2019, el año del juicio…¿final?

El año que acaba de empezar lo hace con más incertidumbres que certezas. ¿Podrá el gobierno aprobar sus presupuestos? ¿Se certificará el pacto con la extrema derecha en Andalucía para cerrar 36 años de gobiernos socialistas? ¿Habrá elecciones generales anticipadas? ¿Se llegará por fin a un acuerdo sobre el Brexit? Demasiadas preguntas por responder en un año que vendrá marcado por un juicio, el de los políticos independentistas encarcelados. Será probablemente la mayor prueba a la que se ha visto sometida la democracia española en casi cuarenta años, y ahora mismo es impredecible aventurar cómo saldrá de ella, pero todo apunta a que no será bien.

El juicio, si todo va como se espera comenzará en la segunda quincena de enero, y se prolongará durante varios meses en que la escalada de tensión a cuenta de Cataluña alcanzará picos superiores a octubre de 2017, con la declaración de independencia y la aplicación del articulo 155.

Finalmente se sentarán en el banquillo del Tribunal Supremo, doce líderes independentistas. Oriol Junqueras y la mayor parte del gobierno de la Generalitat que decretó la DUI y no huyeron al extranjero y los dos máximos responsables de la Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural. Será la constatación total del fracaso de judicializar un problema que debía haberse resuelto por la vía política, pero la irresponsabilidad, la inacción y el cálculo electoral lo han metido en un callejón cuya salida parece que solo será el desastre.

Las declaraciones de los procesados en las primeras sesiones del juicio por delitos tan graves como rebelión o sedición, volverán a exaltar el sentimiento independentista, enfriado y dividido en los últimos meses, pero que afronta el juicio como la prueba palmaria de la actuación de un estado no democrático y que ha optado por la represión y no por el diálogo. También serán días de exaltación entre los partidos nacionales de derechas, que afrontan el juicio con cierta sed de venganza tras la humillación del uno de octubre y con la sensación de poner en la maza de los jueces la victoria definitiva que aplaste al independentismo.

El juicio llega con la sensación de que tenemos a los políticos más irresponsables de nuestra historia en el peor momento, aunque a veces pienso en lo que hubieran sido los años 80, con más de 100 muertos en Euskadi, con un debate en el Congreso tirándose los trastos a la cabeza después de cada atentado o con una rueda de prensa del Casado o Rivera de turno después de cada crimen, y creo que podía haber sido peor.

Pero es cierto que el momento es dramático, con el independentismo deseando una condena dura, que ya han anunciado que no aceptarán, para volver a tirarse al monte, y las dos derechas, PP y Ciudadanos, y la extrema derecha de Vox pugnando por el discurso más incendiario y pidiendo el 155 más duro. Serán meses de juicio con un Puigdemont desatado en Waterloo y un Quim Torra disfrutando en Cataluña, con excusa para no preocuparse de los problemas reales de los catalanes y volcados en un procés que para ellos es su única posibilidad de supervivencia. Meses con Casado, Rivera y Abascal «on fire», pidiendo más y más dureza, más y más castigos ejemplares, más y más 155 con intervención de la televisión pública, de la educación, de los mossos y hasta del Tibidabo. Y en medio como rehenes 8 millones de catalanes y 47 millones de españoles que ahora mismo tenemos la sensación de que esto no puede acabar bien.

Serán meses duros para una gobierno clamando por un diálogo en un desierto de extremistas, radicales y pirómanos. Y sobre todo serán meses duros para un tribunal y una fiscalía convertidos a su pesar en protagonistas de la batalla política, y que parece con poca capacidad de maniobra tras los mensajes de WhatsApp del popular Ignacio Cosidó y una instrucción con demasiadas lagunas y vaivenes. Con órdenes de detención internacional de quita y pon, con desautorización de los delitos más graves de rebelión y sedición por parte de las justicias de Bélgica, Alemania o Reino Unido, con la sensación de que todo está escrito y la única salida es una condena dura porque todo lo demás sería para muchos ceder al chantaje de los independentistas.

