Moción de censura

Es cierto. No puede haber más razones para presentar una moción de censura al gobierno de Mariano Rajoy. Probablemente hoy haya alguna razón más que ayer, pero algunas menos de las que habrá mañana. Cada día florece un nuevo imputado, aparece un nuevo escándalo, o hay una nueva filtración que compromete al ejecutivo. Coincido con los que consideran que la situación es insostenible.

El problema es que la situación no se ha vuelto insostenible hoy, ni siquiera ayer, o hace unos meses. La situación lleva siendo insostenible desde hace varios años. La situación ya era insostenible en marzo del 2016 cuando Pedro Sanchez intentó ser presidente del gobierno y desalojar del gobierno al PP tras las elecciones del 20D. Entonces los intereses personales de los diferentes líderes y las estrategias particulares de cada partido, hicieron imposible la alternancia en el poder.

Es cierto que es insostenible que cada día un presidente autonómico, un consejero, un alto cargo o el director de un empresa pública tenga que presentar la dimisión porque no ha dejado ni los ceniceros, se lo han llevado todo. No puede ser que cada día un ministro vea comprometida su situación por reunirse o por enviar un mensaje a un presunto delincuente. Es insoportable para nuestra democracia que los fiscales, que debían combatir la corrupción, se conviertan en el principal escollo a la hora de investigar, o que la policía se utilice como un instrumento más de la estrategia política del partido en el poder. Es inaguantable que jueces sean inhabilitados mientras defraudadores y ladrones de guante blanco no pisen la cárcel. Que el partido que gobierna haya ganado haciendo trampas las elecciones durante más de 20 años. España no aguanta más un gobierno paralizado por la corrupción que se extiende desde Madrid, Murcia o Valencia a todo el país. A un presidente que solo actúa rápido cuando sale a caminar por las mañanas. Es insoportable que se hable más de sobres, de pagos en negro, de blanqueo o de paraísos fiscales, que de leyes, de combatir la pobreza, de mejorar la calidad del empleo o de arreglar los problemas de la educación o la sanidad.

No puede ser que no pase nada mientras los escándalos se amontonan, los dirigentes del PP ocupan cada vez más celdas en Soto del Real, la justicia deja de ser justa y las cuentas en Suiza son práctica habitual entre los que nos acusaban de vivir por encima de nuestras posibilidades.

Algo hay que hacer. Se perdió la posibilidad después de las elecciones de diciembre de 2015. La oposición sigue sin aprender la lección. El PSOE sigue desangrándose en sus luchas internas. Ciudadanos se ha convertido en un quiero y no puedo, ni saben ni pueden desprenderse de la imagen de muleta del PP. Y Podemos mantiene su apuesta por la política espectáculo, buscando el golpe de efecto antes que las soluciones a los problemas reales del país.

Es cierto que no se puede seguir permitiendo al PP parasitar las instituciones del Estado. Es urgente la creación de una alternativa, de un gobierno de regeneración nacional que devuelva el país a la senda de la dignidad y la normalidad democrática.

Eso no se puede conseguir mediante la presentación de una moción de censura unilateral como la que ha anunciado Podemos, sin sentarse antes a negociar con el resto de fuerzas políticas que ya han anunciado su rechazo. Una moción de censura se negocia, se habla, se propone en el Parlamento antes de anunciarla a los medios tras avisar mediante un simple whatsapp al resto de líderes que en teoría tienen que apoyarla.

Pablo Iglesias ha vuelto a cometer el mismo error que el día que nombró gobierno a Pedro Sánchez tras entrevistarse con el rey. Otra vez ha puesto por delante la búsqueda del titular, convertirse en protagonista antes que trabajar para buscar el cambio político que cada vez más España necesita. Iglesias ha vuelto a comprometer a los socialistas, en pleno proceso de primarias bien podría haber esperado a su resolución, y ha desviado la atención de los casos de corrupción que tenían contra las cuerdas al presidente del gobierno.

Podemos, PSOE y Ciudadanos están obligados a entenderse si en algún momento quieren poner el punto y final a la actual situación de corrupción, escándalo sin fin y judicialización de la vida pública.

