Cuatro años sin urnas, aprovechémoslo.

Pasaron las elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas, y hemos sobrevivido. No era fácil. Han sido tres elecciones generales en cuatro años, elecciones andaluzas, vascas, gallegas, catalanas a una media de una por año, y los españoles siguen en pie. Ha sido una sobredosis de campañas electorales, de carteles y eslóganes, de sobreactuación y postureo, de crear problemas y no solucionar ninguno, de crispación y debates. Son cuatro años que ningún país serio podría soportar si no fuera por el estoicismo del pueblo español.

Pero todo pasa, lo bueno y lo malo, y las urnas han cerrado, en principio para cuatro años. Eso quiere decir que se abre un nuevo horizonte para hacer política y no confrontar con la política, para solucionar problemas que llevan abandonados cuatro años y tirar de altura de miras, sentido de estado y responsabilidad, en lugar de supeditarlo todo a la estrategia y el tacticismo en que llevamos instalados desde 2015.

Un nuevo horizonte en que es obligatorio recuperar la estabilidad perdida y encontrar la serenidad y el sosiego que tanto se ha echado de menos en los últimos años en la vida política. Los españoles han hablado, han repartido escaños, han puesto a cada uno en su sitio y ahora son los gobernantes los que deben demostrar estar a la altura, algo que no han hecho en los últimos cuatro años.

El mensaje de los españoles ha sido claro. Han dado la hegemonía política al PSOE, que casi duplica en escaños a la segunda fuerza en el Congreso, ha multiplicado concejales y alcaldes y le ha dado la mayoría en 11 de las 17 Comunidades Autónomas. Pero el encargo fundamental es el diálogo, el entendimiento. Los españoles quieren que las diferentes fuerzas políticas hablen, cedan, transijan y encuentren caminos consensuados por los que seguir avanzando.

Esa es la principal obligación del presidente del gobierno si quiere seguir siéndolo. Pedro Sánchez es un superviviente, que ha sabido mantenerse a flote a contracorriente y ha acabado impulsado por una ola de esperanza para que capitanee un nuevo tiempo de respeto, limpieza y justicia que no puede traicionar. Él será el encargado de liderar un tiempo nuevo, que busque la mayor estabilidad política, que fortalezca un Estado que tendrá que afrontar enormes desafíos en los próximos meses y que recupere la convivencia y el respeto dañados con el auge del neofascismo y el nacionalismo.

Sánchez tendrá que contar con todos, será responsable de buscar los mayores acuerdos posibles, de quitar tensión y añadir sentido común a la vida pública. Pero dos no se entienden si uno no quiere. Y ahí PP y Ciudadanos deberán ser actores imprescindibles.

El PP se ha desmoronado con el peor resultado de su historia en unas generales y ha dejado de ser la fuerza hegemónica en feudos donde los treintañeros no recordaban ganar a otro partido que no fueran los populares como Madrid, Castilla y León o La Rioja. El consuelo es agarrarse a gobiernos de perdedores de la mano de la extrema derecha para convertir en éxito una derrota.

El PP es el partido de gobierno de este país junto al PSOE. La estrategia de mimetizarse con la ultraderecha hasta ahora no le ha dado buenos resultados. Ha perdido votos en cada elección que se ha celebrado, han copiado un discurso radical, para competir por la barbaridad más grande, solo por asegurar gobiernos a costa de blanquear una ideología que sus colegas en Europa desprecian y aislan, demostrando lo mucho que le queda a la derecha española para asemejarse a una derecha moderna y europea.

Con Pablo Casado obligado a reforzar su liderazgo interno, y uniendo su destino a Vox para salvar los muebles en muchas comunidades, el PP parece descartarse como actor de sosiego, entendimiento y convivencia para el nuevo tiempo de la política española.

Sin elecciones en el horizonte, si necesidad de sobreactuar y marcar estrategias durante cuatro años, Ciudadanos tiene la oportunidad de recuperar el rumbo perdido desde hace un año, cuando justo antes de la moción de censura las encuestas les daban un 30% de los votos y les situaban en La Moncloa.

Desde entonces, ni Moncloa, ni sorpasso al PP y al revés, se han convertido en la tercera pata el tridente para salvar a un PP en decandencia y blanquear a la extrema derecha de Vox. Rivera debe decidir si quiere seguir siendo el lider agitado y efectista, que escucha el silencio, que se pone a rebufo de las víctimas del terrorismo por una foto en Rentería, o por un puñado de votos no duda en ser pirómano en Cataluña en lugar de bombero, o levanta cordones sanitarios al partido con mayor apoyo ciudadano mientras no duda en formar gobiernos sostenidos por un puñado de votos ultras, o por el contrario, quiere ser un líder útil y responsable, acepta jugar las cartas que le han dado los ciudadanos para buscar la estabilidad política, hacer posible gobiernos fuertes, transversales y abiertos que se dediquen a solucionar problemas y no solo a agravarlos. Rivera debe decidir si quiere convertir Ciudadanos en un partido de gobierno o limitarse a ser un mero agitador, sin capacidad de influencia como le pasó con la mayoría que le dieron los catalanes en las últimas autonómicas.

Con cuatro años por delante para hacer política y no solo para preparar estrategias y marcar rumbo según las encuestas, Ciudadanos está en una posición de privilegio para ser protagonista en España y no solo estrella invitada a la fiesta de PP y Vox. Ciudadanos es la verdadera fuerza decisiva para este tiempo nuevo.

No lo es Vox, la extrema derecha solo será lo que PP y Ciudadanos le dejen ser. Aislados, como en el resto de Europa, en España pueden verse reducidos al rincón que representan, si las otras dos fuerzas de derechas le dejan el centro de la escena, no hay duda alguna que aumentarán la polarización y la crispación en una carrera desesperada hacia la oposición más dura. El ambiente, como ha pasado, se volverá irrespirable.

La reflexión debe llegar también a Unidas Podemos, tras la debacle con los ayuntamientos del cambio y la perdida de todo el poder territorial construido durante los cinco años de vida del partido. Tras las generales, la formación morada parecía haber encontrado una línea con la que afrontar un futuro en el que dejar de dar miedo para ser un actor útil. Pero las municipales lo han cambiado todo. Los enfrentamientos, la fractura interna, la búsqueda de la pureza ideológica, los talibanes que reparten carnets de buenos y malos progresistas, obligan a Podemos a su refundación. Unidas Podemos ha dejado de ser un partido para convertirse en un sarcasmo, ni unidas, ni pueden.

El momento de la caída no puede ser más inoportuno, ya que Unidas Podemos está llamado a ser un elemento decisivo en la construcción de la nueva política que necesita este país acabado el ciclo electoral y con cuatro años por delante para mejorar la vida de la gente. Pablo Iglesias deberá meditar si no se ha convertido en un problema para los suyos, si en lugar de querer ser ministro no debería empezar a planificar un paso atrás que permita un nuevo impulso a su organización. No cabe duda que hoy son mucho más débiles para exigir ese gobierno de coalición que desean, al menos Iglesias.

Gobierno de coalición, acuerdo de gobierno, pacto de investidura, lo que sea, hay que ponerse ya manos a la obra para ganar ese horizonte de estabilidad y gobernabilidad porque los problemas están a la puerta, y cuanto más manos ayuden será mejor.

Puigdemont y Junqueras tendrán asiento en el Parlamento Europeo. El desafío soberanista tendrá un nuevo altavoz en Estrasburgo. Quizás sigamos pensando que suspendiendo a los parlamentarios electos, como en el Congreso, el problema desaparece. Pero una y otra vez dos millones de catalanes votan a sus representantes, y a dos millones de ciudadanos no se les puede suspender.

Y todo con la finalización del juicio de Procés a la vuelta de la esquina, y una sentencia en meses que puede volver a incendiar Cataluña. Un problema al que quizás haya llegado el momento de afrontar por vías políticas antes de que sea de verdad demasiado tarde, con toda la fortaleza del estado de derecho, pero también con toda la capacidad de diálogo y seducción para que las llamas no lleguen nunca a consumir lo importante.

Por si esto fuera poco, el Brexit se complica, Trump y China aumentan su guerra comercial, la economía mundial se resiente, Europa sigue sin rumbo. Desafíos todos que habrá que afrontar juntos, ahora con cuatro años por delante sin elecciones, aprovechémoslos y combatamos las insoportables cifras de pobreza, la falta de oportunidades para los jóvenes, la lacra de la desigualdad, la violencia contra las mujeres, la precariedad o el paro que ya va siendo hora.

Queridos Melchor, Gaspar y Baltasar

Queridos Reyes Magos se que esta carta os llega muy justa, cuando ya estáis metidos en faena, pero si hay tiempo me gustaría que todavía dejaseis algunos regalos que se me había olvidado pedir.