Los términos rebelión y sedición se convertirán en las palabras del año. Está claro que en Cataluña, en septiembre y octubre de 2017 se violentaron leyes, el Estatuto de Autonomía y la Constitución y se desobedeció al Tribunal Constitucional. Los responsables deben pagar. Pero también es cierto que delitos como los que suponen hasta 30 años de prisión, tienen un componente de violencia que no existió esos días en Cataluña. Así lo han reconocido tribunales alemanes o belgas. Hubo más violencia en la vuelta de la final de la Copa Libertadores que en Cataluña, hubo más tensión en las vísperas del último Inter-Napoles que en las calles de Barcelona, hubo más desórdenes un sábado cualquiera en París que ante la Consejera de Economía de la Generalitat.

Salvo un trasplante de sentido común, impensable es estos momentos, la sentencia del juicio a los políticos independentistas tiene todas las papeletas de incendiar Cataluña y España, con llamas de proporciones desconocidas en nuestra historia reciente y con consecuencias imprevisibles. Además, esa sentencia se podría conocer en las cercanías de las elecciones autonómicas, municipales y europeas de mayo de este año, con lo que más madera al fuego en un clima preelectoral.

Será la gran cita del año a expensas de lo que pase con las elecciones generales. Pedro Sánchez quiere aguantar y agotar la legislatura pero todo apunta a que será difícil que no haya generales también en 2019. Sánchez se juega los presupuestos en enero, ante el bloqueo de la derecha, los independentistas catalanes son claves para sacarlos adelante. Siguen instalados en el no, pero se mueven, especialmente arrastrados por ERC, que saben que Sánchez es la única posibilidad de distensión y salida dialogada. Si Sánchez cae, la intervención de Cataluña y la suspensión del autogobierno será el eje de una campaña brutal prevía a unas generales con la nueva alianza de PP, Ciudadanos y Vox funcionando, salvo sorpresa, ya en Andalucía.

Una Andalucía que se convertirá en banco de pruebas de esas políticas de involución en materia de descentralización, servicios públicos, o leyes de igualdad que exigen desde la extrema derecha. Da la sensación de que si la crisis se llevó los derechos laborales e instaló la precariedad como modelo social, ahora en una segunda vuelta de tuerca serán las libertades y los logros de los últimos 40 años los que se someterán a una dieta de adelgazamiento como nuevo modelo político, pero eso sí, con toros y caza para todos.

Y llegará el 26 de mayo con elecciones autonómicas y municipales, con la triple alianza como propuesta de gestión y con elecciones europeas en el momento más convulso de la Unión en más de medio siglo. Con el antieuropeismo cabalgando con partidos como Vox, Alternativa por Alemania, el Frente Nacional, el Ukip, Amanecer Dorado, y golpeando con fuerza para desarmar el proyecto europeo de solidaridad, justicia social, y derechos humanos que tanto costó sacar adelante.

Estamos ante las elecciones europeas más importantes de la historia y a las que se podría llegar si haber logrado en marzo un acuerdo sobre el Brexit, que provocaría una salida por las bravas del Reino Unido de la Unión con consecuencias económicas y sociales que podrían ser catastróficas.

Los nubarrones con los que nace el año no pueden ser más oscuros. Discursos cada vez más xenófobos en materia de inmigración, más misóginos para neutralizar los avances en igualdad de los últimos tiempos, hasta el punto de criminalizar a las mujeres víctimas de abusos y blanquear a los agresores denunciados falsamente, muros más altos con retrocesos en materia de convivencia o tolerancia, sacrificios en materia de derechos humanos en beneficio de una mal entendida seguridad, una economía cada vez más salvaje convertida en trituradora de carne humana, más proteccionismo y menos libertad. La tormenta que se está formando parece tan fuerte que quizás, con que el año no sea tan malo como parece, nos conformaríamos.

Torra desencadenado

El presidente de la Generalitat Quim Torra se ha convertido en un desafío para las leyes de probabilidades. Aunque solo sea por azar un gobernante siempre tiene alguna posibilidad de acertar. Equivocarse siempre como le pasa a Torra lo convierte en un desafío hasta para las estadísticas.

