2018: un año en el alambre

Ponemos el punto y final a 365 días en que los términos golpistas y fascistas han vuelto a tapar otros como precariedad, desigualdad o pobreza. Cataluña ha vuelto a ocupar buena parte de portadas en un año en que ha triunfado la primera moción de censura en democracia, la irrupción de la extrema derecha ha provocado un vuelco electoral histórico en Andalucía y se han vivido las primeras primarias en el PP para elegir presidente. Ha sido un año de muchas primeras veces pero desgraciadamente también de tragedias repetidas, en el Mediterráneo donde la desesperación ha seguido cobrándose vidas de refugiados e inmigrantes, o en demasiados hogares, casi medio centenar en que se ha vuelto a llorar por el asesinato de mujeres a manos de sus parejas.

2018 ha sido un año de sobresaltos, y el más inesperado el que acabó a primeros de junio con el gobierno de Mariano Rajoy y llevó al Palacio de la Moncloa al socialista Pedro Sánchez. Era la primera moción de censura que prosperaba en España desde el inicio de la democracia.

El caso de corrupción Gürtel había sobrevolado sobre los siete años de gobierno de Rajoy, desde aquel «Luis, se fuerte» hasta ver al presidente declarando como testigo en el juicio contra la red de corrupción. La sentencia, condenando a título lucrativo al PP y dudando de la veracidad del propio testimonio del presidente, dejaba a Rajoy en la lona.

Rajoy, que había aprobado apenas una semana antes los Presupuestos Generales del Estado con el apoyo del PNV, se vio abandonado por los nacionalistas vascos, claves para que la moción prosperara. Incluso Ciudadanos, el único grupo que finalmente no votó en su contra, pidió la cabeza del presidente en forma de adelanto electoral. Rajoy se negó y Pedro Sánchez se convirtió en el séptimo presidente del gobierno de la democracia, demostrando una vez más su capacidad de resurrección.

Sánchez comprobó rápido que no iba a tener una presidencia tranquila y tras nombrar un gobierno deslumbrante, con profesionales de reconocido prestigio, expertos en las distintas áreas y políticos experimentados, recibido con enorme aceptación entre la ciudadanía, comenzó la cacería de una derecha que no ha aceptado la pérdida del gobierno y que no concedió ni los 100 días de cortesía.

Menos de una semana tardó en caer el primer ministro, el responsable de cultura Maxim Huerta, por sus problemas con Hacienda, al litigar por algo más de 200.000€ en sus declaraciones de impuestos cuando era presentador de televisión. La ministra de sanidad, Carmen Montón, caía por plagiar su tesis doctoral tras resistir las acusaciones sobre su máster en la Universidad Rey Juan Carlos. Universidad que favoreció los estudios a numerosos políticos, por lo que también cayó la presidenta madrileña Cristina Cifuentes. La sombra de la duda persigue los estudios del nuevo presidente del PP, Pablo Casado, e incluso Pedro Sánchez tenía que hacer pública su tesis y someterla a todos los programas antiplagio en vigor.

Todo ello muestra la extrema debilidad del ejecutivo, apoyado únicamente por los 84 diputados del PSOE. Las derechas, con una oposición feroz, tratan de desgastar al gobierno reprochándole los apoyos de los independentistas catalanes para su llegada a la Moncloa.

Y es que la tensión en Cataluña ha vuelto a ser el tema del año, con episodios tan esperpénticos como la guerra de los lazos amarillos, el símbolo de los presos independentistas en prisión que han enfrentado a partidarios y detractores de la independencia, poniéndolos y quitándolos en los espacios públicos de Cataluña.

El año después del 1 de octubre y la Declaración Unilateral de Independencia, empezaba con las investiduras frustradas de Puigdemont o Turull y la llegada de un friki supremacista, Quim Torra, a la presidencia de la Generalitat. Nunca el gobierno de Cataluña podía caer más bajo. Torra ha sido una nulidad en gestión, incapaz de sacar una sola ley en el Parlament, ha sido una máquina enloquecida de generar tensión. Marioneta de Puigdemont, es el expresident desde Waterloo, el que sigue alentando el procés, con el único interés de garantizar su supervivencia. Ha quitado de en medio a cualquier persona sensata en su partido, como Marta Pascal, clave para el triunfo de la moción de censura a Rajoy, que no quería apoyar Puigdemont desde Bruselas. La antigua convergencia, hoy PDeCat va camino de desintegrarse en una nueva Crida sin rumbo ni ideas.

2018 ha sido el año de la división del nacionalismo. Con Puigdemont huido y Junqueras en prisión, PDeCat y ERC están más alejadas que nunca y solo los presos actúan de pegamento en un bloque independentista en descomposición. Quien nos iba a decir que los pocos gramos de sensatez que quedan en Cataluña los iban a demostrar desde ERC, los únicos que han entendido que la vía unilateral no conduce a ningún lado y están más receptivos a la distensión y el diálogo propuesto por el nuevo gobierno para buscar una salida en Cataluña que no acabe en desastre, y que permanentemente boicotea Quim Torra, que un día se reúne con Sánchez para retomar el diálogo entre instituciones y al siguiente le lanza un ultimátum.

La división también se ha instalado en el bloque constitucionalista. PP y Ciudadanos han radicalizado su discurso y su propuesta para Cataluña se ha limitado a la aplicación de un artículo 155 duro y perpetuo. Ciudadanos busca rentabilidad electoral, el PP venganza tras la moción de censura. Y en medio el PSOE proponiendo diálogo en una Cataluña donde Torra se entrega a los CDR, que cortan carreteras y se enfrentan a los Mossos, lo que las derechas aprovechan para endurecer aún más su discurso e incendiar políticamente España.