Para toda esa gente que considera que 900 euros es un salario mínimo excesivo, me gustaría que les dejaseis este año doce mensualidades de 899 euros para ver cómo se apañaban. Bueno, dejadles también las dos pagas extras, aunque aquí en España ya no las cobra casi nadie.

A todos los que están cuestionando estos días las medidas de protección a las mujeres víctimas de violencia machista traerles muchas hijas. Para que aprecien lo que es tener el mejor regalo del mundo, aunque tengan que ir a buscarlas de noche porque les da miedo que las pase algo, que no dejen de asomarse por la ventana cuando salgan a correr y tarden un poco más de la cuenta, a pesar de que se enfaden cuando cobren un 30% menos que sus compañeros varones, aunque no comprendan por qué les cuesta más que a sus hermanos acceder al mercado laboral con mejores currículums, aunque no entiendan que les pregunten si piensan quedarse embarazadas en las entrevistas de trabajo o les contagien la incomodidad yendo con ellas por la calle ante algunos comentarios y miradas. A estos, muchas hijas.

A los que comparan la violencia contra las mujeres a la violencia ejercida contra los hombres… bueno a estos no les dejéis nada porque no lo van a saber apreciar, porque es imposible hacerles entender.

Para ese tercio de niños, que como habréis comprobado no os han podido escribir carta porque sus padres son trabajadores pobres y en riesgo de exclusión, no os vayáis sin dejar algo y que no se quede ninguno sin abrir un regalo. A los que ni siquiera pueden poner la calefacción, dejadles unas mantas calentitas, porque bajar la luz se que es imposible hasta para vosotros.

Para los tres millones doscientos mil parados traerles un trabajo. Pero un trabajo de los de verdad, de los de ocho horas cinco días a la semana. Estamos ya hartos de esos trabajos que ni Papa Noel, de dos horas, tres días a la semana y de contratos que empiezan el martes y terminan el jueves.

A los autónomos traerles por fin la cuota según ingresos. A los pensionistas una vejez próspera y tranquila. A los jueces inteligencia y acierto, y les perdonamos el carbón por lo de las hipotecas, ya que tienen en sus manos el futuro del país en el juicio del procés. A los votantes, sentido común, para evitar más Brexit, más Trump, más Bolsonaro y más Vox. Y a los que huyen de la guerra y el hambre una vía segura para que dejen de morir en el mar. Por cierto, para los que ven en un inmigrante o un refugiado una amenaza, traedles un año lejos de su familia y su casa, teniendo que buscarse la vida a miles de kilómetros.

Quería aprovechar también para pediros también algunos regalos para algunas personas concretas.

Para Pedro Sánchez no se os olvide dejarle mucha paciencia, algún apoyo para los presupuestos que parece que es lo que más ilusión le hace y un calendario grande por si tiene que poner fecha de elecciones. Dejarle también un uniforme de piloto que dicen que le gustan mucho los aviones.

A Pablo Casado traerle una bola anti estrés que anda muy crispado últimamente y ya dais en el clavo si le traéis una foto firmada de José María Aznar o el Aznar madelmán, con sus armas de destrucción masiva, sus féretros de Yak 42, sus abdominales y su acento tejano. Por casa de Aznar ni os paséis, con lo que trincó el hijo de las viviendas sociales que le malvendió la madre a su fondo buitre, tienen de todo.

A Albert Rivera si podéis traerle un traje de bombero, para que deje de jugar a pirómanos, y una brújula que marque siempre el rumbo correcto.

A Pablo Iglesias unos días en un balneario, no para que descanse tras el trajín de los dos nuevos miembros de su familia, sino para que reflexione, reformule su proyecto político, reconozca errores y decida si puede seguir siendo útil a la izquierda de este país o pasar página.

A Santiago Abascal… no, por ahí mejor no paséis, a ver si os ve a vosotros dos con pinta de inmigrantes y al otro negro y tenemos una tontería.

A Quim Torra me gustaría que le dejaseis libros y una cajita de esas de experiencias que le permita viajar por España para que se avergüence de sus pensamientos supremacistas y racistas. Os iba a pedir unas vitaminas pero no le hacen falta porque se ha tirado un año sin hacer nada, solo a golpe de estelada. Por cierto, no envolverle nada en papel amarillo que lo pone todo perdido.

Si de regreso a Oriente podéis hacer un desvío y pasar por Waterloo en Bélgica, dejad en casa de Puigdemont un Quimicefa, para que se entretenga y deje de envenenar la convivencia en Cataluña.

Si vais a pasar por Andalucía dejad en casa de Juan Manuel Moreno y Juan Marín un buen montón de sentido de estado y responsabilidad y llevaros todo lo que tengan de ambición y personalismos.

En la casa de Susana Díaz dejad una buena dosis de generosidad y humildad, para que no renuncie a evitar que Andalucía quede rendida a los caprichos de la ultraderecha y les arrebate la llave de la gobernabilidad con una abstención, cierto que difícil de explicar pero que la seguridad de las mujeres y el bienestar de todos los andaluces podrían justificar, para hacer presidente a Juan Marín de un gobierno de 47 diputados con el PP. No sería lógico abstenerse para que gobierne quien ha pedido más que tú, pero sí, en una situación excepcional como la presente, que lo haga quien más ha crecido y empezar a negociar entre constitucionalistas para restar influencia a la extrema derecha.

También me gustaría que este año os acordéis de los que están en prisión. A Bárcenas les podíais dejar una caja de pinturas de colores para que deje de hacer todo en negro. A Rato lo mejor es que le cambiéis todo lo que le llevéis por acciones de Bankia y preferentes. A los políticos independentistas presos unos prismáticos para mirar lejos y hacia delante, una constitución y un diccionario castellano-catalán para que comprueben que es más fácil y productivo entendernos que enfrentarnos.

Si me gustaría que al prior del Valle de los Caidos le llevéis una Biblia, porque dudo que la haya leído. Y dos cositas de última hora, a Trump que le dejéis su anhelado muro, pero para que no pueda salir. Y a la nueva ministra de familia de Brasil muchas camisetas rosas de niños y pantalones azules de chica.

Por cierto ya que volvéis con los camellos vacíos a ver si os podéis llevar el odio que empieza a rezumar por todos los rincones de este país, los extremismos y los nacionalismos, todas las banderas y símbolos que desunen en lugar de buscar armonía, la pobreza y la desigualdad, cancerígenas en nuestra sociedad, el egoísmo y la irresponsabilidad, el cortoplacismo y la ignorancia en que nos hemos instalado y la insensibilidad y la falta de empatía con el que sufre.

Para mi, solo dejadme seguir haciendo periodismo si Vox quiere.

2018: un año en el alambre

Ponemos el punto y final a 365 días en que los términos golpistas y fascistas han vuelto a tapar otros como precariedad, desigualdad o pobreza. Cataluña ha vuelto a ocupar buena parte de portadas en un año en que ha triunfado la primera moción de censura en democracia, la irrupción de la extrema derecha ha provocado un vuelco electoral histórico en Andalucía y se han vivido las primeras primarias en el PP para elegir presidente. Ha sido un año de muchas primeras veces pero desgraciadamente también de tragedias repetidas, en el Mediterráneo donde la desesperación ha seguido cobrándose vidas de refugiados e inmigrantes, o en demasiados hogares, casi medio centenar en que se ha vuelto a llorar por el asesinato de mujeres a manos de sus parejas.

2018 ha sido un año de sobresaltos, y el más inesperado el que acabó a primeros de junio con el gobierno de Mariano Rajoy y llevó al Palacio de la Moncloa al socialista Pedro Sánchez. Era la primera moción de censura que prosperaba en España desde el inicio de la democracia.

El caso de corrupción Gürtel había sobrevolado sobre los siete años de gobierno de Rajoy, desde aquel «Luis, se fuerte» hasta ver al presidente declarando como testigo en el juicio contra la red de corrupción. La sentencia, condenando a título lucrativo al PP y dudando de la veracidad del propio testimonio del presidente, dejaba a Rajoy en la lona.

Rajoy, que había aprobado apenas una semana antes los Presupuestos Generales del Estado con el apoyo del PNV, se vio abandonado por los nacionalistas vascos, claves para que la moción prosperara. Incluso Ciudadanos, el único grupo que finalmente no votó en su contra, pidió la cabeza del presidente en forma de adelanto electoral. Rajoy se negó y Pedro Sánchez se convirtió en el séptimo presidente del gobierno de la democracia, demostrando una vez más su capacidad de resurrección.