El presidente de la Generalitat ha regresado al parlamento de Cataluña, cerrado durante casi tres meses por divergencias entre los independentistas, para lanzar un ultimátum al gobierno de Pedro Sánchez, para que ponga encima de la mesa una propuesta de referéndum de autodeterminación antes de noviembre si no quiere perder los apoyos parlamentarios de los nacionalistas catalanes en el Congreso de los Diputados.

Torra ha lanzado este ultimátum tras las conmemoraciones del primer aniversario del 1 de octubre. Un aniversario que empezó dando su apoyo a los Comités de Defensa de la República y terminó parando, hasta que no hubo más remedio, una carga de los Mossos contra los radicales que intentaban asaltar el Parlament.

Torra ha visto como por primera vez desde el inicio de este delirio denominado Procés, ha perdido el control de la calle. No pudo pronunciar el discurso que tenía preparado el lunes por la noche ante las puertas del Parlament, rodeado de las urnas usadas el 1 de octubre, por los abucheos y los gritos que pedían su dimisión y la de su conseller de interior Buch, tras las cargas del fin de semana contra los CDR que reventaban una manifestación de policías y guardias civiles de JUSAPOL, cuya fecha, también fue oportunamente elegida en estos tiempos en que abundan más los pirómanos que los bomberos.

Nunca antes desde el inicio del Procés, el gobierno de la Generalitat había sido el blanco de los independentistas más radicales. Un año después del referéndum y tras un aluvión de mentiras, la frustración parece hacer mella en aquellos a los que prometieron la República como la más bella quimera y solo ven enredo, parálisis y bloqueo.

Las asociaciones soberanistas como Omnium o la Asamblea Nacional Catalana ya dirigen su mirada a Torra como el responsable de no hacer efectiva la República. Al España no nos deja, se ha añadido el Torra no quiere, lo que es un salto cualitativo un año después de la DUI.

La fractura es evidente entre las fuerzas independentistas. Torra había consultado el aumento de la presión al gobierno central con sus socios de ERC, pero no habían acordado fecha alguna, por lo que la sorpresa fue evidente entre los republicanos cuando el president situó el ultimátum en noviembre.

Antes de esto, había sucedido algo muy significativo en la cámara catalana. El pleno había decidido no acatar la suspensión del Tribunal Supremo a los seis parlamentarios autonómicos procesados por rebelión, Puigdemont, Junqueras, Turull, Rull, Romeva y Sánchez. Pero al minuto siguiente aprobaba su sustitución, mantenían el acta pero delegaban sus funciones con el voto en contra de la CUP, en la enésima obra de teatro presenciada en Parlament, otra vez otro paripé. El expresidente Puigdemont además desde Bruselas filtraba a los suyos que él no piensa delegar nada, manteniendo un desafío que para el expresidente ya no es una cuestión política, sino de supervivencia, y que lastra a su partido y a Cataluña entera.

Torra lanzaba el ultimátum con la mayor división en años entre las filas independentistas. En el PDeCat cada vez más gente está harta de los caprichos de Puigdemont desde Waterloo. Las grietas entre los antiguos convergentes y ERC son más que evidentes, la imposibilidad de llegar a acuerdos ha mantenido casi 100 días cerrado el parlamento y ya hay voces que piden explorar un acuerdo de izquierdas con ERC, Podemos e incluso el PSC para sacar a Cataluña de la parálisis. Y la ruptura es total con la CUP, la única, que al no tener nada que perder, se mantiene fiel a los postulados de la unilateralidad y el conflicto abierto con el Estado.

Por todo esto Torra decidió dar un puntapié hacia adelante y plantear en un mes el ultimátum a Sànchez. Lo llamó ultimàtum, porque llamarlo «con Rajoy vivíamos mejor» sonaba feo. Torra añora esos días en que el president era una figura venerada y no abucheada, donde nadie le pedía dimisiones sino que le trataban como un mesías y en torno al cual todo el mundo cerraba filas y no se producían divisiones.

Torra ha llegado a ponerse en contra hasta a los Mossos, hartos de que aliente a los radicales para luego tener que enviarles a ellos a frenarlos, con dispositivos insuficientes y paralizado por el miedo y la incompetencia que se ha instalado en la presidencia de la Generalitat con Torra, que cuenta con un único aval, el de ser un hombre de Puigdemont.

