Macron, la última oportunidad

Sensación de alivio en toda Europa y por supuesto en Francia. En este día festivo en el país galo en conmemoración del armisticio de la Segunda Guerra Mundial, de celebración por la capitulación del ejército nazi, se respira tranquilo tras haber frenado de manera contundente el segundo intento del Frente Nacional de conquistar el Palacio del Elíseo.

Al contrario que aquella Francia enferma que contaba Chaves Nogales a finales de los años 30, esta vez todavía queda una esperanza. El muro republicano funcionó y Enmanuele Macron se ha convertido en presidente tras una victoria más contundente de lo esperado sobre Marine Le Pen.

El mensaje de los franceses ha sido muy claro. Independientemente de si eran conservadores, socialistas, comunistas o liberales, han decidido dar una última oportunidad al sistema y rechazar la ruptura, el antieuropeismo, el extremismo, el fascismo que suponía la oferta de Le Pen, por mucho esfuerzo de blanqueamiento ideológico que había puesto en marcha la candidata del Frente Nacional.

Ahora queda ver que respuesta da la nueva política francesa a ese mensaje claro de sus ciudadanos. Si son capaces de aprovechar esta última oportunidad. Esta claro que a partir de hoy nada puede ser como antes y que se abre un nueva era marcada por la incertidumbre más que por la ilusión.

Unidad fue una de las palabras más repetidas por Enmanuele Macron en su discurso de celebración. En una Francia rota es más necesario que nunca tender puentes y evitar enfrentamientos. Macron tiene por delante una tarea titánica, desde dentro del sistema, reformular unas políticas que la ciudadanía percibe como inútiles y en las que ha dejado de creer, y que pueden tener su última oportunidad antes de que todo salte por los aires, si no se da cumplida respuesta a las expectativas de una sociedad al limite de su capacidad de aguante.

Macron siempre se ha mostrado partidario de seguir el camino de reformas que no nos han llevado a ningún sitio, a modificar el mercado laboral degradando las condiciones de los trabajadores y a recortar el gasto público. Pero el político liberal debe saber que al menos dos tercios de los votos que le han llevado a la presidencia no son suyos, son prestados, y como decepcione las ansias de cambio de un electorado harto y enfadado el nivel de frustración puede ser inaguantable para el actual sistema político.

Macron ha prometido refundar Europa, esperemos que no se quede en la refundación del capitalismo que prometió Sarkozy al inicio de la crisis. El actual proyecto europeo está agotado. El camino de mercado económico no da más de si, y debe girar hacia las personas y dejar de estar al servicio de las élites. La llegada de Macron a la presidencia francesa puede ser un soplo de aire fresco, un revulsivo para que algo se mueva en Bruselas. De que el movimiento sea en la dirección adecuada puede depender la propia existencia de la Unión, y es que los enemigos esperan ya a las puertas.

La victoria de Macron ha dejado algunas sombras. Una abstención récord del 25%. Un porcentaje de voto nulo y en blanco que ha superado el 10. Pero sobre todo que el Frente Nacional a pesar de la derrota ha duplicado su apoyo respecto a la primera vez que hace 15 años accedió a una segunda vuelta de las presidenciales. Uno de cada tres franceses que acudieron a las urnas depositaron su confianza en un partido de ideología extremista y ultraderechista, antieuropeo e islamófobo, partidario de cerrar fronteras y del proteccionismo. Esto es una bomba de relojería en una sociedad a la que solo le falta un detonador.

Se abre una etapa nueva. En España, en Francia, y cada vez en más países la política ha cambiado, ahora hace falta que cambien las políticas. Macron ha prometido volver a dotar de contenido al lema de la república, libertad, igualdad, fraternidad. De ello puede defender el futuro de todos. De verdad construir un mundo más libre, más igual y más fraterno, que los sacrificios no recaigan siempre en los mismos y que la esperanza no sea solo patrimonio de unos pocos. Si de verdad Macron es capaz de servir de catalizador para que algo se mueva habrá valido la pena, de lo contrario solo se habrá demorado lo inevitable y dentro de cinco años los extremos habrán engordado de tal modo que lo engullirán todo y a todos.

