Valentía política

Dicen que los cementerios están llenos de valientes. La valentía es una valor en crisis. No está de moda. En estos tiempos se lleva la falta de carisma, por no decir ausencia de coraje, el ser previsibles, por no calificarlo de mediocridad, y los que prefieren no arriesgar para conservar el puesto, yo lo llamaría egoísmo e incapacidad.

También se dice que solo a los valientes les pueden partir la cara, los cobardes la traen partida de casa. Y que quien no arriesga no cruza el río. Intentar cruzar en este caso el mar, los 166 kilómetros que separan Cuba de EEUU, es lo que han intentado en las últimas horas en Panamá, en la Cumbre de las Américas, tanto Barack Obama como Raúl Castro, protagonizando una foto para la historia con el primer encuentro, al más alto nivel, entre los dos países en medio siglo. Es el inicio de un proceso, que ni siquiera se sabe si dará frutos, pero el mero hecho de ponerlo en marcha demuestra una valentía política a la que no estamos acostumbrados en estos tiempos.

Solo los valientes cambian la historia. Mijail Gorbachov demostró valentía cuando decidió poner en marcha una nueva política, la «glasnost» en la URSS, y dio origen a la «Perestroika» que cambió el mundo en poco años.

La cobardía, sin embargo, siempre se paga muy cara. El primer ministro británico, Neville Chamberlain, junto a los dirigentes del resto de democracias occidentales decidieron aplicar por miedo la denominada «política de apaciguamiento» frente a Hitler y el nazismo, permitiéndoles crecer y expandirse, con las trágicas consecuencias que se vivieron en Europa con la Segunda Guerra Mundial.

Desde la cobardía no se puede organizar una familia, ni dirigir una empresa, ni mucho menos liderar un país. Prefiero políticos valientes, que por ejemplo se plantan en el Congreso de los Diputados para pedir autorización y abrir un diálogo con ETA como hizo José Luis Rodríguez Zapatero, que políticos cobardes como Felipe González, que combatieron el terrorismo desde las cloacas del Estado, o José María Aznar, que bajo una falsa pose de dureza, utilizó a ETA con fines partidistas. Zapatero consiguió que su sucesor no haya tenido que acudir a ningún funeral por víctimas de los asesinos etarras, mientras la cobardía de González dejó los GAL, y la de Aznar la manipulación y las mentiras del 11M.

Prefiero la valentía del colombiano Santos, abriendo negociaciones en Cuba con las FARC para buscar la paz, que la apuesta de Álvaro Uribe por paramilitares neonazis.Prefiero la valentía de Kohl afrontando la reunificación de Alemania, que la cobardía de Merkel escondiéndose tras la estabilidad y la austeridad mientras Europa languidece.

Prefiero la valentía de los islandeses no rescatando su banca y juzgando a los políticos que causaron la crisis, o la de Tsipras desafiando a las instituciones europeas para mitigar el sufrimiento de Grecia, aunque luego no pueda cumplir sus compromisos, que la cobardía de Zapatero doblando la rodilla ante los mercados en mayo del 2010, o la de Rajoy convirtiéndose en el esclavo de los poderes financieros a cambio de la pobreza y el sufrimiento de los españoles.

Prefiero la valentía de José Mújica poniéndose al servicio de los ciudadanos en Uruguay, que la cobardía de los que utilizan los recursos públicos para, a golpe de cuenta en Suiza o Andorra, enriquecerse y enriquecer a familiares y amiguetes.

Por eso me gusta la foto de Panamá entre Obama y Castro. Por eso me parece un enorme gesto de valentía del presidente de EEUU, plantarse en la Cumbre de las Américas, y decir que el tiempo de las injerencias en el continente se ha acabado. Un cambio histórico, si realmente se produce, frente a la cobardía de personajes siniestros como Kissinguer, muñidor de golpes de estado y complots, o de presidentes como Reagan, que decidió armar y formar a ejércitos contrarrevolucionarios para acabar con regímenes como el sandinista en Nicaragua, provocando siempre baños de sangre e inestabilidad en la zona.