Torra, rechazado por una masa independentista frustrada un año después, cuestionado dentro y fuera de su propio partido, incapaz de forjar acuerdos con unos socios de gobierno cada vez más divididos, y sin modelo alguno de gestión, ha decidido lanzarse a tumba abierta para relanzar un Procés que muestra sus primeros síntomas de agotamiento.

Su esperanza, la colaboración necesaria de PP y Ciudadanos para tumbar la voluntad de diálogo del nuevo gobierno y volver a los tiempos del 155, en que tan felices fueron esta generación de políticos independentistas, reforzados en su discurso victimista y represivo y sin necesidad de rendir cuentas de gestión alguna. Y sobre todo, pendientes del juicio a los presos independentistas, donde una condena por rebelión, obligaría a un adelanto electoral en Cataluña, donde la sentencia aglutinaría y obligaría a una candidatura separatista única, hoy por hoy imposible, con la que buscar una mayoría aún más amplia en el Parlament con la que resucitar la DUI y la República bajo el paraguas de la persecución judicial al independentismo y con los «mártires» condenados a 20 años, y la exaltación catalanista en máximos. A eso lo fía todo Torra.

Es el momento de la inteligencia y no de la sobreactuación, de la cabeza y no del corazón, de frenar impulsos y no exaltar sentimientos. El problema, que creo que hay demasiada gente que en realidad prefiere que nada se arregle, porque con un enemigo común se vive mejor

Una Diada contra Cataluña

Hace una década que los independentistas se adueñaron de la fiesta nacional de Cataluña, pero la de este año es especial. Es la primera Diada tras el referéndum del 1-O y la DUI del 27, la primera en democracia con políticos catalanes en prisión, y sobre todo la primera Diada en que los separatistas, sin complejos, se olvidan de Cataluña para poner en el centro de la fiesta una República que soló existió durante unos segundos en un día de octubre que fracturó definitivamente Cataluña y de la que renegaron hasta quienes la promovieron en sus declaraciones en el Tribunal Supremo.

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, por primera vez en la historia no ha llamado a los catalanes no independentistas a celebrar este 11 de septiembre. En la mente supremacista y limitada de Torra no son catalanes. Es su principal limitación para ocupar un cargo del que no es digno y desde el que ha convertido la fiesta de Cataluña, en una fiesta contra Cataluña, contra la mitad de sus ciudadanos.

Torra ha llamado al combate, a alzarse por la constitución efectiva y la defensa de la República. El president ha llegado a comparar este 2018 con 1714, una España con cuatro décadas de democracia con una España que se sorteaba entre dinastías extranjeras, una Cataluña con el mayor nivel de autogobierno de su historia con una Cataluña feudal y arcaica, unos catalanes cosmopolitas y formados con unos catalanes sometidos y sin esperanza. Es la visión sesgada y enferma del presidente por accidente en que se ha convertido Torra.

Pero eso siendo grave, no es el principal problema. La República, la independencia, ha dejado de ser una aspiración política, para convertirse en la marca comercial, en un modo de vida, en un instrumento de supervivencia para un grupo de políticos que lidera el expresidente Puigdemont, que nada tienen que aportar a Cataluña y que saben que dejarán de existir en el momento en que desaparezca el conflicto, la confrontación, la fractura.

Cambió el gobierno en La Moncloa, y los nacionalistas catalanes jugaron un papel decisivo para que prosperara la moción de censura contra Mariano Rajoy. Un papel que resultó clave y que se hizo en contra de la opinión de Puigdemont, de hecho el expresident se revolvió contra los que negociaron con Pedro Sánchez y ha tomado el control de su partido y amenaza con bloquear los presupuestos con peticiones imposibles. Puigdemont tiene claro que contra Rajoy se vivía mucho mejor.

Por ello maneja, como la marioneta que es, a Torra. Para mantener viva la llama de una República que nunca existió, cuya legitimidad hunden en un referéndum que no tuvo garantías y para el que no existe apoyo social, ni mayoría aritmética. Esa es su principal debilidad y no las actitudes totalitarias, la persecución judicial, las imposiciones que dicen llegan desde Madrid.