Sánchez comprobó rápido que no iba a tener una presidencia tranquila y tras nombrar un gobierno deslumbrante, con profesionales de reconocido prestigio, expertos en las distintas áreas y políticos experimentados, recibido con enorme aceptación entre la ciudadanía, comenzó la cacería de una derecha que no ha aceptado la pérdida del gobierno y que no concedió ni los 100 días de cortesía.

Menos de una semana tardó en caer el primer ministro, el responsable de cultura Maxim Huerta, por sus problemas con Hacienda, al litigar por algo más de 200.000€ en sus declaraciones de impuestos cuando era presentador de televisión. La ministra de sanidad, Carmen Montón, caía por plagiar su tesis doctoral tras resistir las acusaciones sobre su máster en la Universidad Rey Juan Carlos. Universidad que favoreció los estudios a numerosos políticos, por lo que también cayó la presidenta madrileña Cristina Cifuentes. La sombra de la duda persigue los estudios del nuevo presidente del PP, Pablo Casado, e incluso Pedro Sánchez tenía que hacer pública su tesis y someterla a todos los programas antiplagio en vigor.

Todo ello muestra la extrema debilidad del ejecutivo, apoyado únicamente por los 84 diputados del PSOE. Las derechas, con una oposición feroz, tratan de desgastar al gobierno reprochándole los apoyos de los independentistas catalanes para su llegada a la Moncloa.

Y es que la tensión en Cataluña ha vuelto a ser el tema del año, con episodios tan esperpénticos como la guerra de los lazos amarillos, el símbolo de los presos independentistas en prisión que han enfrentado a partidarios y detractores de la independencia, poniéndolos y quitándolos en los espacios públicos de Cataluña.

El año después del 1 de octubre y la Declaración Unilateral de Independencia, empezaba con las investiduras frustradas de Puigdemont o Turull y la llegada de un friki supremacista, Quim Torra, a la presidencia de la Generalitat. Nunca el gobierno de Cataluña podía caer más bajo. Torra ha sido una nulidad en gestión, incapaz de sacar una sola ley en el Parlament, ha sido una máquina enloquecida de generar tensión. Marioneta de Puigdemont, es el expresident desde Waterloo, el que sigue alentando el procés, con el único interés de garantizar su supervivencia. Ha quitado de en medio a cualquier persona sensata en su partido, como Marta Pascal, clave para el triunfo de la moción de censura a Rajoy, que no quería apoyar Puigdemont desde Bruselas. La antigua convergencia, hoy PDeCat va camino de desintegrarse en una nueva Crida sin rumbo ni ideas.

2018 ha sido el año de la división del nacionalismo. Con Puigdemont huido y Junqueras en prisión, PDeCat y ERC están más alejadas que nunca y solo los presos actúan de pegamento en un bloque independentista en descomposición. Quien nos iba a decir que los pocos gramos de sensatez que quedan en Cataluña los iban a demostrar desde ERC, los únicos que han entendido que la vía unilateral no conduce a ningún lado y están más receptivos a la distensión y el diálogo propuesto por el nuevo gobierno para buscar una salida en Cataluña que no acabe en desastre, y que permanentemente boicotea Quim Torra, que un día se reúne con Sánchez para retomar el diálogo entre instituciones y al siguiente le lanza un ultimátum.

La división también se ha instalado en el bloque constitucionalista. PP y Ciudadanos han radicalizado su discurso y su propuesta para Cataluña se ha limitado a la aplicación de un artículo 155 duro y perpetuo. Ciudadanos busca rentabilidad electoral, el PP venganza tras la moción de censura. Y en medio el PSOE proponiendo diálogo en una Cataluña donde Torra se entrega a los CDR, que cortan carreteras y se enfrentan a los Mossos, lo que las derechas aprovechan para endurecer aún más su discurso e incendiar políticamente España.

En este ambiente, 2018 ha sido el año en que España ha dejado de ser la excepción europea donde no había enraizado la semilla de la ultraderecha. La aparición de un partido extremista, racista, misógino y xenófobo se ha consumado con la llegada de Vox al Parlamento de Andalucía con 12 diputados, y ser además la llave para acabar con 36 años de gobiernos socialistas.

En Andalucía el pasado 2 de diciembre se produjo la tormenta perfecta (hartazgo, desafección, corrupción, mal cálculo de los tiempos, turbulencias nacionales) y la alta abstención de votantes de izquierda ha provocado uno de los mayores terremotos políticos de la historia reciente. Los 50 escaños de PSOE y Adelante Andalucía no son suficientes para gobernar. PP y Ciudadanos con 47 tampoco llegan. Son los 12 diputados de Vox quienes tienen la llave de la gobernabilidad. Las dos fuerzas de la derechas ya la misma noche electoral dejaron claro que España en esto también es diferente, y lejos de cordones sanitarios como en las democracias occidentales consolidadas, populares y naranjas se van a poner en manos de Vox para formar gobierno en las próximas semanas y gobernar por primera vez Andalucía.

La coalición PP, Ciudadanos y Vox puede convertirse en una fórmula política estable para un 2019 que es año electoral. Los de Pablo Casado ya se han entregado con euforia a sus nuevos aliados. De momento muestra más reticencias el partido de Albert Rivera, al que éste pacto con la ultraderecha deslegitima por completo su discurso en Cataluña y empaña su papel de partido moderado en el resto del país.

Pero Vox ya ha conseguido endurecer el discurso de las otras dos fuerzas de derechas en asuntos como la unidad de España, la inmigración, la protección de las mujeres, la memoria histórica, los impuestos, los servicios públicos, el Estado Autonómico o las tradiciones como la tauromaquia o la caza. Las consecuencias ahora mismo son impredecibles en un país cada vez más polarizado y crispado.

2018 ha sido el año de la resurrección de Aznar. A sus pechos se han criado Abascal, el líder de Vox, y Casado, el nuevo presidente popular, y de él es admirador Albert Rivera. El aznarismo ha vuelto y lo ha hecho de la mano de Pablo Casado, el hombre que aunque perdió las primarias del PP entre la militancia a manos de Soraya Sáenz de Santamaría, ganó el congreso para liderar un partido que dice volver a sus valores y principios, como si Rajoy hubiese sido una circunstancia sobrevenida, y ha endurecido el discurso para intentar frenar la sangría de votos a Vox. Una estrategia que habrá que comprobar su éxito en el año que comienza mañana. De momento en Andalucía fue el partido que en porcentaje más votos perdió, aunque curiosamente podría gobernar si se confirma el pacto con la ultraderecha.

Este año tampoco han faltado los clásicos. La precariedad sigue dominando el mercado laboral y la corrupción. A la sentencia Gurtel se ha unido el juicio de los ERE, visto para sentencia, la nuevas pruebas en casos en investigación como Púnica o la financiación irregular del PP, la condena por la venta de viviendas sociales a fondos buitres, las revelaciones de Villarejo que están poniendo en jaque a todas las instituciones. A la policía, utilizada políticamente para robar pruebas de casos de corrupción por el gobierno Rajoy, la jefatura del estado, con las grabaciones de Corinna sobre el Rey Juan Carlos, y el gobierno, con la sobremesa de la ministra Delgado. La justicia también ha visto mermado su prestigio con la sentencia de las hipotecas, de nuevo al servicios de los bancos, y la renovación frustrada del CGPJ, tras el mensaje del portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, de seguir controlando a jueces como Marchena, que renunció a presidir el poder judicial y juzgará ahora a los políticos independentistas. Todo muy ejemplar.

El año también tiene alguna buena noticia, se ha producido la mayor subida del SMI en el periodo constitucional y las pensiones se han vuelto a revalorizar con el IPC. Precisamente los pensionistas han sido los protagonistas del año con sus movilizaciones y dignidad en las calles en defensa del sistema público de pensiones. Las mujeres y su lucha por la igualdad han sido el titular más positivo del 2018 con una movilización histórica el último 8 de marzo y la constatación de que la transformación del mundo vendrá a través del feminismo. La sombra, las dudas sembradas desde la ultraderecha, que han empezado a calar en ciertos sectores conservadores, sobre las denuncias en torno a la violencia machista, donde se empieza a criminalizar a la víctima y humanizar al agresor, algo muy preocupante. Y en un año récord en la llegada de inmigrantes, 56.000 personas han llegado a nuestras costas huyendo de la guerra y el hambre tras el cierre de otras vías de salida, los barcos de OpenArms como el Astral o buques como el Aquiarius han puesto la responsabilidad y la humanidad en un Mediterráneo que sigue convertido en una gigantesca fosa común, mientras los discursos xenófobos y racistas se multiplican dentro y fuera de nuestras fronteras.