Francia, democracia sin fiesta

Francia elige hoy a su nuevo presidente pero en el fondo lo que está en juego es el futuro de Europa. La cita con las urnas de este domingo abrirán un tiempo nuevo. Hoy Francia elegirá a su primer jefe de Estado en 59 años que no será ni conservador ni socialista. El sistema que nos había traído hasta aquí desde el final de la Segunda Guerra Mundial ha muerto por agotamiento, y los ciudadanos esperan nuevas respuestas a un mundo que ha cambiado muy rápido.

Los colegios abren con 24 puntos de ventaja en los sondeos a favor de Enmanuel Macron sobre Marine Le Pen, pero en los últimos meses hemos comprobado como las urnas también las puede cargar el diablo. Un banquero y una fascista se juegan abrir ese tiempo nuevo que arranca mañana. Parece un capricho del destino que un experto financiero como el líder de En Marcha, Macron, se presente como el dique de contención del aislacionismo y el antieuropeismo, de la xenofobia y el racismo, del miedo y la desesperanza, del hartazgo y la ira.

Los franceses acuden a votar lejos de la euforia, con la nariz tapada, con llamamientos al voto útil, a salvar la República votando a Macron, no porque se esté de acuerdo con sus propuestas, sino para evitar un triunfo de Le Pen que la dinamitaría. Francia elige hoy entre peste o cólera.

Hoy acude a las urnas un país asustado, un país en pánico tras los últimos zarpazos del terrorismo yihadista. Más de 50.000 policías y 7.000 militares patrullarán los colegios electorales para que se pueda desarrollar la jornada sin sobresaltos. Ayer mismo se detuvo al último terrorista que tenía planes de realizar un atentado.

Pero el miedo de Francia está instalado en su propia columna vertebral, hay miedo al futuro, hay miedo al desconocido, lo que ha abonado la tierra en muchas zonas del país para que eche raíces el discurso del odio y la ignorancia. Solo hay una cosa más peligrosa que un animal asustado, y es un país con miedo.

Francia acude a las urnas y saldrá de ellas como un país roto, un país fracturado social, política y económicamente. Francia se ha dividido entre las grandes ciudades y el medio rural, entre las poblaciones de interior y las de la periferia. Marine Le Pen ha encontrado su gran caladero de votos en todas esos pequeños pueblos donde vivir de la agricultura y la ganadería se ha convertido en un milagro, donde han visto languidecer a una industria que ha perdido a uno de cada tres trabajadores en la última década, sin que parezca que a nadie le haya importando. La Francia que se ha hartado de globalización y grandes palabras, la que considera que el sistema les ha dado la espalda y están dispuestos a comprar cualquier discurso que les vaya directamente a las entrañas porque la crisis les ha arrebatado todo, incluido el futuro.

Francia tiene un gravísimo problema de integración que hunde sus raíces en la década de los 50. Igual que han surgido guetos donde los emigrantes de tercera y ya cuarta generación, olvidados y aislados, se han convertido en una cantera de terroristas despojados de toda esperanza de tener vidas normales, empiezan a surgir lugares en Francia donde el miedo a todo y a todos no busca respuestas, solo culpables, responsables de unos problemas que nadie ha querido solucionar. Allí es donde están ese 40% de franceses que hoy pueden entregar su rabia dentro de un sobre a un partido de ideología fascista.