Ese debe ser el objetivo del próximo secretario general del PSOE, sea el que sea. Empezar a trabajar desde el mismo 19 de junio, el día siguiente al Congreso que lo ratifique en el cargo, para que el gobierno de Mariano Rajoy tenga la vida más corta posible. Para ello será imprescindible recuperar la credibilidad perdida y actuar con lealtad y sinceridad con el resto de fuerzas del cambio. Lealtad y sinceridad también imprescindibles para las denominadas formaciones de la «nueva política» que han envejecido a velocidad supersónica.

Solo dejando el espectáculo y empezando a hacer política con mayúsculas, olvidando los vetos y sustituyéndolos por una colaboración sincera, defendiendo cada uno sus ideas pero con la mirada larga puesta en el interés general, y marcando como objetivo principal construir y no la destrucción del adversario para ocupar su lugar, se podrá superar el dramático error de marzo de 2016 y hacer realidad las ansias de cambio de la mayoría de este país. Solo así se podrá poner en pie la moción de censura que necesita España. De lo contrario, seguirá siendo el Rajoy de la corrupción y la inacción, el que sin moverse, siga siendo imprescindible ante la incapacidad del resto de construir una alternativa.

Termino el teatro, empieza la función

Decía mi abuelo que no se pueden pedir peras al olmo. Pues parece más fácil que un olmo de peras, que un político español anteponga los intereses de España a los intereses propios o del partido. La legislatura del cambio es ya la legislatura de la decepción. Las esperanzas de abrir un tiempo nuevo, han acabado en frustración tras la confirmación de la repetición de elecciones.

Han sido 125 días de negociaciones llenas de postureo y falta de sinceridad, de muchas fotos y poco fondo, de innumerables reuniones pero ningún contenido, de decenas de ruedas de prensa y nulas explicaciones, de muchos reproches y pocas propuestas, de buscar culpables más que de buscar acuerdos. Se podía, pero no han querido. La política española había suspendido en conducta, ahora lo ha hecho en aritmética, e incluso en ética.

En estos cuatro meses, al presidente del gobierno en funciones, le han imputado a todo un grupo municipal en Valencia, una histórica ex alcaldesa hoy senadora, Rita Barberá, está a un paso de la investigación en el Tribunal Supremo, los jueces acusan abiertamente al PP de financiación ilegal, le ha dimitido un ministro en funciones por gestionar sociedades en paraísos fiscales, le ha estallado una guerra civil en el gobierno entre sorayistas y antisorayistas, el presidente de honor de su partido ha denunciado a Hacienda por filtración de datos, ha dimitido la lideresa Esperanza Aguirre como presidenta del partido en Madrid, entre lecciones al propio Mariano Rajoy, por los casos de corrupción con los que nos hemos desayunado cada día en estas ultimas trece semanas. Hasta Bruselas le ha enmendado toda su política por los incumplimientos de déficit con presupuestos elctoralistas. Y sin embargo hoy, el presidente es un hombre feliz. Sin mover un dedo se ha proclamado vencedor del periodo postelectoral y es el gran favorito para ganar las próximas elecciones. España sigue siendo diferente.

En la felicidad de Rajoy ha sido fundamental el papel jugado por los partidos progresistas. La capacidad de autodestrucción de la izquierda en este país ha vuelto a batir récord, y ya está al nivel de los liquidadores de un central nuclear con el reactor en llamas.

Al secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, hay que agradecerle que aceptase una investidura suicida, al menos, el reloj empezó a correr y el dos de mayo se disolverán Las Cortes. De lo contrario el tiempo de fotos, reuniones y ruedas de prensa podría haberse vuelto eterno, y les juro que no habría ser humano que lo aguantase.

Sánchez lo ha intentado, pero lastrado por un partido, que sigue más pendiente del pasado, purgando errores y muriendo de nostalgia, que de mirar con audacia el futuro. Los barones y baronesas del partido han vuelto a demostrar que no son el mejor activo de los socialistas españoles, más preocupados de intereses propios y ambiciones personales, que de construir un proyecto de futuro que revitalice la socialdemocracia. Sánchez se atrevió a ocupar el centro de la escena en el momento más complicado porque la supervivencia política le iba en ello. Consiguió lo más difícil, un acuerdo con quien más diferencia ideológica tenía, Ciudadanos, y ha fracasado con quien más puntos en común podía tener, Podemos. El miedo y la desconfianza han emponzoñado estos meses. Sánchez se ha enrrocado en un acuerdo a izquierda y derecha imposible, aunque el único que sumaba, es cierto, una vez que los partidos catalanes, claves para la gobernabilidad antaño, y ahora envueltos en la bandera de la independencia, han dejado de sumar, y solo parecen restar en Madrid.