En el extranjero 2018 acaba con EEUU paralizado por los delirios de Trump, con miles de personas en la frontera con México donde dos niños ya han perdido la vida, con Salvini convirtiendo a Italia en el epicentro de la indignidad, con Siria y Yemen cerrando otro año de guerra, con Arabia Saudí e Israel riéndose de la comunidad internacional, con el último tsunami barriendo Indonesia, con la penúltima hambruna y epidemia de ébola en Africa, con Venezuela en catástrofe humanitaria, con Bolsonaro esperando a gobernar Brasil y Argentina en bancarrota. Vamos, un año tan malo que hasta Kim Jong-un ha parecido el más normal.

Torra desencadenado

El presidente de la Generalitat Quim Torra se ha convertido en un desafío para las leyes de probabilidades. Aunque solo sea por azar un gobernante siempre tiene alguna posibilidad de acertar. Equivocarse siempre como le pasa a Torra lo convierte en un desafío hasta para las estadísticas.

El presidente de la Generalitat ha regresado al parlamento de Cataluña, cerrado durante casi tres meses por divergencias entre los independentistas, para lanzar un ultimátum al gobierno de Pedro Sánchez, para que ponga encima de la mesa una propuesta de referéndum de autodeterminación antes de noviembre si no quiere perder los apoyos parlamentarios de los nacionalistas catalanes en el Congreso de los Diputados.

Torra ha lanzado este ultimátum tras las conmemoraciones del primer aniversario del 1 de octubre. Un aniversario que empezó dando su apoyo a los Comités de Defensa de la República y terminó parando, hasta que no hubo más remedio, una carga de los Mossos contra los radicales que intentaban asaltar el Parlament.

Torra ha visto como por primera vez desde el inicio de este delirio denominado Procés, ha perdido el control de la calle. No pudo pronunciar el discurso que tenía preparado el lunes por la noche ante las puertas del Parlament, rodeado de las urnas usadas el 1 de octubre, por los abucheos y los gritos que pedían su dimisión y la de su conseller de interior Buch, tras las cargas del fin de semana contra los CDR que reventaban una manifestación de policías y guardias civiles de JUSAPOL, cuya fecha, también fue oportunamente elegida en estos tiempos en que abundan más los pirómanos que los bomberos.

Nunca antes desde el inicio del Procés, el gobierno de la Generalitat había sido el blanco de los independentistas más radicales. Un año después del referéndum y tras un aluvión de mentiras, la frustración parece hacer mella en aquellos a los que prometieron la República como la más bella quimera y solo ven enredo, parálisis y bloqueo.

Las asociaciones soberanistas como Omnium o la Asamblea Nacional Catalana ya dirigen su mirada a Torra como el responsable de no hacer efectiva la República. Al España no nos deja, se ha añadido el Torra no quiere, lo que es un salto cualitativo un año después de la DUI.

La fractura es evidente entre las fuerzas independentistas. Torra había consultado el aumento de la presión al gobierno central con sus socios de ERC, pero no habían acordado fecha alguna, por lo que la sorpresa fue evidente entre los republicanos cuando el president situó el ultimátum en noviembre.

Antes de esto, había sucedido algo muy significativo en la cámara catalana. El pleno había decidido no acatar la suspensión del Tribunal Supremo a los seis parlamentarios autonómicos procesados por rebelión, Puigdemont, Junqueras, Turull, Rull, Romeva y Sánchez. Pero al minuto siguiente aprobaba su sustitución, mantenían el acta pero delegaban sus funciones con el voto en contra de la CUP, en la enésima obra de teatro presenciada en Parlament, otra vez otro paripé. El expresidente Puigdemont además desde Bruselas filtraba a los suyos que él no piensa delegar nada, manteniendo un desafío que para el expresidente ya no es una cuestión política, sino de supervivencia, y que lastra a su partido y a Cataluña entera.

Torra lanzaba el ultimátum con la mayor división en años entre las filas independentistas. En el PDeCat cada vez más gente está harta de los caprichos de Puigdemont desde Waterloo. Las grietas entre los antiguos convergentes y ERC son más que evidentes, la imposibilidad de llegar a acuerdos ha mantenido casi 100 días cerrado el parlamento y ya hay voces que piden explorar un acuerdo de izquierdas con ERC, Podemos e incluso el PSC para sacar a Cataluña de la parálisis. Y la ruptura es total con la CUP, la única, que al no tener nada que perder, se mantiene fiel a los postulados de la unilateralidad y el conflicto abierto con el Estado.

Por todo esto Torra decidió dar un puntapié hacia adelante y plantear en un mes el ultimátum a Sànchez. Lo llamó ultimàtum, porque llamarlo «con Rajoy vivíamos mejor» sonaba feo. Torra añora esos días en que el president era una figura venerada y no abucheada, donde nadie le pedía dimisiones sino que le trataban como un mesías y en torno al cual todo el mundo cerraba filas y no se producían divisiones.

Torra ha llegado a ponerse en contra hasta a los Mossos, hartos de que aliente a los radicales para luego tener que enviarles a ellos a frenarlos, con dispositivos insuficientes y paralizado por el miedo y la incompetencia que se ha instalado en la presidencia de la Generalitat con Torra, que cuenta con un único aval, el de ser un hombre de Puigdemont.

Torra, rechazado por una masa independentista frustrada un año después, cuestionado dentro y fuera de su propio partido, incapaz de forjar acuerdos con unos socios de gobierno cada vez más divididos, y sin modelo alguno de gestión, ha decidido lanzarse a tumba abierta para relanzar un Procés que muestra sus primeros síntomas de agotamiento.

Su esperanza, la colaboración necesaria de PP y Ciudadanos para tumbar la voluntad de diálogo del nuevo gobierno y volver a los tiempos del 155, en que tan felices fueron esta generación de políticos independentistas, reforzados en su discurso victimista y represivo y sin necesidad de rendir cuentas de gestión alguna. Y sobre todo, pendientes del juicio a los presos independentistas, donde una condena por rebelión, obligaría a un adelanto electoral en Cataluña, donde la sentencia aglutinaría y obligaría a una candidatura separatista única, hoy por hoy imposible, con la que buscar una mayoría aún más amplia en el Parlament con la que resucitar la DUI y la República bajo el paraguas de la persecución judicial al independentismo y con los «mártires» condenados a 20 años, y la exaltación catalanista en máximos. A eso lo fía todo Torra.

Es el momento de la inteligencia y no de la sobreactuación, de la cabeza y no del corazón, de frenar impulsos y no exaltar sentimientos. El problema, que creo que hay demasiada gente que en realidad prefiere que nada se arregle, porque con un enemigo común se vive mejor

Una Diada contra Cataluña

Hace una década que los independentistas se adueñaron de la fiesta nacional de Cataluña, pero la de este año es especial. Es la primera Diada tras el referéndum del 1-O y la DUI del 27, la primera en democracia con políticos catalanes en prisión, y sobre todo la primera Diada en que los separatistas, sin complejos, se olvidan de Cataluña para poner en el centro de la fiesta una República que soló existió durante unos segundos en un día de octubre que fracturó definitivamente Cataluña y de la que renegaron hasta quienes la promovieron en sus declaraciones en el Tribunal Supremo.

El presidente de la Generalitat, Quim Torra, por primera vez en la historia no ha llamado a los catalanes no independentistas a celebrar este 11 de septiembre. En la mente supremacista y limitada de Torra no son catalanes. Es su principal limitación para ocupar un cargo del que no es digno y desde el que ha convertido la fiesta de Cataluña, en una fiesta contra Cataluña, contra la mitad de sus ciudadanos.

Torra ha llamado al combate, a alzarse por la constitución efectiva y la defensa de la República. El president ha llegado a comparar este 2018 con 1714, una España con cuatro décadas de democracia con una España que se sorteaba entre dinastías extranjeras, una Cataluña con el mayor nivel de autogobierno de su historia con una Cataluña feudal y arcaica, unos catalanes cosmopolitas y formados con unos catalanes sometidos y sin esperanza. Es la visión sesgada y enferma del presidente por accidente en que se ha convertido Torra.

Pero eso siendo grave, no es el principal problema. La República, la independencia, ha dejado de ser una aspiración política, para convertirse en la marca comercial, en un modo de vida, en un instrumento de supervivencia para un grupo de políticos que lidera el expresidente Puigdemont, que nada tienen que aportar a Cataluña y que saben que dejarán de existir en el momento en que desaparezca el conflicto, la confrontación, la fractura.

Cambió el gobierno en La Moncloa, y los nacionalistas catalanes jugaron un papel decisivo para que prosperara la moción de censura contra Mariano Rajoy. Un papel que resultó clave y que se hizo en contra de la opinión de Puigdemont, de hecho el expresident se revolvió contra los que negociaron con Pedro Sánchez y ha tomado el control de su partido y amenaza con bloquear los presupuestos con peticiones imposibles. Puigdemont tiene claro que contra Rajoy se vivía mucho mejor.

