Andalucía, cambio histórico, cambio histérico.

Juan Manuel Moreno disfruta hoy de la toma de posesión como presidente de Andalucía. Probablemente ni en el mejor de sus sueños en los últimos seis años habría imaginado un despertar como el de hoy. Con el peor resultado electoral de toda la historia de su partido y siendo el gran derrotado en porcentaje de votos en las elecciones del dos de diciembre, Juan Manuel Moreno ha escrito la página más destacada de la historia política de Andalucia en 36 años. Juan Manuel Moreno es el hombre que ha puesto el punto y final a casi cuatro décadas de socialismo en Andalucía y el protagonista de un cambio para la historia.

El nuevo presidente andaluz no ha abierto las puertas de la historia por méritos propios. Se lo debe a la irrupción de la extrema derecha por primera vez en un parlamento autonómico desde el final de la dictadura. Es Vox quien permite a Juan Manuel Moreno protagonizar un cambio histórico y el carácter de la formación ultraderechista amenaza desde el primer día con convertir ese cambio en histérico.

Vox será necesario para aprobar todas las decisiones del nuevo gobierno. Y la formación de Francisco Serrano no ha perdido ni un segundo en recordarlo desde la misma sesión de investidura. “El cambio ha sido posible gracias a nosotros”, repiten una y otra vez los ultraderechistas. Moreno gobernará con esa espada de Damocles sobre su cabeza.

Desde el PP insisten en que tienen un pacto de gobierno con Ciudadanos y un acuerdo de investidura con Vox. Sin embargo el socio de gobierno, Ciudadanos, no se siente concernido por el acuerdo con Vox. Todavía no ha tomado posesión Moreno y tanto la formación naranja como los ultraderechistas han amenazado con volver a las urnas.

Desde la salida de Blas Piñar del Congreso de los Diputados a mediados de los 80, la extrema derecha había sido un rincón residual para nostálgicos en la política española. Pero la brutal crisis de 2008, la globalización y un mundo en permanente evolución, que está dejando a mucha gente atrás e inoculando el cáncer de la desigualdad en nuestras sociedades, ha sido el queroseno que ha hecho despegar a Vox. Ya lo había hecho en Grecia con Amanecer Dorado, en Alemania o Francia con Alternativa por Alemania o los Le Pen. Ya había dado sus grandes zarpazos con el Brexit o Trump, y ahora con Bolsonaro en Brasil o Vox en Andalucia, confirman la derechización y radicalización a nivel planetario.

El miedo a un mundo abierto ha hecho que se pidan más muros. El miedo explica el éxito de estas formaciones de ultraderecha, también en Andalucía. El miedo al diferente, el miedo a las mujeres empoderadas, el miedo a un Andalucia orgullosa de si misma, el miedo a una educación libre, el miedo en definitiva a la libertad y la democracia por parte de aquellos que no entienden, ni están dispuestos a asumir los riesgos de un mundo cada vez más diverso, más mestizo, más global y más amplio, que no tiene nada que ver con todo lo conocido hasta la fecha y asusta al girar más rápido que nunca.

De este partido que cuestiona la existencia misma de las Comunidades Autónomas, las leyes de igualdad y de protección de las mujeres, que igualan todas las violencias para diluir conceptos como la violencia machista, que son partidarios de que las niñas vistan de rosa y los niños de azul, que rechazan por ideológicas las leyes LGTBI o de memoria histórica, que piden eliminar las señas de identidad de Andalucía como realidad nacional y que son partidarios de la educación segregada o de la expulsión de 52.000 inmigrantes irregulares, depende el futuro de Andalucía por mucho que PP y Ciudadanos se empeñen en desvincularse de esta fuerza de extrema derecha.

El PP ya ha asumido buena parte del discurso de Vox. No podían permitirse perder la oportunidad de no gobernar Andalucia tras décadas de fracasos. Pero desde hoy y durante todo el fin de semana en la convención de los populares en Madrid, tratarán de desmarcarse de la ultraderecha, porque son muchas las voces en el partido que no tienen clara la estrategia de Pablo Casado de hacer seguidismo de los de Abascal.

Más complicado lo tiene Juan Marín y Ciudadanos. Tras cuatro años siendo el báculo del PSOE en Andalucía, la expulsión de Susana Díaz de San Telmo les ha hecho entregarse en brazos de la ultraderecha en una operación muy arriesgada. Ciudadanos finalmente no presidirá el gobierno como pretendía, forma un pacto de perdedores que siempre criticó, se empareja con los extremistas y populistas con lo que deja en evidencia su discurso en Cataluña contra el independentismo o contra Sánchez a nivel estatal, y todo ello con unas elecciones autonómicas y municipales en cuatro meses y quien sabe si generales a la vuelta de la esquina.