La valentía además es contagiosa, y quizás los Castro se vean obligados a afrontar el imprescindible proceso de democratización en Cuba cuando se les caiga la excusa del enémigo exterior y el bloqueo. E incluso, porque no, hasta Maduro en Venezuela se vea obligado a un cambio de discurso.

Obama llegó a la Casa Blanca en medio de la mayor oleada de esperanza que había despertado un mandatario en el mundo desde Kennedy. El presidente norteamericano pronto empezó a defraudarlas. No cerró Guantánamo, no puso el punto y final a la errática política exterior norteamericana bajo la premisa de guerra contra el terrorismo, y prosiguió con el proceso de desestabilización en Oriente Medio. Además cometió errores propios como Siria o Libia. A pesar de todo ello, la recta final de su mandato con la apertura del diálogo con Cuba, y el acuerdo nuclear con Irán, con enormes incertidumbres todavía por delante, le reserva un lugar en la historia muy diferente del reservado a las mentiras y las armas de destrucción masiva de Bush hijo, la inacción en los Balcanes y los líos sexuales de Clinton, la incapacidad de Bush padre, la belicosidad e injusticia social de Reagan, la inconsistencia de Cárter o Ford, o los escándalos y el Vietnan de Nixon.

En unos tiempos en que los gobernantes se esconden tras pantallas de plasma y ruedas de prensa sin preguntas, en que actúan a golpe de encuesta, en que está más de moda el conformismo que la revolución, cuando el tancredismo se ha convertido en todo un arte, y en que la cobardía y el servilismo es la verdadera ideología de quienes nos lideran, bueno es celebrar cualquier gesto de valentía política con lo poco que se prodigan.

Hola campaña electoral, adiós periodismo.

Comienza una nueva campaña electoral, muere el periodismo. Los medios de comunicación en España no pasan por un momento especialmente brillante. A la devastación que ha provocado la crisis, el segundo sector donde más empleo se ha destruido tras la construcción, y donde la precariedad ha convertido las redacciones en un valle de lágrimas, ahora se han unido los ataques a las libertades, por ejemplo, con la nueva Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza. Informar se ha convertido en un delito. Periodistas que cubren desahucios o manifestaciones han acabado pasando la noche en comisaría por fotografiar o grabar. El último ejemplo en el desahucio y derribo de la calle Ofelia Nieto en Madrid hace unos días.

Pues bien, desde el inicio de la democracia, los periodistas que trabajan en medios públicos, pasan regularmente periodos de quince días en que se les aplica un ley mordaza particular, es la Ley Orgánica del Régimen Electoral General (LOREG). Cada vez que España entra en periodo electoral, el periodismo salta por las ventanas de las redacciones de las televisiones y radios públicas. Los periodistas son obligados a acatar las decisiones que marcan los partidos políticos y la Junta Electoral, y durante esos quince días se convierten en meros cronometradores.

Durante estos quince días que duran las campañas electorales, la información de los actos de las formaciones políticas no se realizan conforme a criterios profesionales, sino según los criterios que se marcan desde los partidos y la Junta Electoral. La Junta es la que aprueba el plan de cobertura de las televisiones y radios públicas, y ella es la que decide el tiempo y el orden en el que debe ir la información de cada partido. Es la información en los anacrónicos bloques electorales.

Los criterios profesionales no sirven durante estos quince días. Si un determinado partido, con representación parlamentaria, no ofrece información alguna de interés en un día de campaña , da igual, en los medios públicos saldrá con el tiempo y el orden que ha marcado la Junta Electoral. Sin embargo, otro partido más pequeño, o sin representación en el parlamento, que sea especialmente activo, y ofrece información relevante todos los días, le da lo mismo, los medios públicos solo ofrecerán los pocos segundos que indica el juez, o no ofrecerán información alguna de esas formaciones políticas.