Pablo Iglesias enterró pronto en cal viva cualquier posibilidad de acuerdo con los socialistas. El líder de Podemos sigue obsesionado con el liderazgo de la izquierda, y no le importa para conseguirlo tenerse que conformar con ser únicamente el líder de la oposición a Rajoy. A Podemos le ha sobrado tacticismo y le ha faltado sinceridad, ha derrochado efectismo y ha sido rácano en generosidad. Empezar nombrando gobierno no ha ayudado, pero es que en realidad nunca han querido.

Frente a un Rajoy feliz, PSOE y Podemos arrancan magullados este nuevo tiempo electoral, entre reproches de sus votantes, que no entienden que se de una nueva oportunidad al PP.

Los socialistas afrontan una cita con las urnas claves para su futuro, con la amenaza del «sorpasso» y una tensión interna que amenaza con desembocar en una explosión volcánica que ríanse del Vesubio.

Podemos sale también de estos meses con las aguas turbulentas, con Pablo Iglesias e Iñigo Errejón más lejos que nunca, teniendo que recomponer las confluencias electorales, y con una vía de agua por la que están perdiendo votantes que no entienden que ahora el derecho a decidir sea más importante que derogar la LOMCE o un plan de emergencia social. Para cerrar esa vía, Podemos buscará una coalición con Izquierda Unida, que fagocitará a la formación de Alberto Garzón ahora que después de varios lustros parecen al alza. Lo dicho, la capacidad de autodestrucción de la izquierda en España es un fenómeno digno de estudio.

Se han dibujado tantas líneas rojas que al final el folio entero ha quedado pintado de rojo. El PSOE ha vetado al PP, Podemos a Ciudadanos, Ciudadanos a Podemos, y el PP a todos los que no fueran ellos. Y mientras, los parados, los estudiantes, los jubilados, los enfermos, los trabajadores precarios, esperando.

Estos cuatro meses han tenido algunos fogonazos de esperanza. Quizás Ciudadanos sea esa derecha civilizada, moderna y con capacidad de negociación, que existe en países de nuestro entorno como Francia o Alemania. Interesante el comportamiento de Compromís desafiando, a base de grupo e iniciativas propias, la ego-dictadura de Pablo Iglesias. Poco, muy poco, hay que reconocerlo.

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Los españoles volverán a votar el 26 de junio. Mariano Rajoy confía en que entonces los votos de PP y Ciudadanos sumen para gobernar. Albert Rivera probablemente exigirá su cabeza para el pacto de derechas, que estoy seguro será mucho más fácil que cualquier pacto de izquierdas. A pesar de la felicidad en Moncloa de estas horas, allí, sigue oliendo a muerto. En Europa ya lo han dado por amortizado, ya no cuenta, su amiga Merkel ni lo invitó al almuerzo con Obama al que asistieron Hollande o Renzi, y en España parece cuestión de tiempo. Sería curioso que lo que no han podido hacer Sánchez e Iglesias, lo tengan que hacer desde dentro del propio PP.

La política ha fracasado. La frustración y el desánimo conducen al hartazgo y a la decepción. La ciudadanía y los políticos están más alejados que nunca, y eso en vísperas de un nuevo proceso electoral pueden ser muy peligroso. Los que no han hecho nada por solucionar el bloqueo, confían ahora en la abstención, para tener una segunda oportunidad. La ilusión de hace cuatro meses ha desaparecido, lo viejo y lo nuevo ha resultado ser lo mismo, pero dejar de votar es un lujo que las capas más humildes de este país, las clases trabajadoras, no se pueden permitir. Nos han vuelto a defraudar, pero el mayor castigo a un político se le infringe votando. El teatro ha terminado, ahora empieza la función, y los ciudadanos recuperan el papel de protagonista hurtado desde el veinte de diciembre. Los españoles volverán a demostrar, como tantas veces, estar muy por encima de su clase política. El pueblo no se equivoca, es su ineptitud y nula capacidad lo que nos obliga a volver a las urnas. Si no nos dejan votar con ilusión, hagámoslo con rabia.