A pesar de una Diada triste, marcada por los políticos independentistas que se encuentran en prisión o huidos al extranjero, que confirma la fractura social que vive Cataluña y que cronifica un problema que envenenará la convivencia por muchos años, hay motivos para la esperanza.

La Diada ha comenzado, por primera vez en décadas, sin que la bandera independentista haya ondeado en lo alto de la estatua de Rafael Casanova. Los mosssos han hecho guardia durante toda la noche para impedirlo y han limpiado de lazos amarillos la zona de la celebración. Solo es un gesto, pero por algo se empieza.

El independentismo llega a esta Diada con la mayor fractura desde el inicio del procés. Mientras el presidente «friki» Torra llama al combate, sus socios de ERC piden frenar y replantearse la vía unilateral. Saben la inutilidad de una República por la vía de la imposición a la mitad de los catalanes y saben que hay que replantearse el camino a la independencia.

En Madrid han cambiado los interlocutores y los métodos. Se han recuperado el diálogo, las negociaciones bilaterales, la palabra como instrumento político. Ahora debe ser Cataluña quién pase página de Puigdemones y Torras y encuentre políticos a la altura de un tiempo nuevo, que no reincida en los errores del pasado de referéndums ilegales, de incumplimiento de leyes, de políticos en prisión y fracaso en forma de 155.

Todavía queda tiempo de tensión, hasta que no pase el juicio a los políticos independentistas será imposible devolver la normalidad a Cataluña, pero se deben seguir produciendo movimientos que nos alejen de un precipicio que seguimos bordeando. No es posible vivir mucho tiempo con la mitad de la población enfrentada a la otra mitad. La solución sólo puede llegar teniendo en cuenta al 50% de catalanes independentistas y al 50% de catalanes no independentistas, y cuanto antes se den cuenta los políticos en Cataluña, de uno y otro signo, antes se empezará a recuperar la normalidad y disminuir fracturas. Cuanto antes se den cuenta quienes han hecho del sueño romántico de la independencia su modo de vida, los que azuzan la confrontación como programa electoral, de que en Cataluña nadie ganará a nadie, sino que perderemos todos o ganaremos todos, antes volveremos a una Diada que celebraremos juntos.

Cataluña, un presidente sin despacho

Hubo un día en que en este país se hacía política. Donde los candidatos a presidir gobiernos los decidían partidos, después de rigurosos procesos y debates internos, y no líderes iluminados que anteponen sus intereses a los de la nación. Donde los problemas se afrontaban con audacia y valentía y no escondiéndose detrás de los jueces y los fiscales. Donde los políticos hacían su trabajo, solucionando y no creando nuevos problemas. Donde la inteligencia era una virtud y la cobardía una limitación que incapacitaba.

En el momento en que más necesitábamos un político, ha llegado un activista. Cuando más falta hacía un moderado, nos ha tocado un fanático. Cuando era imprescindible un constructor, nos ha tocado un especialista en derribos. Cuando es imprescindible coser, ponemos al mando a un afilador de tijeras. Cuando más necesitábamos a un sabio, nos colocan a un friki. En los días en que solo nos valen los humildes, llega un supremacista. En tiempos que demandan generosidad, se apunta un xenófobo. Cuando más necesario es unir, nos llega un experto en divisiones, cuando solo vale sumar, eligen a alguien que solo resta.

Cataluña parece haber entrado en un bucle irresoluble en el que la elección de Quim Torra se ha convertido en una vuelta más de una espiral en la que es imposible encontrar una salida. El independentismo ha tardado cinco meses en encontrar un candidato viable después de revalidar su mayoría absoluta en las urnas en diciembre. Y lo mejor que han encontrado ha sido Torra. No hay mejor ejemplo de su falta de proyecto e ideas.

