duro y perpetuo. Ciudadanos busca rentabilidad electoral, el PP venganza tras la moción de censura. Y en medio el PSOE proponiendo diálogo en una Cataluña donde Torra se entrega a los CDR, que cortan carreteras y se enfrentan a los Mossos, lo que las derechas aprovechan para endurecer aún más su discurso e incendiar políticamente España.

En este ambiente, 2018 ha sido el año en que España ha dejado de ser la excepción europea donde no había enraizado la semilla de la ultraderecha. La aparición de un partido extremista, racista, misógino y xenófobo se ha consumado con la llegada de Vox al Parlamento de Andalucía con 12 diputados, y ser además la llave para acabar con 36 años de gobiernos socialistas.

En Andalucía el pasado 2 de diciembre se produjo la tormenta perfecta (hartazgo, desafección, corrupción, mal cálculo de los tiempos, turbulencias nacionales) y la alta abstención de votantes de izquierda ha provocado uno de los mayores terremotos políticos de la historia reciente. Los 50 escaños de PSOE y Adelante Andalucía no son suficientes para gobernar. PP y Ciudadanos con 47 tampoco llegan. Son los 12 diputados de Vox quienes tienen la llave de la gobernabilidad. Las dos fuerzas de la derechas ya la misma noche electoral dejaron claro que España en esto también es diferente, y lejos de cordones sanitarios como en las democracias occidentales consolidadas, populares y naranjas se van a poner en manos de Vox para formar gobierno en las próximas semanas y gobernar por primera vez Andalucía.

La coalición PP, Ciudadanos y Vox puede convertirse en una fórmula política estable para un 2019 que es año electoral. Los de Pablo Casado ya se han entregado con euforia a sus nuevos aliados. De momento muestra más reticencias el partido de Albert Rivera, al que éste pacto con la ultraderecha deslegitima por completo su discurso en Cataluña y empaña su papel de partido moderado en el resto del país.

Pero Vox ya ha conseguido endurecer el discurso de las otras dos fuerzas de derechas en asuntos como la unidad de España, la inmigración, la protección de las mujeres, la memoria histórica, los impuestos, los servicios públicos, el Estado Autonómico o las tradiciones como la tauromaquia o la caza. Las consecuencias ahora mismo son impredecibles en un país cada vez más polarizado y crispado.

2018 ha sido el año de la resurrección de Aznar. A sus pechos se han criado Abascal, el líder de Vox, y Casado, el nuevo presidente popular, y de él es admirador Albert Rivera. El aznarismo ha vuelto y lo ha hecho de la mano de Pablo Casado, el hombre que aunque perdió las primarias del PP entre la militancia a manos de Soraya Sáenz de Santamaría, ganó el congreso para liderar un partido que dice volver a sus valores y principios, como si Rajoy hubiese sido una circunstancia sobrevenida, y ha endurecido el discurso para intentar frenar la sangría de votos a Vox. Una estrategia que habrá que comprobar su éxito en el año que comienza mañana. De momento en Andalucía fue el partido que en porcentaje más votos perdió, aunque curiosamente podría gobernar si se confirma el pacto con la ultraderecha.

Este año tampoco han faltado los clásicos. La precariedad sigue dominando el mercado laboral y la corrupción. A la sentencia Gurtel se ha unido el juicio de los ERE, visto para sentencia, la nuevas pruebas en casos en investigación como Púnica o la financiación irregular del PP, la condena por la venta de viviendas sociales a fondos buitres, las revelaciones de Villarejo que están poniendo en jaque a todas las instituciones. A la policía, utilizada políticamente para robar pruebas de casos de corrupción por el gobierno Rajoy, la jefatura del estado, con las grabaciones de Corinna sobre el Rey Juan Carlos, y el gobierno, con la sobremesa de la ministra Delgado. La justicia también ha visto mermado su prestigio con la sentencia de las hipotecas, de nuevo al servicios de los bancos, y la renovación frustrada del CGPJ, tras el mensaje del portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, de seguir controlando a jueces como Marchena, que renunció a presidir el poder judicial y juzgará ahora a los políticos independentistas. Todo muy ejemplar.

El año también tiene alguna buena noticia, se ha producido la mayor subida del SMI en el periodo constitucional y las pensiones se han vuelto a revalorizar con el IPC. Precisamente los pensionistas han sido los protagonistas del año con sus movilizaciones y dignidad en las calles en defensa del sistema público de pensiones. Las mujeres y su lucha por la igualdad han sido el titular más positivo del 2018 con una movilización histórica el último 8 de marzo y la constatación de que la transformación del mundo vendrá a través del feminismo. La sombra, las dudas sembradas desde la ultraderecha, que han empezado a calar en ciertos sectores conservadores, sobre las denuncias en torno a la violencia machista, donde se empieza a criminalizar a la víctima y humanizar al agresor, algo muy preocupante. Y en un año récord en la llegada de inmigrantes, 56.000 personas han llegado a nuestras costas huyendo de la guerra y el hambre tras el cierre de otras vías de salida, los barcos de OpenArms como el Astral o buques como el Aquiarius han puesto la responsabilidad y la humanidad en un Mediterráneo que sigue convertido en una gigantesca fosa común, mientras los discursos xenófobos y racistas se multiplican dentro y fuera de nuestras fronteras.