Por ello maneja, como la marioneta que es, a Torra. Para mantener viva la llama de una República que nunca existió, cuya legitimidad hunden en un referéndum que no tuvo garantías y para el que no existe apoyo social, ni mayoría aritmética. Esa es su principal debilidad y no las actitudes totalitarias, la persecución judicial, las imposiciones que dicen llegan desde Madrid.

A pesar de una Diada triste, marcada por los políticos independentistas que se encuentran en prisión o huidos al extranjero, que confirma la fractura social que vive Cataluña y que cronifica un problema que envenenará la convivencia por muchos años, hay motivos para la esperanza.

La Diada ha comenzado, por primera vez en décadas, sin que la bandera independentista haya ondeado en lo alto de la estatua de Rafael Casanova. Los mosssos han hecho guardia durante toda la noche para impedirlo y han limpiado de lazos amarillos la zona de la celebración. Solo es un gesto, pero por algo se empieza.

El independentismo llega a esta Diada con la mayor fractura desde el inicio del procés. Mientras el presidente «friki» Torra llama al combate, sus socios de ERC piden frenar y replantearse la vía unilateral. Saben la inutilidad de una República por la vía de la imposición a la mitad de los catalanes y saben que hay que replantearse el camino a la independencia.

En Madrid han cambiado los interlocutores y los métodos. Se han recuperado el diálogo, las negociaciones bilaterales, la palabra como instrumento político. Ahora debe ser Cataluña quién pase página de Puigdemones y Torras y encuentre políticos a la altura de un tiempo nuevo, que no reincida en los errores del pasado de referéndums ilegales, de incumplimiento de leyes, de políticos en prisión y fracaso en forma de 155.

Todavía queda tiempo de tensión, hasta que no pase el juicio a los políticos independentistas será imposible devolver la normalidad a Cataluña, pero se deben seguir produciendo movimientos que nos alejen de un precipicio que seguimos bordeando. No es posible vivir mucho tiempo con la mitad de la población enfrentada a la otra mitad. La solución sólo puede llegar teniendo en cuenta al 50% de catalanes independentistas y al 50% de catalanes no independentistas, y cuanto antes se den cuenta los políticos en Cataluña, de uno y otro signo, antes se empezará a recuperar la normalidad y disminuir fracturas. Cuanto antes se den cuenta quienes han hecho del sueño romántico de la independencia su modo de vida, los que azuzan la confrontación como programa electoral, de que en Cataluña nadie ganará a nadie, sino que perderemos todos o ganaremos todos, antes volveremos a una Diada que celebraremos juntos.

Cataluña, un presidente sin despacho

Hubo un día en que en este país se hacía política. Donde los candidatos a presidir gobiernos los decidían partidos, después de rigurosos procesos y debates internos, y no líderes iluminados que anteponen sus intereses a los de la nación. Donde los problemas se afrontaban con audacia y valentía y no escondiéndose detrás de los jueces y los fiscales. Donde los políticos hacían su trabajo, solucionando y no creando nuevos problemas. Donde la inteligencia era una virtud y la cobardía una limitación que incapacitaba.

En el momento en que más necesitábamos un político, ha llegado un activista. Cuando más falta hacía un moderado, nos ha tocado un fanático. Cuando era imprescindible un constructor, nos ha tocado un especialista en derribos. Cuando es imprescindible coser, ponemos al mando a un afilador de tijeras. Cuando más necesitábamos a un sabio, nos colocan a un friki. En los días en que solo nos valen los humildes, llega un supremacista. En tiempos que demandan generosidad, se apunta un xenófobo. Cuando más necesario es unir, nos llega un experto en divisiones, cuando solo vale sumar, eligen a alguien que solo resta.

Cataluña parece haber entrado en un bucle irresoluble en el que la elección de Quim Torra se ha convertido en una vuelta más de una espiral en la que es imposible encontrar una salida. El independentismo ha tardado cinco meses en encontrar un candidato viable después de revalidar su mayoría absoluta en las urnas en diciembre. Y lo mejor que han encontrado ha sido Torra. No hay mejor ejemplo de su falta de proyecto e ideas.

El separatismo se ha tenido que agarrar, para devolver 199 días después a la Generalitat un presidente, a un tipo que habla de raza, de bestias, de superioridad genética, de segregación lingüística. Un discurso más propio de principios del siglo XX que de pleno siglo XXI. Tiene la legitimidad de las instituciones, pero lo ensucia una ideología que le impide ser un presidente para todos. Es la constatación del gran fracaso de Cataluña.

Nos dijeron que todo estaba solucionado con la aplicación del artículo 155 y que las elecciones traerían un nuevo horizonte para Cataluña. Pues bien, ni el 155 ha solucionado nada y el horizonte solo es más oscuro.

El independentismo sigue instalado en un delirio, que han negado en sede judicial, pero al que se vuelven a aferrar de la república y la unilateralidad. Una ensoñación que solo ha traído division, fractura, enfrentamiento y la suspensión del autogobierno. La CUP sigue dominando la escena política con sólo cuatro diputados y otorgándose el papel de vigilante de procés al aceptar el chantaje PDeCat y ERC. 550 personas decidieron el domingo el futuro de Cataluña, si había o no elecciones. Gobernar bajo chantaje es la mayor debilidad de un gobierno y el de Torra nace con un doble chantaje, el de la CUP y el de Puigdemont. Nadie ha hecho tanto daño a la causa catalana como el expresident.

En su “exilio” dorado en Bélgica y Berlín, se ha rodeado de esta mística del lazo amarillo, de los presos políticos, del presidente legítimo, para seguir ocupando el centro de un tablero que destrozó el día que se asustó y no convocó elecciones anticipadas el 26 de octubre. El acto que sí habría legitimado su presidencia. Pero para ello debía haber antepuesto el país a sus intereses, algo que no ha hecho nunca, ni siquiera ahora al proponer a Quim Torra como candidato.

Tacticismo y estrategia que también se deja ver entre los constitucionalistas. Las encuestas han abierto la mayor brecha en la derecha española en décadas y Ciudadanos ha encontrado en Cataluña la cuestión perfecta para acabar con Rajoy.

Parece justicia política, la misma estrategia que el presidente del gobierno utilizo con Zapatero desde la oposición, se la devuelve ahora Albert Rivera. Tensión y mentiras en asuntos de estado para desgastar a un gobierno sobrepasado por los acontecimientos, desorientado, acorralado e incapaz. Rajoy decidió no recurrir el voto delegado de Comín y Puigdemont porque necesita el apoyo del PNV para acabar la legislatura y Ciudadanos se ha tirado a la yugular con el discurso de a ver quien dice la mayor barbaridad para quedarse con los votos de la derecha más españolista. Justo lo que hizo Rajoy recurriendo un Estatut que habría solucionado el problema catalán para varias generaciones. Un discurso que deja fuera de juego al PSC y al PSOE. Cataluña y España les echan de menos.

Un 155 duro clama Ciudadanos buscando subir aún más en las encuestas, sin darse cuenta, o quizás sí pero les da igual, que si la situación aún es reconducible lo es por la aplicación con mesura del 155. Y aún así, el voto independentista ha crecido en el último barómetro del Centro de Estudios de Opinión de Cataluña. Ni la DUI sirvió para lo que pretendía el independentismo, solo acercó el desastre, ni el 155 ha permitido recuperar Cataluña. Al revés todo se ha contaminado y ensuciado más. Hoy estamos peor que el 27 de octubre.

La Generalitat tiene nuevo presidente, pero ni siquiera utilizará el despacho de la Plaza de San Jaume, está en obras, dicen. Otro símbolo de los tiempos que vive Cataluña, en obras desde hace ya demasiado tiempo. Unas obras que no acabarán nunca si un arquitecto quiere dirigirlas desde Berlín, y el otro está parado y ni siquiera quiere ver los planos. Unas obras que no avanzarán, al revés, corren el riesgo de derrumbarse si los albañiles, unos, siguen enredando con la república, los presos, la emergencia humanitaria, la raza o el supremacismo, y otros, pidiendo bombardeos, suspensiones definitivas de la autonomía, estigmatizando profesores o fomentando la catalanofobia. Mientras la única argamasa que se use en la obra sea el odio y la división, y no el diálogo y la política, el edificio en el que vivimos todos estará cada vez más inestable.