Los periodistas de todos lo medios públicos de este país llevan años y años reclamando el final de este modo de trabajar en las campañas electorales por considerarlo mucho más próximo a la propaganda que a la información. Pero poco o nada se ha avanzado. Ya está en marcha la campaña electoral en Andalucía, y aquí llegan de nuevo los nefastos bloques electorales.

Todos nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos cuentan que jueces o políticos son los que deciden sobre el trabajo de los periodistas en países como Venezuela o Irán. Pero algo similar pasa en España durante las campañas electorales en los medios públicos, y de momento nadie parece escandalizarse. Periodistas de Canal Sur, por ejemplo, han sido llamados a declarar ante jueces en el Parlamento de Andalucía, a instancias de determinado partido político, porque no les gusta determinada información, porque ha entrado un negro en un video, o se ha bloqueado un rótulo en emisión. Aseguro que no es ninguna exageración porque lo he vivido en carne propia.
Lógicamente, las denuncias son amplificadas desde los partidos políticos y medios privados, utilizándolas para sus propios fines electorales. Es un arma más en la batalla partidista. Sin embargo callan y nadie se hace eco, cuando semanas después, una tras otra, esas denuncias son archivadas, como sucede en el 99% de los casos. Pero el daño ya está hecho. La presión se ha hecho insostenible en las redacciones durante la campaña, y reina el miedo, que no es precisamente el mejor compañero para hacer buen periodismo.

No puedo hablar de los primeros tiempos de la transición, cuando desconozco si este modo de proceder en periodos electorales era necesario en unos medios públicos también en plena adaptación a un nuevo escenario. Pero hoy en día es simplemente una vergüenza.

En los casos que conozco, Canal Sur, TV3 o TVE, disponen de órganos profesionales como los Consejos Informativos o Consejos de Redacción, elegidos democráticamente, que son la mayor garantía para velar por el correcto trabajo de sus periodistas, y el respeto a los principios de pluralidad, imparcialidad y objetividad. No entiendo como este tipo de órganos no son obligatorios en todos los medios públicos, y en televisiones como Telemadrid o Castilla-La Mancha han sido prohibidos desde sus direcciones.

Además, en Comunidades Autónomas como Andalucía o Cataluña, se han creado Consejos Audiovisuales que ejercen el control de los medios públicos desde puntos de vista profesionales, con contaminaciones limitadas de intereses partidistas o electorales. Apostar y reforzar las funciones de estos órganos es la mejor garantía para asegurar el derecho a la información de los ciudadanos, especialmente en un periodo sensible como es una campaña electoral.

Celebro que en estas elecciones la Junta Electoral haya flexibilizado sus criterios y haya aceptado y pedido que se ofrezca también información de partidos sin representación parlamentaria como Podemos, Ciudadanos o UPyD en los bloques electorales. El mayor reproche a Canal Sur hace años fue por dar algo más de información del Partido Andalucista de la que habían marcado los jueces, doce segundos.

Este año serán tres las campañas electorales que viviremos. 45 días en que dejaremos de ser periodistas para limitarnos a ser cronometradores. Volveremos a negarnos a firmar los vídeos, o a que salgan nuestras caras en las informaciones. Volveremos a protestar y a renegar de un sistema más cercano al modo de entender la información en Cuba o Qatar que en una democracia occidental. Volverán las presiones y las amenazas de los políticos de llevarnos ante los jueces si no somos dóciles y obedientes. Volverá el cuestionamiento de nuestra profesionalidad si no contamos lo que ellos quieran. Volverán los nervios a los despachos de unos jefes que no quieren verse en los papeles.

Esperemos que no tengan que pasar muchas más campañas para que llegue la cordura y la sensatez, y la hora en que los políticos se dediquen a hacer política, los jueces a impartir justicia, y dejen a los periodistas hacer información al servicio de quien de verdad se deben los medios públicos, que no son ni los políticos ni los jueces, sino los ciudadanos.