Caso Nóos: ineptos, chorizos o tontos

Terminó la declaración de los 17 procesados en el juicio por el caso Nóos. Tras visionar decenas de miles de folios, exhibir millares de documentos, escuchar centenares de preguntas, decenas de horas de declaraciones, no me creo que pueda haber gente tan tonta, profesionales tan ineptos, que hayan permitido campar a sus anchas a chorizos, capaces de hacer desaparecer delante de todos seis millones de euros de dinero público sin necesidad de chistera ni varita mágica, sin que todos hayan sido cómplices a la hora de llenarse los bolsillos.

El banquillo de acusados reúne a una infanta de España y a su marido. Hija y hermana de rey, yerno y cuñado de jefe de estado. Un presidente autonómico, un vicealcalde, medallistas olímpicos, y altos cargos de administraciones corrompidas por la corrupción como Baleares, Valencia o Madrid. Los 17 procesados se han convertido en un muestrario de ineptos, tontos y chorizos que ni en el mejor muestrario del gran libro del corrupto.

No me creo que una Infanta de España, licenciada en políticas, alta ejecutiva del departamento internacional de La Caixa, se presente ante el tribunal como la abnegada esposa que no sabe lo que firma, o los negocios a que se dedica un marido en el que confía ciegamente.

Perdón pero no me lo creo. No me creo que un deportista de élite se ponga en manos de un contable para decidir si la factura de un libro de Harry Potter se puede endosar a la empresa para pagar menos impuestos, o que sea su secretaria la que decida si la compra del Caprabo desgrava. No creo que se pueda ser tan inepto.

No me creo que un profesor de ESADE no sepa si un trabajador está contratado en un régimen u otro. No me creo que un presidente autonómico se desvincule de un proyecto gestado en partidas de pádel en el Palacio de Marivent. O que altos cargos se jueguen sus carreras y sus antecedentes penales, por ineptitud a la hora de adjudicar contratos públicos.

Perdón pero no me lo creo. No creo que una infanta, pueda ser tan tonta como para no saber que pasa con sus tarjetas de crédito. O un jugador profesional de balonmano, no sepa que sociedades pantalla se crean a su nombre para tributar menos. O un doctor en economía y experto en patrocinio, se haga un lío en cargar subvenciones públicas a empresas tapaderas en lugar de a un instituto sin ánimo de lucro. No me creo que un presidente autonómico no sepa dónde han ido dos millones de euros, o un vicealcalde tres.

No creo en altos cargos tan tontos como los de Ibatur, o Illesport, o los rectores de la Ciudad de las Ciencias de Valencia, que se dedicaron a repartir millones de euros a empresas solo porque en su organigrama figuraba el yerno del rey.

Perdón, pero no me lo creo. Sé que la justicia tendrá que esclarecer la verdad de un escándalo de corrupción que se ha llevado por delante el prestigio de la Corona y la figura de un monarca, obligado a abdicar, por la sospecha de que todo lo que su yerno o su hija hacían, era imposible sin el conocimiento de la jefatura del estado.

Cada vez creo menos en ineptos y tontos. Y los chorizos en esta país brotan como las flores en primavera, pero ellos todo el año. No me creo que Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín no supieran que estaban al borde de la legalidad mientras paseaban por el Palacete de Pedralbes. O que Diego Torres no pensase en forrarse cuando decidió asociarse con el cuñado de Felipe VI. Y qué decir de Jaume Matas, que miras corrupto en el diccionario y sale su foto. O Pepote Ballester, o Alfonso Grau, o los Tejeiro, o Mercedes Coghen, y así el resto de procesados. No puedo evitar pensar en lo que se les habrá quedado entre los dedos por vulnerar controles, hacer la vista gorda, o comerse los marrones de otros, apellídense Barberas, Camps o Gallardones.

La foto del banquillo del caso Nóos es la foto de cómo se han hecho las cosas en este país en años de bonanza. Es la foto de los que de verdad vivieron por encima de nuestras posibilidades, que gestionaron lo que era de todos como si fuese suyo.

Desde la corona, al más ínfimo escalón del poder, hubo un tiempo en que se consideraron con el derecho de coger lo que ellos estaban seguros que les pertenecía, por el mero hecho de ser quienes eran, y estar donde estaban. Si miembros de la familia real era capaces de jugarse prestigio y futuro por unos pocos millones de euros, es que todos los que se movían en ese círculo lo hacían. El verdadero reino era el de la impunidad, el de los que se sentían por encima de la ley.