Un Parlament entre la esperanza y el fracaso

Lo confieso, me he aburrido durante la constitución del Parlamento de Cataluña. Desde hace seis meses entrar por el Parque de la Ciudadela en Barcelona supone entrar en la montaña rusa de la política, el reino de la emoción y las sensaciones fuertes, de la improvisación y la sobreactuación, del riesgo y el disparate. Un día con 130 diputados llamados a votar hasta en cuatro ocaciones, con los resultados ya conocidos de antemano y sin ningún sobresalto, ha defraudado a los adictos a la adrenalina en que nos hemos convertido los que hemos pasado algunos días en el Parlament. Salvo el misterio del voto constitucionalista perdido, los diputados ausentes, los lazos amarillos y el voto delegado de los presos, habría parecido un parlamento normal.

La elección de Roger Torrent como presidente de la cámara estaba cantada, y que abriera la legislatura al grito de ¡Viva la democracia! en lugar del ¡Viva la República! de su antecesora, Carme Forcadell, quizás augure que pueda rebrotar la cordura. Puede ser que la cámara catalana haya encontrado a un político para tener al frente. Es cierto que independentista y joven, pero lleva una década como alcalde y más de un lustro como diputado, parece que está más habituado a la gestión y a la política que una Carme Forcadell que llegó a la presidencia como regalo a los favores desde la Asamblea Nacional Catalana y hooligan del independentismo.

El nuevo presidente del Parlament ha marcado como objetivo recuperar las instituciones catalanas y acabar con la intervención del 155. Normal, es un diputado de ERC, pero también ha hablado de convivencia, de democracia, de diálogo, de consenso, de poner la instituciones al servicio de los ciudadanos, de combatir la fractura social. Incluso temas de los que no se ha hablado en el Parlament durante meses, la violencia machista, las desigualdades sociales, una agenda política en beneficio de los más débiles, han estado presentes en el discurso de Torrent. Raro en una política catalana dominada por el monotema desde hace demasiado tiempo. Incluso ha enfadado a los diputados de la CUP por moderado, buena señal.

Las palabras del nuevo presidente de la cámara han sonado a nuevas, a cambio de tono, a soplo de aire fresco, sobre todo al compararlas con las de su compañero Ernest Maragall que ocupó la presidencia de la mesa de edad y nos devolvió a los meses pasados llenos de reproches, de victimismo, de mentiras, de exageraciones, de palabras gruesas y con poca política y nula esperanza.

Es cierto que las palabras son gratis y ahora serán los hechos los que medirán si estamos ante un nueva etapa o Torrent es más de lo mismo. Ahora deberá demostrar su compromiso con la democracia y la convivencia, a las que ha marcado como pilares de su mandato. La democracia se basa en el respeto a las leyes, y solo se recuperará la convivencia siendo el presidente de todos.

La prueba, el nuevo presidente del Parlament, la pasará en 10 días laborables, el plazo para que antes del 31 de enero sepamos si hay o no investidura de Puigdemont y si ésta se hace vía telemática o respetando el reglamento de la cámara según el dictamen de sus letrados. La letra ha sonado bien, ahora hace falta que la música acompañe.

Puigdemont sigue en Bruselas y el PDeCat y Junts Per Catalunya insisten en el acuerdo cerrado con ERC para que vuelva a ser presidente. Los republicanos lo confirman pero no dan pistas para saber si aceptarían una investidura ausente del president. Los hombres y mujeres de Puigdemont mantienen que se respetará el reglamento, pero los letrados del Parlament ya han dejado claro que las normas no son un chicle y no pueden estirarse hasta donde convenga.

Los independentistas controlan el Parlament con cuatro de siete asientos en la mesa. Se lo entregaron las urnas, pero no deben caer en el error de Forcadell y pensar que el Parlament es suyo, porque eso no es lo que dictaminaron los votos.

Después de meses en que hemos asistido a confesiones judiciales y periodísticas de los protagonistas del procés haciéndose una enmienda a la totalidad de lo que hicieron desde el mes de octubre, aceptando la ilegalidad del referéndum, incluso llegando a decir que el único válido sería el que convocase el gobierno español, calificando de simbólica la independencia, renunciando a la unilateralidad, ha llegado el momento de comprobar si era arrepentimiento sincero o mera estrategia.

Puigdemont de momento ha rechazado el enfrentamiento y junto a sus cuatro exconsellers huidos no ha pedido la delegación de sus votos, evitando el primer recurso al Constitucional de la legislatura. Veremos si es un cambio de estrategia o un paso atrás para coger impulso.

Cataluña necesita serenidad, mesura, concordia, normalización, diálogo, consenso, acuerdo, y eso es lo que se va a decidir en los próximos diez días. Ese es el tiempo para preparar la investidura de un presidente para la Generalitat, pero Cataluña se juega mucho más que un presidente, se juega su futuro, su esperanza, si decide mirar adelante o seguir lastrado al pasado, todo esto es lo que se decidirá el 31 de enero. Si importante es el quién, más puede ser el como.

En la constitución del Parlament su nuevo presidente ha prometido política y eso es lo que demandan los tiempos. Una política para la que ya está inhabilitado Carles Puigdemont y toda una generación quemada por la DUI, tanto en Cataluña como en Madrid . Es necesario que surjan caras nuevas, quizás como la de Roger Torrent, que vuelvan a la ley y a la bilateralidad, capaces de articular alternativas a planes agotados, que no cierren puertas sino que abran ventanas, que no excluyan sino integren, que no usen banderas sino escobas para empezar a construir una Cataluña y una España más limpia, más justa y más libre, que ya se ha perdido demasiado tiempo.

2018, incierto y peligroso

Pasados los clásicos buenos deseos del año nuevo, 2018 arranca con negros nubarrones en el horizonte. La semilla del odio sembrada durante los últimos tiempos está empezando a germinar en demasiados lugares y el año nace con más dudas que certezas.

La situación en Cataluña que ha marcado todo en los últimos meses en nuestro país, lo seguirá haciendo, sin que nadie sea capaz de decir hoy si el peor laberinto de la democracia española tiene salida. Los culpables de la situación actual, Puigdemont y Rajoy, vuelven a ser los encargados de buscar una solución que hoy parece aún más lejana que el 27 de octubre o el 21 de diciembre.

Puigdemont desde Bruselas sigue aumentando el tamaño del disparate y espera ser reelegido president sin regresar a Cataluña. Rajoy sigue instalado en su búnker de Moncloa sin moverse o proponer nada más allá del artículo 155, que lejos de solucionar nada ha complicado más el problema.

Con cuatro diputados electos huidos y otros tres en prisión, el 17 de enero se constituirá el nuevo Parlament con la nueva mayoría independentista en el aire. Diez días después, Cataluña debería tener un nuevo presidente y hoy no hay nada claro. Se está más a expensas de la justicia que de la política, de los jueces que de la voluntad de los ciudadanos. Seguimos pues instalados en una anormalidad democrática de incalculables consecuencias. Si 2017 fue el año de la DUI y el 155, no se pueden volver a repetir los errores. Unos tienen que comprender el camino a ningún sitio que supone la vía unilateral, y otros darse cuenta que su falta de ideas y proyecto para Cataluña solo conducen a más tensión y confrontación.

Si el año pasado teníamos un problema, éste tenemos un drama. Con la sociedad fracturada en dos mitades, con una situación política cada vez más polarizada, con los radicales de uno y otro signo cada vez más protagonistas y las imágenes de las cargas policiales del uno de octubre, los escraches a las fuerzas de seguridad o lo gritos de “a por ellos” aún en el recuerdo, todos los escenarios están abiertos en Cataluña, sobre todo cuando las peores bestias del nacionalismo y del fascismo han empezado a enseñar la patita en un polvorín al que afortunadamente aún no ha llegado la chispa definitiva pero en cualquier momento podría prender.

En esta España de banderas en los balcones y de patrias por encima de personas, el fantasma que parecía definitivamente enterrado de esa ultraderecha fascista ha vuelto a renacer. No es un fenómeno español, al revés, aquí es casi el último país de Europa en renacer. En Alemania es ya la tercera fuerza política en un país especialmente simbólico y que parece abocado a repetir elecciones si no hay acuerdo de última hora entre Merkel y los socialdemócratas. En Austria son ya el partido de gobierno. En la siempre convulsa Italia, con elecciones en marzo, el fantasma de la Liga Norte y la ingobernabilidad vuelven a estar más presentes que nunca.

No parece que el año que acaba de comenzar vaya a ser un buen año para esta Europa que acabará en 2018 con los incentivos a las economías del sur, al dar por concluida la crisis. Los beneficios de las empresas y los PIB de los países vuelven a niveles precrisis, aunque los trabajadores españoles o griegos parecen condenados a la pobreza eterna, menos mal que Portugal resiste a esta dictadura de los mercados y muestra otro modo de hacer las cosas. En España parecemos resignados a que trabajar no signifique poder tener una vida digna como hace apenas unos años. La pobreza y la desigualdad se han cronificado para vergüenza de nuestros gobernantes.