Al porcentaje de votos que consiga el Frente Nacional de Le Pen habría que sumar la abstención en la que también se va a refugiar buena parte de esa Francia desencantada. Hay llamamientos para acudir a votar después de las cinco de la tarde, es el voto gris que no figurará en los avances de participación del mediodía y de las cinco, pero pondrán su ladrillo en el muro republicano frente a los enemigos de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

A las urnas acude un país estancado económicamente, que lleva demasiado tiempo creciendo a un mísero uno por ciento. Un país que como Europa entera sufre la santificación del déficit, las políticas de austeridad, y el olvido de los intereses y el bienestar de los ciudadanos, lo que ha provocado que uno de los dos grandes motores de Europa empiece a ver a Bruselas como un enemigo, como un foco de sufrimiento.

En esa situación, si las encuestas no fallan, Macron será el elegido para diseñar ese tiempo nuevo, para superar una dialéctica izquierda derecha que en Francia hoy pasará a la historia. Macron es un liberal, que piensa y actúa como un liberal. Orquestó la reforma laboral que ha degradado las condiciones del mercado del trabajo en Francia, y sigue hablando de nuevas reformas, ese eufemismo utilizado desde el inicio de la crisis para hacer caer el peso de la recuperación en las espaldas de los más débiles, de los que no la provocaron. Macron es uno de ellos, un hijo privilegiado del sistema que ha ido arrojando a millones de personas a las filas del desencanto y la desafección, es una de las causas de que millones de ciudadanos se hallan entregado al discurso populista y falso de Le Pen.

Siendo la causa de la situación actual, es difícil pensar que Macron pueda convertirse a la vez en la solución. Eso es lo que hace a los franceses acudir a las urnas entre la tristeza y la resignación. El resultado de hoy en las urnas no será una buena noticia para los trabajadores, para los parados, para las mujeres que siguen discriminadas, para los usuarios de la sanidad y la educación pública, para los jóvenes que tratan de abrirse camino, o para los pensionistas. El resultado de hoy no reforzará las redes de seguridad de un estado del bienestar que no permita desbordarse pandemias como la pobreza y la desigualdad. Pero hoy yo también votaría a Macron y es que la alternativa es infinitamente peor. La alternativa es destrucción, es muerte, es xenofobia, es enfrentamiento, es dolor, es mentira, es fascismo, el mismo fascismo que sembró de muerte y barbarie el siglo XX y a quien ni la equidistancia ni la ambigüedad pueden blanquear.

Francia reflexiona, masoquismo o suicidio

No regresaba a París desde el otoño de 2015 tras los terribles atentados de Bataclán y los restaurantes de la Plaza de la República. Regreso hoy a un país que lleva dos años en nivel máximo de alerta antiterrorista, estancado en lo económico y fracturado en lo social. Vuelvo a una Francia asustada y desorientada, enfadada y harta, rota, que mañana debe decidir quién les gobierna durante el próximo lustro, si el liberalismo extremo o la extrema derecha.

Por primera vez en casi 60 años los franceses no elegirán a un presidente conservador ni a un presidente socialista. Los grandes partidos que habían gobernado Francia desde el final de la II Guerra Mundial han colapsado. La brutal crisis económica y sus erráticas políticas se los han llevado por delante y sus candidatos no disputarán esta segunda vuelta de las presidenciales de 2017, la elecciones que han cambiado ya la historia de este país.

«Haced lo que queráis, pero votad a Macron» es el titular hoy del diario referencia de la izquierda francesa, Liberation. Los franceses votarán este domingo con la nariz tapada. Un banquero, caprichos del destino, se ha convertido en la salvación de la República, y es que al otro lado está el aislacionismo y antieuropeismo, el odio y la xenofobia, el racismo y el miedo, el fascismo de la ultraderechista Marine Le Pen.

La hija del fundador del Frente Nacional ha llevado a esta formación a disputar por segunda vez en la historia una segunda vuelta de elecciones presidenciales. En 2002 fue su padre, Jean Marie, el que se enfrentó al conservador Jacques Chirac. En aquella ocasión el líder de la extrema derecha no llegó a conseguir el 18% de los votos, el denominado muro republicano no presentaba en esa ocasión las fisuras que presenta 15 años después.