Está claro que Juan Manuel Moreno pilotará un cambio histérico que tratará de conducir con políticas que unan a todas las derechas y logre un equilibrio en permanente riesgo. Esto puede comprometer los avances sociales de las últimas décadas. Eliminación del impuesto de sucesiones que beneficia al 0,7% de los andaluces más ricos que heredan más de un millón de euros y reduce los recursos para servicios públicos, acabar con las subastas de medicamentos que han quitado a las grandes farmacéuticas de su balance de beneficios cientos de millones de euros en estos años o potenciar la educación concertada e incluso segregada que devolverá privilegios perdidos a la Iglesia.

Moreno tendrá que decidir si pone en marcha un gobierno o una venganza, si hace suyos términos como cortijo, régimen o chiringuitos, que curiosamente se utilizan en Andalucía pero nunca en Castilla León, La Rioja o Murcia. Si sigue considerando enchufados a los 270.000 empleados públicos andaluces o constata que 95.000 maestros y 96.000 médicos y enfermeros son insuficientes para la mayor comunidad de España. Deberá valorar la utilidad de los 209 entes instrumentales, adelgazados su número en 160 durante la última década, y si la grasa de la tan cacareada administración paralela es de la mala, que tapona las arterias, o de la buena, que engrasa la maquinaria de la administración. El cambio no será fácil, pero los últimos discursos de Moreno en tono conciliador han sido positivos.

Al margen de los equilibrios histéricos que marcarán la legislatura, el cambio no hay duda, es histórico. Por primera vez no lleva el presidente de Andalucía que toma posesión el carnet del PSOE en el bolsillo. Los socialistas han perdido la Junta por incomparecencia. Siguen siendo el partido hegemónico, pero han perdido la condición que les aseguraba el gobierno todos estos años, ser el partido que mejor conocía Andalucía. El PSOE se ha desconectado de la realidad de esta tierra en los últimos años y ha desmotivado y quitado la ilusión a un electorado que se quedó en casa. Disputas internas, estrategias fallidas, sensación de fin de ciclo, parálisis de la acción de gobierno, personalismos exagerados, burocrátización y aburguesamiento, que ha llevado a la corrupción en la gestión por acción o por omisión y una situación nacional explosiva con el independentismo en Cataluña, formaron la tormenta perfecta para un vuelco histórico.

Ahora será la propia Susana Díaz y los socialistas los que decidan si Andalucía es Castilla La Mancha, y este paréntesis dura cuatro años, o es Madrid y la vuelta al gobierno va para largo. Para ello se deberá recomponer ese cordón umbilical que convertía al PSOE andaluz en el instrumento perfecto para el desarrollo de una tierra históricamente olvidada y que nunca ha sido Hamburgo, por mucho que algunos se agarren a las estadísticas macroeconómicas en una región que hace apenas treinta años tenia un tercio de analfabetismo, trabajaban poco más de un millón y medio de personas y exportaba por unos 1.000 millones de euros. Hoy es una de las comunidades con más titulados universitarios, aunque sigue liderando el ranking de fracaso escolar, tiene tres millones de afiliados a la Seguridad Social, aunque los datos de paro son insostenibles y exporta bienes por 31.000 millones de euros, aunque la industria sigue siendo su reto pendiente. Pero los amantes de las estadísticas se olvidan de que Andalucía es la comunidad que ha visto en estos años aumentar un 30 por ciento su población, mientras otros territorios, siempre mejor tratados desde Madrid, han tenido crecimientos irrisorios o incluso tienen que atender a menos población.

En definitiva, Andalucía abre un nuevo tiempo donde es necesario más que nunca el andalucismo humano de Blas Infante o el ingenio inagotable de Federico García Lorca. Y curiosamente desde San Telmo se olviden de buscar sus restos en cunetas ochenta años después de ser fusilados por pistoleros falangistas al considerar que nos enfrenta. Un cambio donde será necesaria la hondura de Maria Zambrano mientras se cuestiona el feminismo, donde habrá que tirar de la sensibilidad de Juan Ramón Jiménez mientras se hace bandera de la caza y la tauromaquia. Un cambio que debería tener la verdad de Machado y sin embargo reinan las fake news, el trazo de Picasso y se dibuja con brocha gorda, la delicadeza de Alberti o la musicalidad de Falla y viene envuelto en crispación y ruido.

Solo queda confiar en que el cambio sea a mejor, por Andalucía libre, España y la Humanidad. Y si no es así, los responsables que lo paguen.