Lo estamos viendo cada día en una Comunidad y en una Institución diferente. Comunidades Autónomas, partidos políticos, sindicatos. Correas, Granados, Bárcenas o Marjalizas. La verdadera burbuja que nos ha conducido al desastre ha sido la de la desvergüenza en el poder.

Es curioso que el final de las declaraciones de los procesados de Nóos, el ejemplo más claro de la metástasis que carcome de manera trasversal nuestras instituciones desde la primera a la última, se haya producido entre la dos sesiones de investidura para alumbrar un nuevo gobierno y una nueva etapa política. Pero parece que ni así la responsabilidad y el sentido común llega a la clase política. Quizás, es que lo del cambio es un bonito eslogan, pero que no interesa a nadie que se haga realidad, por si de verdad a algunos, se les acaba el chollo.

Política espectáculo: mala política, bochornoso espectáculo

No está siendo la función de teatro más brillante de la temporada. Fallan los actores. Ni la mejor función de circo, aunque haya equilibristas. Los payasos no hacen gracia. La política española se está convirtiendo en un espectáculo, pero en el peor sentido del término. No es la función o diversión pública para provocar deleite, asombro, dolor u otros sentimientos vivos y nobles. Se trata de la otra acepción de espectáculo en la RAE, acción que causa escándalo o gran extrañeza. Es la mejor definición para los últimos tiempos en la política española.

Se busca presidente del gobierno. No se sabe si publicitarlo como una oferta de empleo, como han hecho los empresarios de energía fotovoltaica arruinados por el retroceso en la apuesta por las energías renovables, o hacerlo con los carteles que en el Lejano Oeste se utilizaban para ofrecer recompensas por la captura de los peores forajidos.

El Rey ha comenzado su segunda ronda de contactos con los líderes políticos después de la espantada del candidato Rajoy a someterse a la investidura que le ofreció el monarca. Una decisión desconocida en la democracia española. La obra de teatro en que se ha convertido la política en nuestro país, además de mala, está empezando a quedar larga. Esta segunda ronda, coincide en el tiempo con la última operación anticorrupción que salpica al partido todavía en el gobierno. Escándalo y extrañeza, los dos ingredientes fundamentales del espectáculo, que ya hace tiempo, está dando la política en nuestro país.

Un espectáculo que ya no tiene grandes estrellas, ni brillantes intérpretes, ni lúcidos directores. El presidente en funciones, y que aspira a seguir siéndolo, ha decidido no ocupar el centro del escenario y limitarse a esperar entre bambalinas si por errores de los rivales, o por azares del destino, puede seguir bajo los focos. Acosado por la corrupción, Rajoy ha dejado de ser fuerte, y él y su partido, lejos de aportar soluciones, se han convertido en un lastre para la «taquilla». Por si existía alguna duda, tras la última operación contra la corrupción en Valencia, el PP y Mariano Rajoy están deslegitimados para liderar cualquier regeneración democrática. No se puede seguir hablando de casos aislados cuando cada día cae un alcalde, un consejero autonómico, un ministro o un presidente de Comunidad. Por el bien del país y de la militancia decente del PP, los populares deben vivir un proceso de limpieza y regeneración que les vuelva a convertir en un partido útil para España. Y eso no se puede hacer gobernando.

Rajoy lo fía todo a que una superproducción lo salve. Una gran coalición que solo interesa a los «productores», a los mercados, a los que manejan el dinero, a los poderes económicos, pero que según las últimas encuestas no es la opción favorita de la ciudadanía, que dejó claro su disgusto y su ansia de cambio en las urnas. Está claro que en este deficiente espectáculo en que se ha convertido la política española, aunque nos hablan de diálogo y de consenso, la trama central la ocupa el poder, y eso es lo que no quieren perder los que apuestan por esa gran coalición, que conduciría al suicidio a los que se dejasen asfixiar por el abrazo del oso. Dicen que es lo que sucede en los paises europeos de nuestro entorno,  donde izquierda y derecha pactan con normalidad. Ojalá aquí también pueda pasar, eso significaría que la derecha española ha empezado a parecerse a la alemana y no a la húngara como hasta ahora.