Marine Le Pen puede rozar mañana el 40% de los votos. Ninguna encuesta le da ganadora, pero que 4 de cada 10 franceses vean en el Frente Nacional una posibilidad de gobierno es un dato espeluznante. Desde que en 1940, Hitler se pasease por los alrededores del la Torre Eiffel, el fascismo no había estado tan cerca del Palacio del Elíseo como lo estará mañana.

Un experto en finanzas de 39 años, sin partido político que le arrope, que fundó el pasado año el movimiento «¡En Marcha!», será mañana, si la demoscopia no nos juega otra de sus pesadas bromas a las que nos tiene acostumbrados en los últimos tiempos, el nuevo presidente de la república francesa.

Macron no ha sido nunca elegido por los votos para ningún cargo, fue ministro de gobierno de Hollande y el autor de la reforma laboral que ha degradado tanto las condiciones laborales de los trabajadores franceses que muchos de ellos se han lanzado, hartos y enfadados, a los brazos del populismo del Frente Nacional. Es curioso que el hombre que ha representado una de las principales razones del auge del fascismo y la ultraderecha, ahora se convierta en su dique de contención.

Macron representa el fracaso de la vieja política. Conservadores y socialistas han errado la respuesta a la crisis económica, con sus políticas de diferentes siglas pero del mismo signo, han cargado el peso en la espalda de los más débiles. Han aceptado, sin cuestionar, las imposiciones neoliberales de Bruselas, han puesto la austeridad contable por encima del bienestar de los ciudadanos y han fracturado una sociedad que asustada y enferma ha optado por emprender un nuevo camino lejos de los viejos partidos.

Los conservadores consumidos por escándalos, los socialistas hundidos tras la traición a sus ideas y a sus votantes durante la presidencia de Hollande, han abierto el espacio político a nuevas formaciones que han polarizado Francia desde el Frente Nacional a la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon, que curiosamente se ha puesto de lado en esta segunda vuelta mostrando las grietas que han surgido en el muro republicano frente al fascismo, una equidistancia de terribles consecuencias.

Macron se convertirá mañana en presidente casi por accidente, por agotamiento de las viejas formaciones. Es el único que ha sabido pintar con barniz nuevo unas recetas políticas que parecen viejas y que nos están llevando al desastre. El líder de ¡En Marcha! sigue hablando de estabilidad presupuestaria, de competitividad de la economía degradando las condiciones laborales, ellos lo llaman flexiseguridad, de recorte de gasto público y de la primacía de los dogmas económicos sobre las políticas sociales.

Puede ser la última oportunidad de salvar una Francia, la tierra de la libertad, la fraternidad y la igualdad, y una Europa, el territorio de la democracia y los derechos humanos, tal y como las conocemos. Eso es lo que está en juego mañana en las elecciones francesas, el futuro del mundo que hemos conocido hasta ahora.

Macron en más de lo mismo, es cierto y él se ha apresurado a decir que no cambiará, pero mañana se impondrá en las urnas con el voto prestado de muchos franceses que todavía no han caído en las garras de la posverdad y el miedo, no han sucumbido al extremismo y al fanatismo. Si tras recibir la confianza en las urnas, Macron no entiende el mensaje y no utiliza esa confianza para volver a políticas que sitúen a las personas en el primer plano, a reforzar el papel de los ciudadanos frente a los poderes financieros, a cambiar la actitud y las políticas de Europa, puede ser que ya no haya barniz que evite que ese apoyo del 40% que obtendrá Le Pen este domingo no pase pronto del 50% y entonces todo estará perdido.

Mañana vota Francia, pero es Europa entera la que contiene la respiración. Parece que los franceses entre seguir sufriendo o suicidarse van a optar de momento por el masoquismo, pero que nadie olvide que la capacidad de sufrimiento y la paciencia tienen unos límites.