La verdad es la primera víctima de una guerra y, desgraciadamente, estamos comprobando que también es una víctima en tiempos de paz. El poder se ha convertido en su principal enemigo. Esta sentencia sagrada de los tiempos en que el periodismo era una profesión heroica, cobra hoy más sentido que nunca.
Durante la Segunda Guerra del Golfo en Bagdad, recuerdo al Ministro de Información iraquí contando a la prensa internacional en el Hotel Palestina que los americanos estaban aún lejos del río Tigris mientras los cristales de la sala temblaban por las bombas de los EEUU y veíamos a los guardias republicanos tirarse al agua hostigados por los marines que ya habían atravesado la ciudad. Las risas de los periodistas impedían oír al ministro que estaba haciendo el papelón de su vida. Han pasado quince años desde entonces y mentiras como éstas, quizás más sutiles pero igual de groseras, nos cuentan cada día y, lejos de seguir riéndonos, hoy se convierten en titulares de primera página o llenan los informativos de las grandes cadenas de radio y televisión. En estos tres lustros el periodismo se ha perdido el respeto y ha pasado de ser una profesión reconocida y útil a ser un sector cuestionado y que ha perdido la confianza de los ciudadanos.
La crisis económica, las redes sociales y las nuevas formas de comunicación se han llevado por delante medios históricos que han demostrado su nula capacidad de adaptación, sobre todo en los despachos más que en las redacciones. Miles de puestos de trabajo perdidos, precariedad y condiciones indignas, periódicos y revistas cerradas, freelance que apenas cubren gastos, televisiones con plantillas y sueldos recortados, expedientes de regulación de empleo por doquier, es el panorama de la prensa española.
Con esta situación, asistimos al nerviosismo y la preocupación que le ha entrado al gobierno de repente por las denominadas “fake news”, las noticias falsas e injerencias extranjeras que ,por ejemplo, han contribuido a enrarecer aún más la situación en Cataluña o puede contaminar procesos electorales.
La información siempre ha sido un arma enormemente poderosa. Un arma que en estos tiempos de sobreexposición y bombardeo continuo, de manipulación y negocio, lo es aún más. Las redes sociales han contribuido a democratizar la información, han convertido a todos los ciudadanos en periodistas en potencia, pero ha restado rigor y calidad. Cada vez hay más ruido mediático y menos periodismo, cada vez es más difícil separar el grano de la paja, distinguir la dieta mediterránea informativa de la comida basura.
En una situación cada vez más complicada el estado, los gobiernos, el poder en definitiva, que tanto han contribuido a debilitar el papel de los medios, ahora piden liderar la lucha contra la falsa información.
Durante la celebración de la Pascua Militar, la ministra de defensa, Maria Dolores de Cospedal, puso el combate contra las noticias falsas como una prioridad de su departamento. La misma Cospedal que alumbró los tiempos más negros para la Televisión de Castilla La Mancha cuando fue presidenta de esa comunidad.
El PP ya ha anunciado una serie de iniciativas parlamentarias para “impulsar medidas necesarias para garantizar la veracidad de las informaciones que circulan por servicios conectados a internet y evitar injerencias que pongan en peligro la estabilidad institucional en España”. Eso lo anuncia el mismo PP que aprobó la denominada Ley Mordaza y se resiste a derogarla a pesar de la petición del Parlamento. El partido que ha cambiado la legislación en torno a la televisión pública para batir récords de manipulación y control. El partido bajo cuyo mandato se multiplican los juicios en la Audiencia Nacional a titiriteros o raperos por enaltecimiento del terrorismo. El partido que ha convertido la publicidad institucional en el modo de comprar a medios privados favoreciendo a sus periodistas afines. Este es el partido que ahora se presenta como el adalid de la verdad y la autenticidad.
Sin presentar ni una sola prueba de esas injerencias externas, el gobierno pretende crear durante este año el “Centro de Operaciones de Seguridad del Estado” para luchar contra las “fake news”. El ejecutivo pretende crear un sellado de la información para asegurar su veracidad. El propio gobierno se convertiría en el garante de la información verdadera con el peligro que eso supondría. Sería el final del periodismo y la degradación y perversión por tanto de la propia democracia.
Este problema no es una peculiaridad española. La elección de Trump o el Brexit pusieron sobre la mesa el problema de la injerencia rusa en una especie de nueva guerra fría informativa. Francia y Alemania ya han anunciado medidas similares a las que se plantean en España. Qué raro que solo haya sido Finlandia, el país con el mejor sistema educativo del mundo, el que haya decidido afrontar el problema desde una perspectiva distinta que el control de la información desde el poder político. En Finlandia se apuesta por planes para fomentar el espíritu crítico en la ciudadanía y una mejor educación para que lectores y espectadores más formados sean capaces de distinguir la buena información de la mala, la propaganda del periodismo.
Y es que ese es el camino. La guerra a la desinformación nunca se va a ganar con mayor control político, ese ha sido su principal caldo de cultivo en despachos del Kremlin, La Casa Blanca o cualquier centro de poder que utiliza la información como un arma y la verdad es la primera de sus víctimas.
El mejor modo, y el único, de combatir las noticias falsas y las presuntas injerencias es mejor periodismo y más educación. Solo con unos medios de comunicación fuertes y libres, con periodistas bien formados y con una estabilidad profesional garantizada, con ciudadanos críticos que exijan la información como un derecho más, igual que la educación o la sanidad, los robots que multiplican la repercusión de los tuits, la campañas de propaganda interesadas, las manipulaciones e injerencias políticas tendrían los días contados.
La Plataforma en Defensa de la Libertad de Información ha calificado el año 2017 como el peor en décadas para la libertad de expresión en nuestro país, y han hecho público un manifiesto en “Defensa de la libertad de información y en contra del control político de los medios”.
Justo en el peor momento, el periodismo vive la mayor de sus crisis. No es casual. A peor periodismo, menor libertad y más manipulación, perfecto en estos tiempos de involución. No hay mayor campaña de desinformación que el poder controlando los medios, no hay mayores “fake news” que las que los gobiernos lanzan con sus campañas de propaganda. Que no nos vengan ahora con injerencias rusas cuando las peores injerencias llegan desde casa mientras el periodismo se desangra.