Auschwitz

Auschwitz ya no es un lugar. Es un escalofrío, un estigma, la herida más purulenta en la historia de la humanidad. Se han cumplido 70 años del día en que el mundo se dio de bruces con el horror de los campos de exterminio nazis. Los periódicos y los programas de noticias se han vuelto a llenar con las imágenes de los supervivientes. Me ha impresionado que 70 años después los ojos de aquellos niños, de estos ancianos, siguen reflejando un sufrimiento, un horror, imposible de olvidar.

Hace años tuve la oportunidad de visitar Auschwitz. Todavía me estremezco. No hay lugar por el que haya pasado que se le pueda comparar. Ni en el Sarajevo de los cementerios llenos de odio religioso y étnico, ni en el Afganistán del fanatismo talibán, ni en el Iraq de las fosas comunes y los bombardeos, he tenido una sola sensación comparable a aquella mañana de septiembre en mitad de Polonia. Todavía siento, como si fuese hoy, las miradas clavadas de todos aquellos hombres y mujeres convertidos en espectros, fotografiados días antes de su muerte, y que hoy, colgados en las paredes de las oficinas del campo, son el testimonio de las aberraciones de las que son capaces algunos seres inhumanos. Les quitaron la vida, pero lo que buscaban sus asesinos era despojarlos de todo resto de dignidad. Los supervivientes estos días nos han enseñado que también en eso perdieron los criminales. La dignidad siempre está del lado de las víctimas, el desprecio y el asco del de los verdugos.

En Auschwitz, el horror se toca en cada una de las esquinas de esos siniestros barracones, se ve en los hornos crematorios o en los escombros de las cámaras de gas, se escucha en un silencio lleno de gritos, se huele en un aire que se ha llenado de muerte para siempre, y se llega a paladear en cuanto se cruza la puerta de ese gigantesco espacio de barbarie y sufrimiento.

Auschwitz se ve en silencio, porque nadie es capaz de articular palabra cuando entra en el infierno. Me llamó la atención que el campo estaba lleno de jóvenes estudiantes con banderas de Israel. Imaginé los sentimientos de esos chavales cuyos abuelos les contaron el horror por el que ellos ahora paseaban, y pensaba si llegará un tiempo en que los jóvenes no tengan que contar a sus nietos historias de odio sino de esperanza. Y lo reconozco, y siento cierta vergüenza, la única mueca de cierta satisfacción aquella mañana fue ante la horca en que fue ajusticiado Rudolf Höss en 1.947.

image

Casi 4.500 españoles murieron de hambre, de frío, reventados a golpes, exhaustos tras jornadas eternas de trabajos forzados, o por el capricho de los sádicos guardianes, en los campos de concentración donde fueron abandonados a su suerte por la dictadura franquista.

4.500 triángulos azules con una “S” en medio con los que se marcaba a los prisioneros españoles. 4.500 triángulos azules que deberíamos tener grabados en la mente todos los españoles para no olvidar y reclamar una justicia que 70 años después sigue sin llegar.

Tampoco la democracia ha sabido pagar la deuda de memoria, dignidad y justicia que el país tiene con estos héroes de la libertad. No es extraño que esto suceda en una nación que permite homenajes a los miembros de la División Azul que lucharon junto a los carceleros de Auschwitz, que tiene al dictador enterrado bajo una gran cruz que construyeron los esclavos de otros campos de concentración, o que tiene a psicópatas criminales, del nivel de Rudolf Höss, como Queipo de Llano, enterrados en lugares tan destacados como la Basílica de La Macarena en Sevilla sin que nadie se muera de vergüenza.

España es un país que sigue teniendo un Auschwitz en cada cuneta, donde siguen enterrados miles de españoles asesinados, como en Polonia, por el odio y la sinrazón fascistas, sin que ningún gobierno de este país haya movido un dedo por recuperarlos.

La memoria no es un vestigio del pasado, sino un reto del presente. Un pueblo que no es capaz de cerrar con justicia sus heridas más profundas nunca recuperará el cicatrizante de la dignidad.

Seria profundamente injusto tener que esperar cinco años, hasta el 75 aniversario de su liberación, para volver a recordar el horror de Auschwitz.

Auschwitz debe estar en la memoria de los europeos, cada día, cada minuto, para frenar amenazas como el Frente Nacional en Francia o Amanecer Dorado en Grecia. El espectro del fascismo vuelve a dejarse sentir en un continente que ya ha sufrido bastante. Solo teniendo presente el horror de Auschwitz, y todos los Auschwitz que en el mundo han sido, tendremos la fuerza suficiente para que nunca más se vuelva a levantar un trozo de infierno en la tierra.