Cuatro años sin urnas, aprovechémoslo.

Pasaron las elecciones generales, municipales, autonómicas y europeas, y hemos sobrevivido. No era fácil. Han sido tres elecciones generales en cuatro años, elecciones andaluzas, vascas, gallegas, catalanas a una media de una por año, y los españoles siguen en pie. Ha sido una sobredosis de campañas electorales, de carteles y eslóganes, de sobreactuación y postureo, de crear problemas y no solucionar ninguno, de crispación y debates. Son cuatro años que ningún país serio podría soportar si no fuera por el estoicismo del pueblo español.

Pero todo pasa, lo bueno y lo malo, y las urnas han cerrado, en principio para cuatro años. Eso quiere decir que se abre un nuevo horizonte para hacer política y no confrontar con la política, para solucionar problemas que llevan abandonados cuatro años y tirar de altura de miras, sentido de estado y responsabilidad, en lugar de supeditarlo todo a la estrategia y el tacticismo en que llevamos instalados desde 2015.

Un nuevo horizonte en que es obligatorio recuperar la estabilidad perdida y encontrar la serenidad y el sosiego que tanto se ha echado de menos en los últimos años en la vida política. Los españoles han hablado, han repartido escaños, han puesto a cada uno en su sitio y ahora son los gobernantes los que deben demostrar estar a la altura, algo que no han hecho en los últimos cuatro años.

El mensaje de los españoles ha sido claro. Han dado la hegemonía política al PSOE, que casi duplica en escaños a la segunda fuerza en el Congreso, ha multiplicado concejales y alcaldes y le ha dado la mayoría en 11 de las 17 Comunidades Autónomas. Pero el encargo fundamental es el diálogo, el entendimiento. Los españoles quieren que las diferentes fuerzas políticas hablen, cedan, transijan y encuentren caminos consensuados por los que seguir avanzando.

Esa es la principal obligación del presidente del gobierno si quiere seguir siéndolo. Pedro Sánchez es un superviviente, que ha sabido mantenerse a flote a contracorriente y ha acabado impulsado por una ola de esperanza para que capitanee un nuevo tiempo de respeto, limpieza y justicia que no puede traicionar. Él será el encargado de liderar un tiempo nuevo, que busque la mayor estabilidad política, que fortalezca un Estado que tendrá que afrontar enormes desafíos en los próximos meses y que recupere la convivencia y el respeto dañados con el auge del neofascismo y el nacionalismo.

Sánchez tendrá que contar con todos, será responsable de buscar los mayores acuerdos posibles, de quitar tensión y añadir sentido común a la vida pública. Pero dos no se entienden si uno no quiere. Y ahí PP y Ciudadanos deberán ser actores imprescindibles.

El PP se ha desmoronado con el peor resultado de su historia en unas generales y ha dejado de ser la fuerza hegemónica en feudos donde los treintañeros no recordaban ganar a otro partido que no fueran los populares como Madrid, Castilla y León o La Rioja. El consuelo es agarrarse a gobiernos de perdedores de la mano de la extrema derecha para convertir en éxito una derrota.

El PP es el partido de gobierno de este país junto al PSOE. La estrategia de mimetizarse con la ultraderecha hasta ahora no le ha dado buenos resultados. Ha perdido votos en cada elección que se ha celebrado, han copiado un discurso radical, para competir por la barbaridad más grande, solo por asegurar gobiernos a costa de blanquear una ideología que sus colegas en Europa desprecian y aislan, demostrando lo mucho que le queda a la derecha española para asemejarse a una derecha moderna y europea.

Con Pablo Casado obligado a reforzar su liderazgo interno, y uniendo su destino a Vox para salvar los muebles en muchas comunidades, el PP parece descartarse como actor de sosiego, entendimiento y convivencia para el nuevo tiempo de la política española.

Sin elecciones en el horizonte, si necesidad de sobreactuar y marcar estrategias durante cuatro años, Ciudadanos tiene la oportunidad de recuperar el rumbo perdido desde hace un año, cuando justo antes de la moción de censura las encuestas les daban un 30% de los votos y les situaban en La Moncloa.

