Asfixiados en la caja de una camión frigorífico, ahogados tras volcar un barco en el Mediterráneo, desgarrados por las cuchillas de las concertinas, golpeados tras caer desde lo alto de vallas cada vez más altas, esclavizados por las mafias, hambrientos en campos de concentración, destrozados bajo las bombas de un país en guerra… son las mil maneras de morir de millones de seres humanos que huyendo de sus países asolados por conflictos bélicos, la miseria o el hambre, acaban muriendo buscado un futuro en una Europa que les da con la puerta en las narices.
Mi estómago no aguanta más cuerpos retorcidos en las furgonetas de la muerte, mis ojos no soportan más imágenes de familias arrastrándose bajo los alambres de espino de las fronteras de Europa, mi cerebro no puede procesar más noticias de naufragios con centenares de muertos, mi corazón se quiebra con una foto más de niños ahogados.
Lástima que los gobernantes de esta vieja Europa, inhumana e insolidaria, ya no tengan estómago, ni ojos, ni cerebro, ni corazón. Se han acostumbrado a vivir entre basura, con lo que ya nada les puede dar asco. Han dejado de mirar a la gente por lo que no necesitan ojos. Para que usar un corazón cuando el único latido que les interesa es el del euro. Y cerebro, creo que es obvio que desde hace tiempo no lo utilizan.
Millones de personas miran a Europa como única esperanza de salvar su vida. Y la respuesta de Europa a esas miradas anhelantes, son alambradas de espino, policías y ejército, y legislaciones cada vez más duras, que les amenazan con años de cárcel y expulsiones, lo que para la mayoría es una condena a muerte segura.
Nos tratan de engañar bajo el gran titular de crisis migratoria, pero no estamos hablando de emigración. Son refugiados, y les ampara la legislación internacional y el respeto a los derechos humanos. Refugiados son los que huyen para salvar sus vidas o preservar su libertad, define ACNUR. Emigrantes son los que huyen de sus países por una conveniencia personal y tras una decisión tomada libremente, nos dice la Oficina Internacional de las Migraciones (OIM).
La cientos de miles de personas que estos días se embarcan desde Turquía o Libia, y peregrinan por Europa buscando un lugar donde recomponer sus vidas, no han decidido hacer ese viaje libremente. sino por una cuestión de vida o muerte. Son refugiados. Emigrantes son los jóvenes españoles que sin futuro en casa, y condenados a vivir eternamente con sus padres, emprenden un viaje a buscarse la vida lejos de un país que les condena a la desesperanza. Las familias que desde Siria, Irak, o Eritrea abandonan sus país, lo hacen huyendo de la guerra. Los que vienen desde Nigeria, Sudán o Etiopía, lo hacen huyendo del hambre, y no imagino una guerra mayor que no tener que dar de comer a tus hijos.
A estos refugiados les amparan las leyes que los países europeos están incumpliendo a base de concertinas, vallas y represión policial. Los refugiados están protegidos por el Estatuto que aprobó Naciones Unidas en 1.951 y que garantiza el derecho de asilo a toda persona que huye de la guerra, o demuestra que perdería la vida en sus países de origen. La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea, del año 2007, reconoce y acepta esa legislación de la ONU. Pero como en tantos asuntos, Europa ha sido incapaz de crear una legislación común en estos años y cada país lo aplica de una manera distinta. Grecia no acepta refugiados de Irak, Suecia ha dado refugio al 80% de los ciudadanos llegados desde el país asiático.
Las autoridades europeas se han convertido en los mejores cómplices de las mafias que trafican por personas. Esa ausencia de legislación y respuesta, ha dejado a millones de personas en manos de los traficantes. Tras huir de sus países bajo las bombas y el acoso de grupos terroristas y gobierno tiranos, los refugiados quedan en manos de las mafias para pasar de Turquía a Grecia, o de Libia a Italia, pagando los pocos ahorros que han reunido en toda su vida. Ya en Europa, estamos viendo el billete a 1.000€ que tienen que pagar en esas furgonetas de la muerte, para llegar a Alemania o a los países del norte del continente donde confían en garantizar la seguridad de los suyos.
Solo el trabajo de organizaciones como Médicos del Mundo, o Médicos sin Fronteras, están sustituyendo la labor de asistencia que no realizan los gobiernos, a los que la mayor crisis de refugiados desde la II Guerra Mundial les ha vuelto a dejar con las vergüenzas al aire. Hay que recordar que Europa se lavó las manos cuando estalló la guerra en Siria al no saber a quien apoyar, si al dictador o a los islamistas, y al final sufre el pueblo. Que decir de Irak o Afganistán, donde abrimos el avispero pero hemos sido incapaces de cerrarlo. Y Libia, donde la desastrosa actuación Europea ha abierto el país en canal. Y Eritrea ¿qué me importa Eritrea?. Europa es especialista en dejar que los problemas se pudran.
Ahora anuncian una reunión para el 14 de septiembre. Visto los precedentes, poco éxito se augura al encuentro. Europa ha sido incapaz de llegar en seis meses a un acuerdo para recibir a 200.000 refugiados, y ahora tiene que hacer frente a cerca de un millón. Los gobiernos más de derechas de Europa, la Hungría de Viktor Orbán y la España de Mariano Rajoy, se han negado a aceptar un cupo de refugiados. El ministro del Interior español, Jorge Fernández Díaz, llegó a comparar a estos refugiados con unas goteras que ensucian nuestras casas ¡Qué frágil es la memoria! Cientos de miles de españoles fueron refugiados al final de la Guerra Civil, y fueron maltratados en países como Francia, donde fueron ingresados en campos de concentración, y separadas familias enteras que nunca volvieron a verse. Cosas de la vida, esos refugiados españoles jugaron un papel decisivo para liberar Francia del nazismo. Estas lecciones de la historia convendría no olvidarlas.
Sueño con una Europa donde lo normal sea la foto del griego Nikolas Georgiou que encabeza este post, donde los refugiados que huyen de la guerra sonrían y no derramen más lágrimas al llegar a Europa, donde se les acoja entre aplausos, y no con porras y escudos policiales, donde en las fronteras se repartan mantas y alimentos a los pequeños hambrientos, y no se construyan muros de la vergüenza como el que este lunes se ha acabado en Hungría.
La Unión Europea agrupa a 500 millones de habitantes, aquí se desarrolla más del 20% de la economía mundial, aquí se han conseguido y se han consolidado los principales avances sociales que han hecho progresar a la humanidad, si en pleno siglo XXI, no podemos acoger a un millón de personas que nos piden ayuda para salvar la vida, la vieja Europa habrá perdido todo su sentido.
Urge un dispositivo serio de salvamento que impida que el Mediterráneo siga siendo una fosa común, poner a las policía y los ejércitos que se mandan a las frontera a perseguir a las mafias, abrir corredores humanitarios donde los refugiados estén protegidos y atendidos y no a merced de los camiones de la muerte, una verdadera política de solidaridad europea entre los países receptores de emigrantes y refugiados, y una política común de asilo que garantice los derechos humanos de quienes huyen de la guerra y el hambre. Y el 14 de septiembre es muy tarde.