En este ambiente, 2018 ha sido el año en que España ha dejado de ser la excepción europea donde no había enraizado la semilla de la ultraderecha. La aparición de un partido extremista, racista, misógino y xenófobo se ha consumado con la llegada de Vox al Parlamento de Andalucía con 12 diputados, y ser además la llave para acabar con 36 años de gobiernos socialistas.

En Andalucía el pasado 2 de diciembre se produjo la tormenta perfecta (hartazgo, desafección, corrupción, mal cálculo de los tiempos, turbulencias nacionales) y la alta abstención de votantes de izquierda ha provocado uno de los mayores terremotos políticos de la historia reciente. Los 50 escaños de PSOE y Adelante Andalucía no son suficientes para gobernar. PP y Ciudadanos con 47 tampoco llegan. Son los 12 diputados de Vox quienes tienen la llave de la gobernabilidad. Las dos fuerzas de la derechas ya la misma noche electoral dejaron claro que España en esto también es diferente, y lejos de cordones sanitarios como en las democracias occidentales consolidadas, populares y naranjas se van a poner en manos de Vox para formar gobierno en las próximas semanas y gobernar por primera vez Andalucía.

La coalición PP, Ciudadanos y Vox puede convertirse en una fórmula política estable para un 2019 que es año electoral. Los de Pablo Casado ya se han entregado con euforia a sus nuevos aliados. De momento muestra más reticencias el partido de Albert Rivera, al que éste pacto con la ultraderecha deslegitima por completo su discurso en Cataluña y empaña su papel de partido moderado en el resto del país.

Pero Vox ya ha conseguido endurecer el discurso de las otras dos fuerzas de derechas en asuntos como la unidad de España, la inmigración, la protección de las mujeres, la memoria histórica, los impuestos, los servicios públicos, el Estado Autonómico o las tradiciones como la tauromaquia o la caza. Las consecuencias ahora mismo son impredecibles en un país cada vez más polarizado y crispado.

2018 ha sido el año de la resurrección de Aznar. A sus pechos se han criado Abascal, el líder de Vox, y Casado, el nuevo presidente popular, y de él es admirador Albert Rivera. El aznarismo ha vuelto y lo ha hecho de la mano de Pablo Casado, el hombre que aunque perdió las primarias del PP entre la militancia a manos de Soraya Sáenz de Santamaría, ganó el congreso para liderar un partido que dice volver a sus valores y principios, como si Rajoy hubiese sido una circunstancia sobrevenida, y ha endurecido el discurso para intentar frenar la sangría de votos a Vox. Una estrategia que habrá que comprobar su éxito en el año que comienza mañana. De momento en Andalucía fue el partido que en porcentaje más votos perdió, aunque curiosamente podría gobernar si se confirma el pacto con la ultraderecha.

Este año tampoco han faltado los clásicos. La precariedad sigue dominando el mercado laboral y la corrupción. A la sentencia Gurtel se ha unido el juicio de los ERE, visto para sentencia, la nuevas pruebas en casos en investigación como Púnica o la financiación irregular del PP, la condena por la venta de viviendas sociales a fondos buitres, las revelaciones de Villarejo que están poniendo en jaque a todas las instituciones. A la policía, utilizada políticamente para robar pruebas de casos de corrupción por el gobierno Rajoy, la jefatura del estado, con las grabaciones de Corinna sobre el Rey Juan Carlos, y el gobierno, con la sobremesa de la ministra Delgado. La justicia también ha visto mermado su prestigio con la sentencia de las hipotecas, de nuevo al servicios de los bancos, y la renovación frustrada del CGPJ, tras el mensaje del portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, de seguir controlando a jueces como Marchena, que renunció a presidir el poder judicial y juzgará ahora a los políticos independentistas. Todo muy ejemplar.

El año también tiene alguna buena noticia, se ha producido la mayor subida del SMI en el periodo constitucional y las pensiones se han vuelto a revalorizar con el IPC. Precisamente los pensionistas han sido los protagonistas del año con sus movilizaciones y dignidad en las calles en defensa del sistema público de pensiones. Las mujeres y su lucha por la igualdad han sido el titular más positivo del 2018 con una movilización histórica el último 8 de marzo y la constatación de que la transformación del mundo vendrá a través del feminismo. La sombra, las dudas sembradas desde la ultraderecha, que han empezado a calar en ciertos sectores conservadores, sobre las denuncias en torno a la violencia machista, donde se empieza a criminalizar a la víctima y humanizar al agresor, algo muy preocupante. Y en un año récord en la llegada de inmigrantes, 56.000 personas han llegado a nuestras costas huyendo de la guerra y el hambre tras el cierre de otras vías de salida, los barcos de OpenArms como el Astral o buques como el Aquiarius han puesto la responsabilidad y la humanidad en un Mediterráneo que sigue convertido en una gigantesca fosa común, mientras los discursos xenófobos y racistas se multiplican dentro y fuera de nuestras fronteras.

En el extranjero 2018 acaba con EEUU paralizado por los delirios de Trump, con miles de personas en la frontera con México donde dos niños ya han perdido la vida, con Salvini convirtiendo a Italia en el epicentro de la indignidad, con Siria y Yemen cerrando otro año de guerra, con Arabia Saudí e Israel riéndose de la comunidad internacional, con el último tsunami barriendo Indonesia, con la penúltima hambruna y epidemia de ébola en Africa, con Venezuela en catástrofe humanitaria, con Bolsonaro esperando a gobernar Brasil y Argentina en bancarrota. Vamos, un año tan malo que hasta Kim Jong-un ha parecido el más normal.