En el extranjero 2018 acaba con EEUU paralizado por los delirios de Trump, con miles de personas en la frontera con México donde dos niños ya han perdido la vida, con Salvini convirtiendo a Italia en el epicentro de la indignidad, con Siria y Yemen cerrando otro año de guerra, con Arabia Saudí e Israel riéndose de la comunidad internacional, con el último tsunami barriendo Indonesia, con la penúltima hambruna y epidemia de ébola en Africa, con Venezuela en catástrofe humanitaria, con Bolsonaro esperando a gobernar Brasil y Argentina en bancarrota. Vamos, un año tan malo que hasta Kim Jong-un ha parecido el más normal.

Golpistas

Golpista, es el término que se ha convertido en el insulto de moda, desde hace hoy justo un año, en la política española. Hoy se cumplen 365 días desde que el Parlamento de Cataluña proclamó la Declaración Unilateral de Independencia, casi 9.000 horas de la aplicación del artículo 155 que suspendía el autogobierno, mas de 50.000 segundos del mayor disparate de la política española en casi 40 años.

Y un año después seguimos instalados en ese disparate. En Cataluña preside la Generalitat un friki, porque no encontraron a otro, y los responsables de la DUI están en la cárcel o huidos al extranjero. En Madrid, la corrupción provocó un cambio de gobierno, la izquierda sustituyó a la derecha en el poder, y los constitucionalistas que apelaban a la responsabilidad hace un año para aplicar juntos una medida inédita en democracia, ahora se cruzan insultos. Los que perdieron el gobierno y ahora son oposición, llaman golpistas a los que pidieron lealtad siendo oposición y hoy son gobierno.

Un año después entre los independentistas cunde la frustración. Torra y compañía han sido abucheados por los suyos, mientras el bloque se divide entre los caprichos de Puigdemont y las divergencias con ERC. Solo los presos, todavía en prisión preventiva y ya a espera de juicio, sirven de pegamento a un bloque separatista en descomposición. Solo una condena judicial severa podría recomponer un frente que un año después está más debilitado que nunca.

En Madrid las cosas no andan mucho mejor. La moción de censura se llevó por delante la unidad que era tan importante entre los constitucionalistas. El PP que demandaba responsabilidad, hoy llama golpista al presidente del gobierno por su nueva política de alianzas, mientras Ciudadanos, que se veía en Moncloa gracias al conflicto en Cataluña, trata de recuperar posiciones en un clima de enorme crispación. PP y Ciudadanos pelean por el discurso más duro con el fantasma de Vox en la nuca, mientras la debilidad parlamentaria lastra a un gobierno que depende de la responsabilidad de unos socios no siempre de fiar.

En este ambiente ha hecho furor el término golpista como descalificación política. En un país donde un golpe de estado provocó el mayor drama de su historia en el 36, y cuando todavía está fresco en la memoria el recuerdo del golpista Tejero entrando pistola en mano en Las Cortes, se está frivolizando con un término que habría que usar con tremendo cuidado. Igual sucede con el independentismo, agarrado a sus presos políticos como argumentario político, mientras se remueven en sus tumbas los cientos de miles de presos políticos de verdad que murieron en cárceles o en exilios reales durante la dictadura. En España ni hay presos políticos, ni se produjo un golpe de estado hace un año.

Nadie que estuviese en Cataluña en octubre pasado, puede afirmar sin avergonzarse, que allí se produjo una rebelión. Allí no vimos tanque alguno, ni una sola arma, solo toneladas de irresponsabilidad política, no hubo violencia, sino mentiras. Aunque algún dirigente político ha dicho en las últimas horas que “desgraciadamente” los golpes de estado ya no se dan con tanques, sino en los parlamentos, en los parlamentos democráticos se hace política, a veces buena y a veces mala, y la política nunca puede ser una rebelión cuando se practica con la palabra y no con pistolas. Yo no vi grupos violentos ni armados por las calles de Barcelona, sino muchos pakistaníes vendiendo botes de cerveza o banderas esteladas como souvenirs. No vi escaramuzas ni enfrentamientos, solo miles de personas en la Plaza San Jaume celebrando una farsa, una ilusión. No vi convoyes militares recorriendo avenidas, sino riadas de gente que se debatían entre la esperanza de un tiempo nuevo y la consumación de un fracaso. No vi nada parecido al golpe de Videla en Argentina, ni al de Pinochet en Chile, ni siquiera a la revolución de los claveles portuguesa, o las asonadas militares recientes en países como Tailandia. Ni siquiera es comparable a lo que se vivió en esas mismas calles en los años 30 por una deslealtad política similar.