El espectáculo de la política española ha perdido también a esos secundarios que salvan cualquier función. Nuestra política se ha llenado de actores que sobreactúan en cada escena como Pablo Iglesias. De actores de televisión y telefilm. De actores que no saben, o no les dejan, desarrollar su personaje como Pedro Sánchez. O los que no se atreven a salirse del método para interpretar cualquier papel como Albert Rivera. Y qué decir de los viejos actores que no han sabido envejecer como Felipe González.

Pero a esta política convertida en espectáculo continuo, le falta sobre todo un buen guión, un gran libreto que sostenga cualquier interpretación. La falta de ideas hace que la vulgaridad y la mediocridad marquen cada acto. Incluso en alguna puesta en escena brillante, como la oferta de gobierno que hizo Podemos al PSOE tras la reunión de Pablo Iglesias en Zarzuela, tras el efectismo inicial, todo se derrumba por la falta de fondo. No hay verdad, todo esconde estrategias y está marcado por un tacticismo que le roba sinceridad y confianza.

No hay banda sonora, toda la música suena a repetida, a reproches, al «y tú más». El escenario no sirve, construido por partidos políticos anquilosados y presos de sus aparatos. Incluso las nuevas formaciones heredan de una manera o de otra vicios del pasado. La iluminación es mala, casi hemos vuelto al blanco y negro. Y no parece que el final, demasiado abierto, vaya a ser bueno.

En esta mala política, convertida en bochornoso espectáculo, parece que lo único de verdad es el público, aunque de él no se ocupen ni los actores, ni los guionistas, ni los directores, ni los autores, ni siquiera los iluminadores o los productores. Y nadie se da cuenta, que sin pensar en el público,ningún espectáculo puede ser bueno.

Periodismo en España, ni versión original ni doblaje

Los medios de comunicación menos creíbles de Europa. Polémica por la web de desmentidos del ayuntamiento de Madrid. Tres compañeros desaparecidos en Siria. Los tiempos no son buenos para el periodismo español.

España es país de grandes dobladores y poco éxito de las versiones originales, al menos en el cine. En el periodismo, últimamente, ni versiones originales, ni doblaje.

Versión original es el nombre del mayor escándalo en el periodismo patrio en los últimos años, y el que mejor ha reflejado su grado de descomposición. Es el nombre del apartado en la página web del Ayuntamiento de Madrid donde el consistorio va a matizar y desmentir las informaciones, que en su opinión, no se ajusten a la realidad. Asociaciones profesionales como la FAPE, gurús de la comunicación, y medios se han lanzado contra la iniciativa tachándola de censora y antidemocrática, convirtiéndola en el mayor problema de la profesión en nuestro país.

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Ojalá cualquier institución, empresa, partido político, sindicato… al que no le guste una información, lo haga saber en una web pública y en abierto, donde poder responderles, y no con llamadas privadas y presiones secretas a los despachos de alta dirección de los medios, para a través del miedo, la coacción y las amenazas, como retirar campañas publicitarias o no conceder nuevos canales de televisión, despedir periodistas o cambiar líneas editoriales.

No entiendo el escándalo montado. El portal no me gusta. Siempre me ha parecido rastrero lo de convertir en noticia el desmentido a un compañero. Pero lo de rectificar informaciones no es algo nuevo, incluso en anteriores corporaciones en el Ayuntamiento de Madrid. Seguramente, la politización, que lo ha ensuciado todo, tenga mucho que ver.

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Que sean políticos como Esperanza Aguirre los que hayan cogido, en este caso, la bandera de la libertad de expresión y la defensa de los medios, es cuando menos indecente. La política madrileña se ha cargado el más atractivo proyecto de televisión en España en los últimos 25 años, Telemadrid. El canal autonómico madrileño fue cantera de profesionales y proyectos, pero lleva dos décadas secuestrada, convertida en ejemplo de manipulación, mentiras y partidismo por obra y gracia de Aguirre.

Capítulo aparte merece el comportamiento de las asociaciones profesionales en este caso. Por una parte, al menos han aparecido, pero con los problemas que tiene el periodismo en España, convertir Versión Original en la gran batalla, es poco menos que una broma.