Con un caldo de cultivo propicio para el auge de la ultraderecha, ésta, gobierne o no, ya ha triunfado. Es la ultraderecha la que lleva marcando la agenda de la Unión desde hace demasiado tiempo y el ritmo se acelera. De ahí la inhumanidad y los incumplimientos en materia de refugiados, o en política social, o en seguridad, o en defensa de los derechos y libertades.

2018 volverá a ser un año en el que seguiremos contando muertos en el Mediterráneo y horrores en Siria. Si en 2017 descubrimos la venta de nuevos esclavos en Libia, solo hay que esperar para descubrir la nueva aberración que nos conmocionará unas horas y olvidaremos en un día también este año.

El terrorismo yihadista volverá a ser la gran amenaza para la seguridad, fundamentalmente en los países árabes, aunque será cuando golpee a occidente cuando nos vuelva a dejar en shock. Responderemos con nuevos bombardeos y nueva violencia que retroalimentará ese círculo vicioso de la muerte en el que algunos se sienten cada vez más cómodos.

2018 será el segundo año de la era Trump. Tal y como ha ido el primero debemos estar preparados para emociones fuertes. Israel y Palestina, Irán, Corea del Norte, en cualquier lado podría esconderse el apocalipsis.

Son muchos los retos a afrontar y poco el tiempo que nos queda por delante por ejemplo en cuestiones como el cambio climático. Quizás estemos ya fuera de plazo para poder enmendar las consecuencias de la mayor amenaza para la Tierra en los próximos años. La sequía se convertirá en un problema de primera magnitud en España en los próximos meses. Veremos si no volvemos a batir récords de temperatura y tendremos que seguir a expensas del primo de Rajoy.

Hablando de Rajoy, veremos si a lo largo de este año descubrimos quién es ese tal M. Rajoy de los papeles de Bárcenas.

Será un año trascendental para la izquierda en España. Pendiente de lo que suceda en Cataluña, PSOE y Podemos deberán aclarar si piensan poner en pie una alternativa de gobierno, o si una consolidación al alza de Ciudadanos en toda España, meterá al país en una sucesión de gobiernos conservadores para las próximas décadas. Todo eso se decidirá en este 2018, un año que en principio no es electoral, pero con un PP sin soluciones para la crisis territorial, social e institucional que vive España, cercado judicialmente por la corrupción, sin presupuestos y con una situación descontrolada en Cataluña, cualquier cosa podría suceder.

Muchos han calificado el año 2017 como el año de las mujeres tras la campaña “me too” contra el acoso y los abusos sexuales, me conformaría con que ese fuese el apelativo que se pudiese aplicar al 2018, el año de la mujer. Solo con ello se podría considerar un buen año, con que acabasen los asesinatos de mujeres a manos de sus parejas, los abusos sexuales y laborales o la discriminacion. 2018 debería ser el año de la igualdad real.

Son muchas las incertidumbres y los peligros a sortear. Esperemos que dentro de 365 días el pesimismo de este inicio de año se pueda transformar en optimismo, la precariedad y la pobreza en esperanza, o la desigualdad en justicia, solo con eso, habríamos vivido el mejor año de nuestras vidas, ojalá.

2017, un año de excepción

El año que hoy se acaba ha sido un año excepcional en el peor sentido de la expresión. Han sido 365 días vividos en estado de excepción y a golpe de sobresalto. Una declaración unilateral de independencia, la aplicación del artículo 155, un presidente de comunidad y medio gobierno huidos a Bruselas tras ser cesados, el otro medio en la cárcel, un presidente del gobierno que convoca elecciones y queda reducido a la irrelevancia y vuelven a tener mayoría los independentistas que declararon la independencia y vuelta a empezar.

Cataluña ha marcado este año en España. Ha sido el año del disparate. La imperfecta democracia española ha tenido que hacer frente a su mayor desafío y de momento ha fracasado. Ni la política, ni el diálogo, ni la negociación han servido, y ha habido que recurrir a la fuerza y a los hechos consumados. La DUI y el 155 han sido el resultado del choque de trenes anunciado desde hace años y consumado en este 2017. Cataluña se ha fracturado socialmente y su clase política han decidido gobernar solo para la mitad de su población. Desde Madrid no se ha sabido responder al desafío y Rajoy nunca debió permitir llegar a la situación en que nos encontramos. Han sido toneladas de mentiras, un ciclón de incompetencia y un tsunami de irresponsabilidad que probablemente nos han traído a despedir el año en el momento de mayor incertidumbre de nuestra historia reciente. Con la semilla del odio germinando y el nacionalismo y el fascismo volviendo a ser protagonistas.

Un referéndum ilegal, plenos en el Parlament esperpénticos y ahora unas elecciones autonómicas, que lejos de solucionar nada, nos han colocado en una situación explosiva. Una mayoría absoluta independentista que depende de cinco diputados electos huidos y otros tres en prisión, un president que pretende ser reelegido por vía telemática y un pueblo roto, enfrentado y con la paciencia al límite de su resistencia, rehén de la irresponsabilidad y el tacticismo de unos políticos que los están conduciendo un paso más allá del borde del abismo.

Que bien les ha venido a los inquilinos de La Moncloa y la Generalitat el monotema de la independencia para olvidar otros asuntos como la corrupción. Y es que este año de excepción ha traído la primera declaración de la historia de un presidente del gobierno de España como testigo ante un tribunal en un juicio por corrupción. Fue en el primer juicio del caso Gürtel que volvió a deparar jugosos titulares.

2017 fue el año en que estalló el caso Lezo añadiendo más basura a la gestión del PP en comunidades como Madrid, el año en que se confirmó la causa penal contra los populares por la destrucción de los ordenadores de Bárcenas, el año en que el caso Pujol reveló toda su podredumbre o en el que comenzó el juicio de los ERE. Pero sobre todo fue el año en que las investigaciones de diferentes casos de corrupción confirmaron los sobresueldos a un tal M. Rajoy, que a punto de acabar el año, aún se desconoce quién es. Que bien han sabido utilizar algunos las banderas, ni los magos para ocultar sus trucos.

Un año en que el presidente del gobierno ha seguido viviendo de lo mal que lo hacen los demás. La debacle de la izquierda en las últimas elecciones catalanas no ha sido más que la confirmación de un año para olvidar. 2017 ha sido el año del regreso de Pedro Sánchez a la secretaria general del PSOE tras las primarias más cruentas de su historia. La derrota de Susana Díaz fue clamorosa, y el ridículo del aparato del partido histórico. El regreso de Pedro Sánchez ha dejado a los socialistas en proceso de reconstrucción de un proyecto político que aún deberá madurar mucho para convertirse, como pretenden, en alternativa a una derecha que permitieron gobernar.

Este ha sido el año del Congreso de Podemos que definitivamente rompió la inocencia que pretendía vender la formación morada. Perdida la oportunidad de desalojar a Rajoy de La Moncloa en marzo de 2016 el partido de Pablo Iglesias parece haber emprendido un descenso que de momento no parece tener suelo. Pero este año ha sido el de los entrenamientos internos, el de la ambigüedad frente al independentismo, el de la política de fuegos de artificio como la moción de censura unilateral, y el del proyecto político por definir. Todo estalló con las elecciones catalanas, donde pretendían convertirse en el eje decisivo sobre el que pivotase la solución al conflicto catalán, y han quedado condenados a la irrelevancia.

La única fuerza política que acaba el año sonriendo es Ciudadanos tras su triunfo histórico pero inútil en Cataluña. La formación naranja, condenada todo el año a ser la muleta de un PP en minoría en el gobierno, puede marcarse como propósito de año nuevo extender su éxito en Cataluña al resto del país y ser el relevo de un PP agotado como referencia de la derecha española.

2017 ha sido un año de excepción. Con una sequía pertinaz que amenaza con ser aún más grave que la de los años 90, con incendios tremendos como el de Doñana o los terribles que arrasaron Portugal, incendios que se extendieron hasta el mes de octubre en Galicia. Ha sido el año más cálido desde que tenemos datos. El cambio climático empieza a mostrar todos sus efectos con absoluta crudeza mientras los gobernantes siguen mirando para otro lado.

El primero el “patán” que se convertía en los primeros días del año en el hombre más poderoso de la tierra. Donald Trump ha sacado a EEUU del acuerdo sobre cambio climático de Paris. Ha sido solo una de sus erráticas medidas que han conducido al mundo a una situación de extrema gravedad, por ejemplo reconociendo Jerusalén como capital de Israel, o con las amenazas y aumento de tensión con Corea del Norte abriendo una nueva etapa de escalada armamentista.