Por ello calificar de golpe de estado lo sucedido hace un año en Cataluña es solo una irresponsable exageración, o una demencial estrategia política que solo busca el conflicto y no encontrar soluciones. Todavía seguimos sin entender que en Cataluña nadie va a vencer a nadie. Ni los dos millones de independentistas a los dos millones contrarios a la independencia, ni los que se consideran españoles a los que sólo se sienten catalanes. Por el camino del enfrentamiento pierden, perdemos todos, y hay quien todavía no se ha dado cuenta.

No son nuevas este tipo de exageraciones. Son habituales cuando el PP está en la oposición. Se produjeron a mediados de los 90 y tras el vuelco político del 11-M en 2004. Ahora no había un Francisco José Alcaraz al frente de las víctimas del terrorismo, y éstas se rebelaron ante el intento de Pablo Casado de utilizarlas en su estrategia de oposición al gobierno, y el nuevo líder de los populares ha encontrado en Cataluña su argumento para deslegitimar al ejecutivo, y a falta de muertos a cuya memoria traicionar como espetó Rajoy a Zapatero, pues ha tenido que responsabilizarle de lo que considera un golpe de estado por parte de aquellos cuyos votos necesita para mantener el poder. Votos que su partido aceptó para hacer presidenta del Congreso a Ana Pastor o para aprobar leyes como la reforma laboral. Además el PP en Cataluña, con solo 4 diputados, nada tiene que perder, con lo que como partido residual puede tirarse al monte.

Aquel 27 de octubre ¿se produjo una quiebra de la legalidad en Cataluña? es indudable, ¿se desobedecieron los mandatos del Tribunal Constitucional y a la propia Carta Magna? por supuesto que sí, y por ello tuvieron que huir Puigdemont y compañía, y Junqueras y parte del Govern están en prisión y van a ser juzgados por delitos como desobediencia, malversación o rebelión. No hay duda que la sociedad catalana se ha fracturado en este proceso y que hay problemas de convivencia, pero a pesar de esos episodios surrealistas como la guerra de los lazos amarillos, Cataluña no es el Ulster como algunos quieren vendernos, yo he visto más violencia en los alrededores de un campo de fútbol, más tensión en la puerta de una discoteca, que en las calles de Cataluña este año, donde lo habitual ha sido la normalidad, y lo excepcional los incidentes, completamente aislados. Sin embargo el debate está en torno a ese delito de rebelión, reservado hasta ahora a conspiraciones militares y violentas. Su recuperación no es más que la constatación del fracaso a la hora de afrontar la cuestión catalana durante un lustro, abandonada la política y dejando la responsabilidad a los jueces ante la falta de ideas de los gobiernos.

Pero si consideramos un golpe de estado, una rebelión, lo sucedido en Cataluña por desafiar el orden constitucional, habrá que considerar también un golpe de estado cuando no se respeta el artículo 47 de la Carta Magna y se venden a fondos buitres casas sociales cuando hay españoles que no tienen acceso a una vivienda digna y adecuada. Habrá que considerar golpistas a los que impiden que sea realidad el artículo 35 y los españoles tengan el derecho a trabajar y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades. Habrá que considerar golpistas a los que incumplen el artículo 50 que obliga a los poderes públicos a garantizar mediante pensiones adecuadas la suficiencia económica de la tercera edad. Habrá que considerar golpistas a quienes convierten en papel mojado el artículo 14 que dice que todos somos iguales ante la ley. Serán golpistas también los que gobiernan contra el artículo 40 que obliga a una distribución de la riqueza equitativa. Serán golpistas los que niegan tratamientos contra enfermedades como la hepatitis C y vulneran el artículo 41 que garantiza la asistencia y prestaciones suficientes en caso de necesidad. Serán golpistas los corruptos o los defraudadores que actúan contra el artículo 128 porque orientan la riqueza del país en beneficio propio en lugar del interés general. Serán golpistas todos los que conspiran para recentralizar el estado y desafiar el artículo 137 que organiza el país en Comunidades Autónomas con plena autonomía en la gestión de sus intereses. Serán golpistas los que bloquean la renovación de instituciones como el Tribunal Constitucional contraviniendo el artículo 159.

Hay demasiada gente en este país que cree que la Constitución empieza en el artículo uno y termina en el dos, y el resto sí puede ser papel mojado. Lo cierto es que mientras nuestros políticos se llaman golpistas se ha dejado de hablar de corrupción, de másteres y tesis, de privilegios, de hipotecas, de pobreza, de precariedad, de desigualdad. Y ahora todos conteniendo la respiración ante un juicio a los políticos independentistas que va a marcar el futuro de España. No son los políticos a los que votamos, sino los jueces, los que marcarán la política en los próximos meses constatando el mayor fracaso como país. Un juicio que los más radicales en Cataluña y Madrid están deseando que tenga condenas durísimas para poder volver al camino de la unilateralidad, del 155, del desafío, del enfrentamiento, del conflicto. Están deseando, no vaya a ser que se empiece a dialogar, esto se arregle y haya que empezar a trabajar por mejorar la vida de los ciudadanos.