¿Dónde estaban esas asociaciones cuando la profesión se desangraba a base de despidos y precariedad? ¿Dónde estaban cuando los políticos saqueaban televisiones públicas antes de cerrarlas como Canal Nou? ¿Dónde estaban cuando en TVE se retrocedía de la mayor independencia de su historia a una televisión pública de partido? ¿Dónde estaban cuando en Telemadrid se ejecutaba un ERE político y salvaje? ¿Dónde estaban cuando se aprobaban leyes que amordazaban libertades? ¿Dónde están cuando en todos los medios se recortan sueldos y plantillas? ¿Dónde están cuando se ofrece trabajo sin remunerar? ¿Dónde están cuando se pagan 35€ por una crónica desde Siria? ¿Dónde están ante determinadas tertulias y portadas? ¿Dónde están cuando de verdad se ataca la libertad de expresión, la independencia y el pluralismo?

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Tres compañeros llevan diez días desaparecidos en Siria. Los tres son «freelance». Han viajado a un país en guerra desde 2011 sin la cobertura de un medio de comunicación. Han tenido que pedir créditos y arriesgar sus patrimonios personales para poder trabajar, jugándose literalmente el pellejo a pecho descubierto, sin que ninguna asociación profesional haya denunciado entonces su situación. Es la mejor radiografía del periodismo español. Elogios a la valentía y el compromiso de esos «periodistas independientes», pero ningún contrato. Al revés, desprecios, esos temas no venden, y cuando hay interés, precios irrisorios, y además nos ahorramos coberturas propias. Son los grandes medios internacionales los que permiten sobrevivir a estos periodistas españoles, despreciados en casa y que tienen que pagar por trabajar. No es nuevo, en 2003, en la guerra de Irak, murieron José Couso y Julio Anguita Parrado, ninguno de los dos estaba contratado por un medio de comunicación, se les pagaba por servicio. La descomposición se ha acelerado por la crisis.

Un informe de la Universidad de Oxford dado a conocer por el Instituto Reuters coloca a los medios españoles como lo menos creíbles de Europa y los segundos menos creíbles del Mundo. Lo peor es que nadie se ha extrañado. Ni siquiera quienes nos dedicamos al periodismo, que por supuesto somos culpables. A golpe de precariedad y miedo nos han domesticado. Llevamos siete años viviendo cada día a golpe de sobresalto. Cuando no han despedido a tu referencia periodística, han echado a la calle a un amigo. Cuando no se han tenido que ir los compañeros de la televisión de Murcia, lo han tenido que hacer los de Valencia. La precariedad ha despojado a los periodistas de su principal arma de resistencia, la dignidad. En los medios privados los empresarios han humillado a los periodistas. En los medios públicos, en unos han sido los políticos, y en otros los contables, los que han derrotado a los periodistas y al periodismo. Normal que la gente haya dejado de creernos.

Amo profundamente esta profesión, pero son ya demasiados años en que no hay nada de lo que sentirse orgulloso. Mientras los que están en los despachos, obedeciendo y recortando, se sigan haciendo millonarios, y los que se juegan la vida en Siria tengan que pagar por trabajar, mientras el gobierno decida si caen o siguen directores de diarios, mientras los bancos marquen las líneas editoriales en medios con el agua al cuello, mientras los canales públicos no sean de verdad propiedad de la gente, mientras los periodistas no recuperemos la rebeldía sometidos por la precariedad y el miedo, mientras el maestro Kapúscińsky siga teniendo razón, y desde que la información se convirtió en un negocio la verdad dejó de ser importante, ni en versión original, ni doblada, esta película no merece la pena.

81 días

81 días, uno más de los que utilizó Philias Fogg para dar la vuelta a mundo, ha necesitado Susana Díaz para ser investida presidenta de Andalucía después de ganar la elecciones el pasado 22 de marzo.

81 días que han devuelto a la realidad a los socialistas andaluces después de la euforia del triunfo en las urnas. Un tiempo en que Susana Díaz ha aprendido que no va a tener unos próximos años plácidos, y la anhelada estabilidad, si se consigue, se va a tener que sudar cada pleno, cada consejo de gobierno.

81 días que han dejado claro que dos partidos como el PP e IU en Andalucía, han perdido completamente el sitio y, por unas cosas o por otras, se han convertido en fuerzas residuales, con una limitadísima capacidad para influir en la política de esta comunidad en los próximos años.