Desde entonces, ni Moncloa, ni sorpasso al PP y al revés, se han convertido en la tercera pata el tridente para salvar a un PP en decandencia y blanquear a la extrema derecha de Vox. Rivera debe decidir si quiere seguir siendo el lider agitado y efectista, que escucha el silencio, que se pone a rebufo de las víctimas del terrorismo por una foto en Rentería, o por un puñado de votos no duda en ser pirómano en Cataluña en lugar de bombero, o levanta cordones sanitarios al partido con mayor apoyo ciudadano mientras no duda en formar gobiernos sostenidos por un puñado de votos ultras, o por el contrario, quiere ser un líder útil y responsable, acepta jugar las cartas que le han dado los ciudadanos para buscar la estabilidad política, hacer posible gobiernos fuertes, transversales y abiertos que se dediquen a solucionar problemas y no solo a agravarlos. Rivera debe decidir si quiere convertir Ciudadanos en un partido de gobierno o limitarse a ser un mero agitador, sin capacidad de influencia como le pasó con la mayoría que le dieron los catalanes en las últimas autonómicas.

Con cuatro años por delante para hacer política y no solo para preparar estrategias y marcar rumbo según las encuestas, Ciudadanos está en una posición de privilegio para ser protagonista en España y no solo estrella invitada a la fiesta de PP y Vox. Ciudadanos es la verdadera fuerza decisiva para este tiempo nuevo.

No lo es Vox, la extrema derecha solo será lo que PP y Ciudadanos le dejen ser. Aislados, como en el resto de Europa, en España pueden verse reducidos al rincón que representan, si las otras dos fuerzas de derechas le dejan el centro de la escena, no hay duda alguna que aumentarán la polarización y la crispación en una carrera desesperada hacia la oposición más dura. El ambiente, como ha pasado, se volverá irrespirable.

La reflexión debe llegar también a Unidas Podemos, tras la debacle con los ayuntamientos del cambio y la perdida de todo el poder territorial construido durante los cinco años de vida del partido. Tras las generales, la formación morada parecía haber encontrado una línea con la que afrontar un futuro en el que dejar de dar miedo para ser un actor útil. Pero las municipales lo han cambiado todo. Los enfrentamientos, la fractura interna, la búsqueda de la pureza ideológica, los talibanes que reparten carnets de buenos y malos progresistas, obligan a Podemos a su refundación. Unidas Podemos ha dejado de ser un partido para convertirse en un sarcasmo, ni unidas, ni pueden.

El momento de la caída no puede ser más inoportuno, ya que Unidas Podemos está llamado a ser un elemento decisivo en la construcción de la nueva política que necesita este país acabado el ciclo electoral y con cuatro años por delante para mejorar la vida de la gente. Pablo Iglesias deberá meditar si no se ha convertido en un problema para los suyos, si en lugar de querer ser ministro no debería empezar a planificar un paso atrás que permita un nuevo impulso a su organización. No cabe duda que hoy son mucho más débiles para exigir ese gobierno de coalición que desean, al menos Iglesias.

Gobierno de coalición, acuerdo de gobierno, pacto de investidura, lo que sea, hay que ponerse ya manos a la obra para ganar ese horizonte de estabilidad y gobernabilidad porque los problemas están a la puerta, y cuanto más manos ayuden será mejor.

Puigdemont y Junqueras tendrán asiento en el Parlamento Europeo. El desafío soberanista tendrá un nuevo altavoz en Estrasburgo. Quizás sigamos pensando que suspendiendo a los parlamentarios electos, como en el Congreso, el problema desaparece. Pero una y otra vez dos millones de catalanes votan a sus representantes, y a dos millones de ciudadanos no se les puede suspender.

Y todo con la finalización del juicio de Procés a la vuelta de la esquina, y una sentencia en meses que puede volver a incendiar Cataluña. Un problema al que quizás haya llegado el momento de afrontar por vías políticas antes de que sea de verdad demasiado tarde, con toda la fortaleza del estado de derecho, pero también con toda la capacidad de diálogo y seducción para que las llamas no lleguen nunca a consumir lo importante.

Por si esto fuera poco, el Brexit se complica, Trump y China aumentan su guerra comercial, la economía mundial se resiente, Europa sigue sin rumbo. Desafíos todos que habrá que afrontar juntos, ahora con cuatro años por delante sin elecciones, aprovechémoslos y combatamos las insoportables cifras de pobreza, la falta de oportunidades para los jóvenes, la lacra de la desigualdad, la violencia contra las mujeres, la precariedad o el paro que ya va siendo hora.

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