El año es tan excepcional que hasta en Alemania no han conseguido formar gobierno después de unas elecciones. El Brexit ha seguido sembrando dudas sobre el proyecto europeo. Asistimos preocupados por la deriva autoritaria de Maduro en Venezuela, pero surgen nuevo focos de preocupación en Latinoamérica como la Argentina de Macri, con más de 700 muertos por la represión frente a las protestas ciudadanas, o en Honduras, obligados a repetir elecciones entre acusaciones de fraude.

En este año de excepción, Irak ha anunciado su victoria frente al ISIS, en Siria ha caído Raqqa el feudo del DAESH, sin embargo esto no ha podido evitar que 2017 haya sido un año más de muerte y terror en Barcelona y Cambrils, en Londres o Manchester, pero sobre todo en la propia Siria o Irak donde han seguido los atentados terroristas, o en Yemen o Afganistan donde el horror ha continuado.

2017 ha sido un año tan excepcional que a España han llegado 27.000 inmigrantes huyendo de la miseria y la guerra, casi el doble que en 2016. Cifras oficiales sitúan en más de 200 los muertos cruzando el Estrecho, el triple que en 2016, aunque las cifras reales nunca se conocerán. Y eso que este año ha sido “bueno” en el Mediterráneo con solo 3.000 personas ahogadas frente a las 5.000 del año pasado. Una auténtica vergüenza para esta Europea insolidaria e inhumana.

Otra excepción que afortunadamente se ha producido en este 2017 es que la sociedad se ha revuelto y ha empezado a vomitar desprecio contra aquellos indeseables que acosan y abusan de las mujeres. El caso Weinstein ha puesto en el centro del debate la situación que viven todos los días millones de mujeres que han tenido que soportar a tipos repugnantes cometiendo delitos hasta ahora silenciados. Un avance, no hay duda, que todos estos casos salgan a la luz, pero todavía queda mucho por lograr en la defensa de los derechos de las mujeres. Este año ha sido el del juicio de La Manada con los intentos de criminalización de la víctima, y en el que otro medio centenar de mujeres han sido asesinadas por sus parejas, muchas de ellas después de denunciar a sus asesinos sin que las autoridades fuesen capaces de garantizar sus seguridad. El año se cierra con la firma, por fin, del pacto de estado contra la violencia machista, esperemos que ahora sí el gobierno pase de los golpes de pecho a restaurar los recursos recortados en esta materia y ampliarlos para garantizar la seguridad de las mujeres.

Incluso en este año de excepción hay cosas que no han cambiado. Los sueldos siguen perdiendo poder adquisitivo y por tanto España sigue siendo un país con casi 13 millones de personas en riesgo de pobreza, muchos de ellos con un trabajo que sigue siendo precario y mal pagado. Han seguido muriendo dependientes a la espera de ser evaluados. Se siguen degradando servicios públicos como sanidad y educación que solo mantienen su dignidad por el extraordinario esfuerzo de sus profesionales, por ejemplo en unas urgencias saturadas. Eso sí, el año ha sido bueno para las grandes empresas que han aumentado beneficios, y para los bancos, el Santander compró el Popular por un euro, menos que dos barras de pan.

Esperemos que las doce campanadas se lleven la pobreza, la injusticia, la desigualdad, la insolidaridad, la tristeza, el odio, el radicalismo, los abusos, el machismo, la violencia, la desesperanza y la corrupción. Así sí podríamos desear un Feliz Año Nuevo.

21D, ganó Arrimadas, venció Puigdemont, Rajoy humillado

Decía mi abuelo que todo lo que pueda empeorar acabará empeorando, es lo que ha sucedido en Cataluña. Nos vendieron que la aplicación del artículo 155 había normalizado la situación, que la legalidad había sido restablecida y los independentistas “descabezados”. Las elecciones frenarían el separatismo y devolverían la estabilidad.

Han pasado las elecciones y donde teníamos un problema político ahora tenemos tres. El problema político sigue, con la mayoría absoluta independentista, y se ha sumado un problema judicial, con procesos en marcha contra muchos de los candidatos electos y ocho de ellos huidos o en prisión, y un problema institucional, con el aumento de la inestabilidad y la incertidumbre sobre cómo recogerán sus actas, como se compondrá el nuevo Parlament y el nuevo Govern, como se gobernará Cataluña, hasta cuando aplicar el 155. Lo dicho, todo lo que puede empeorar, empeorará.

Mariano Rajoy ha sido el gran derrotado. Su irresponsabilidad desde la jefatura de la oposición y del ejecutivo ha sido fundamental para el modo como se ha ido complicando la situación en Cataluña. Su inacción, su mirar para otro lado ignorando el problema, la instrumentalización en beneficio propio, su incompetencia para no saber afrontarlo por vías políticas y de diálogo y su último recurso a la fuerza y a la imposición ha sido penalizado por los catalanes.

El presidente del gobierno deberá afrontar este agravamiento de la situación en Cataluña desde una posición de debilidad. Su partido ha sido el menos votado del Parlament, ha perdido el grupo propio y compartirá grupo mixto con la CUP. Con una fuerza política residual en Cataluña, ha perdido toda autoridad moral para liderar cualquier solución. Los catalanes le han dejado claro a Rajoy que él es el problema y ahora deberá demostrar si prefiere su supervivencia política o evitar el desastre al que nos encaminamos marchándose y adelantando elecciones.

En el haber de Rajoy también hay que poner el convertir en mártires de la libertad a Puigdemont y Junqueras. Tras sus deslealtades, ilegalidades y mentiras, el artículo 155 les ha elevado a los altares de los soberanistas apelando a los sentimientos y al agravio institucional. La humillación del rival ha hecho que sus partidarios se revolviesen desde la rebeldía y les regalasen una mayoría que no merecen y que será perjudicial para Cataluña y para España.

“La Republica Catalana ha vencido a la monarquía del 155” es el resumen de Puigdemont y de los independentistas de lo sucedido ayer. Les ha funcionado haber centrado el debate en un falso libertad frente a represión, legitimidad frente a legalidad. Ha quedado claro que la estrategia de la imposición ha fracasado y que la solución sólo puede llegar, si aún es posible, por la vía de la seducción.

El mayor éxito del soberanismo es el mayor fracaso de la sociedad catalana. La polarización, la fractura en dos mitades irreconciliables y que a día de hoy caminan por líneas paralelas que no se encontrarán nunca. Eso en el mejor de los casos, cuando no por líneas diagonales que se alejan.

Esa polarización se ha llevado por delante y ha dejado sin espacio a los partidos que abogan por terceras vías o ruptura de bloques como el PSC o Cataluña en Comú. Vuelve a ser una CUP hundida pero no tocada la que volverá a tener la sartén por el mango y volverá a actuar como el guardián de la ortodoxia de la unilateralidad.

La ambigüedad y la indefinición de los socialistas y la marca catalana de Podemos, sus vaivenes y sus discordancias internas también han contribuido a que sus expectativas se hayan visto defraudadas.

Es verdad que Ciudadanos ha ganado las elecciones y que su victoria es tan histórica como inútil. Por primera vez un partido constitucionalista gana a los nacionalistas, pero el premio gordo esta vez no lleva premio, no conlleva gobernar. Las apelaciones al voto útil no parecen haber sido demasiado útiles.

Es curioso, pero la mayoría del Parlament no será la independentista, sino la de las fuerzas conservadoras con 74 escaños, muy por encima de las fuerzas progresistas con 59. La izquierda se lo debe hacer mirar.

Sus luchas cainitas, su falta de entendimiento, sus peleas fratricidas, sus distracciones en temas que no son lo importante y lo que la ciudadanía necesita, su seguidismo de la derecha, lo están pagando muy caro. Y en esto no hay diferencias. Le pasa a las fuerzas constitucionalistas y a los independetistas. Ciudadanos ha capitalizado el voto de los hartos con el procés en detrimento de las soluciones del PSC y los comunes. Y Puigdemont le ha demostrado a Ezquerra y a la CUP que la independencia es un invento de las élites y la burguesía y que ellos están para poner a los “machacas” en la calle y aguantar los sacrificios mientras otros van a la ópera en Bruselas.

Se esperaba algo de luz y la oscuridad es más intensa. La Republica, las banderas, las naciones seguirán marcando el debate los próximos meses. La gente seguirá sin importar. Anoche mientras regresaba al hotel, apenas diez minutos andando desde donde cerré la noche electoral, veía cajeros automáticos abarrotados de gente durmiendo, gente sobre cartones en el parking a donde acompañé a mi cámara y durante todo el recorrido, pero nada, sigamos ondeando esteladas y no inventemos artículos 155 contra la pobreza y la desigualdad.