El separatismo se ha tenido que agarrar, para devolver 199 días después a la Generalitat un presidente, a un tipo que habla de raza, de bestias, de superioridad genética, de segregación lingüística. Un discurso más propio de principios del siglo XX que de pleno siglo XXI. Tiene la legitimidad de las instituciones, pero lo ensucia una ideología que le impide ser un presidente para todos. Es la constatación del gran fracaso de Cataluña.

Nos dijeron que todo estaba solucionado con la aplicación del artículo 155 y que las elecciones traerían un nuevo horizonte para Cataluña. Pues bien, ni el 155 ha solucionado nada y el horizonte solo es más oscuro.

El independentismo sigue instalado en un delirio, que han negado en sede judicial, pero al que se vuelven a aferrar de la república y la unilateralidad. Una ensoñación que solo ha traído division, fractura, enfrentamiento y la suspensión del autogobierno. La CUP sigue dominando la escena política con sólo cuatro diputados y otorgándose el papel de vigilante de procés al aceptar el chantaje PDeCat y ERC. 550 personas decidieron el domingo el futuro de Cataluña, si había o no elecciones. Gobernar bajo chantaje es la mayor debilidad de un gobierno y el de Torra nace con un doble chantaje, el de la CUP y el de Puigdemont. Nadie ha hecho tanto daño a la causa catalana como el expresident.

En su “exilio” dorado en Bélgica y Berlín, se ha rodeado de esta mística del lazo amarillo, de los presos políticos, del presidente legítimo, para seguir ocupando el centro de un tablero que destrozó el día que se asustó y no convocó elecciones anticipadas el 26 de octubre. El acto que sí habría legitimado su presidencia. Pero para ello debía haber antepuesto el país a sus intereses, algo que no ha hecho nunca, ni siquiera ahora al proponer a Quim Torra como candidato.

Tacticismo y estrategia que también se deja ver entre los constitucionalistas. Las encuestas han abierto la mayor brecha en la derecha española en décadas y Ciudadanos ha encontrado en Cataluña la cuestión perfecta para acabar con Rajoy.

Parece justicia política, la misma estrategia que el presidente del gobierno utilizo con Zapatero desde la oposición, se la devuelve ahora Albert Rivera. Tensión y mentiras en asuntos de estado para desgastar a un gobierno sobrepasado por los acontecimientos, desorientado, acorralado e incapaz. Rajoy decidió no recurrir el voto delegado de Comín y Puigdemont porque necesita el apoyo del PNV para acabar la legislatura y Ciudadanos se ha tirado a la yugular con el discurso de a ver quien dice la mayor barbaridad para quedarse con los votos de la derecha más españolista. Justo lo que hizo Rajoy recurriendo un Estatut que habría solucionado el problema catalán para varias generaciones. Un discurso que deja fuera de juego al PSC y al PSOE. Cataluña y España les echan de menos.

Un 155 duro clama Ciudadanos buscando subir aún más en las encuestas, sin darse cuenta, o quizás sí pero les da igual, que si la situación aún es reconducible lo es por la aplicación con mesura del 155. Y aún así, el voto independentista ha crecido en el último barómetro del Centro de Estudios de Opinión de Cataluña. Ni la DUI sirvió para lo que pretendía el independentismo, solo acercó el desastre, ni el 155 ha permitido recuperar Cataluña. Al revés todo se ha contaminado y ensuciado más. Hoy estamos peor que el 27 de octubre.

La Generalitat tiene nuevo presidente, pero ni siquiera utilizará el despacho de la Plaza de San Jaume, está en obras, dicen. Otro símbolo de los tiempos que vive Cataluña, en obras desde hace ya demasiado tiempo. Unas obras que no acabarán nunca si un arquitecto quiere dirigirlas desde Berlín, y el otro está parado y ni siquiera quiere ver los planos. Unas obras que no avanzarán, al revés, corren el riesgo de derrumbarse si los albañiles, unos, siguen enredando con la república, los presos, la emergencia humanitaria, la raza o el supremacismo, y otros, pidiendo bombardeos, suspensiones definitivas de la autonomía, estigmatizando profesores o fomentando la catalanofobia. Mientras la única argamasa que se use en la obra sea el odio y la división, y no el diálogo y la política, el edificio en el que vivimos todos estará cada vez más inestable.