81 días en que Podemos no ha despejado las dudas sobre su capacidad para cambiar realmente la política. Un tiempo en que ha demostrado vicios viejos, y que no ha aprovechado para demostrar que hay una nueva forma de hacer política.

81 días en que Ciudadanos ha conseguido marcar la iniciativa a pesar de ser la cuarta fuerza más votada. Un tiempo tremendamente rentable para la formación de Albert Rivera y Juan Marín, que han demostrado que con sus nueve escaños en el parlamento andaluz han logrado una influencia y una capacidad de transformación en principio destinadas para partidos con más apoyos.

81 días en que pactos, diálogo y negociaciones han sido las palabras más repetidas en la política española y andaluza. Unos días llamados a marcar un tiempo nuevo que al final se han parecido demasiado a los viejos. Días para ilusionar por una nueva forma de hacer política, más generosa y responsable, que al final se han convertido en días de decepción ante el tacticismo y el diálogo de sordos.

81 días con unas elecciones locales por el medio, que han consagrado las ansias de cambio de la ciudadanía, de otra forma de hacer política, de otro modo de gestionar lo público. Ansias que han vuelto a ser desoídas por los partidos políticos, por los viejos y por los nuevos.

Los viejos por su modo de agarrarse a los sillones, y ofrecer espectáculos tan lamentables como los de Esperanza Aguirre en Madrid, o el PP clamando por la lista más votada mientras demuestra su incapacidad para el acuerdo y la regeneración, o el PSOE discutiendo sobre quien debe protagonizar el cambio mientras sigue perdiendo votos y apoyos entre los ciudadanos.

Los nuevos por sus incongruencias. Unos, Ciudadanos, por pactar a diestra y siniestra, según le convenga, para mantener su imagen centrista de cara a las generales, y rebajando su listón de exigencias al mantener gobiernos corruptos en nombre de la gobernabilidad. Otros, Podemos, porque seguimos sin saber que quieren ser de mayores. Son capaces de pactar gobiernos como los de Castilla la Mancha o Extremadura, mientras se siguen poniendo de perfil en Andalucía, no sabemos a que juegan en Valencia, y llegan a dejar gobernar a la derecha en Gijón.

81 días en que prometieron devolver la política a los ciudadanos pero son los políticos los que siguen enredados en pactos y aritméticas parlamentarias que los ciudadanos no pueden entender. Un tiempo, en que lejos de aclararse, la situación sigue enredada. Ni un solo valenciano de izquierdas puede entender que no esté cerrado el gobierno de la Generalitat, ni un gaditano que Teófila Martínez aún pueda ser alcaldesa, o un asturiano que Foro Asturias gobierne en Gijón.

81 días con pocos datos para la esperanza. Quizás lo sucedido con Manuela Carmena en Madrid donde el acuerdo con el PSOE le permitirá ser alcaldesa, o Ada Colau en Barcelona que sí ha sido capaz de canalizar esas ansias de cambio. El suspiro de alivio en Castilla la Mancha por la perdida del gobierno de Cospedal.

81 días, eso sí, en que han continuado los desahucios, la gente ha seguido perdiendo su trabajo, y quien lo ha encontrado ha sido con sueldos de miseria y en régimen de semiesclavitud, los parados perdiendo prestaciones, los dependientes han seguido esperando sus ayudas, los estudiantes suspirando por recuperar las becas perdidas, los enfermos por la sanidad de antes de los recortes y las privatizaciones, los pensionistas pagando por sus medicinas, o los jóvenes teniendo que abandonar el país para buscarse la vida.

24M: La hora de los pactos para la gente

Ada Colau en Barcelona, Manuela Carmena en Madrid y Joan Ribó en Valencia son las caras del vuelco electoral vivido este domingo. Una activista antidesahucios, que se dio a conocer en la calle, defendiendo a aquellas familias a las que los bancos dejaban sin casa, será la nueva alcaldesa de Barcelona. Una veterana magistrada, que ha consagrado su vida a la defensa de los derechos humanos, puede ser la nueva alcaldesa de Madrid. Un histórico militante comunista, que desde Compromís, abanderó la denuncia de la corrupción cutre y miserable que ha desangrado el país, debe ser el nuevo alcalde de Valencia. Si no lo son, porque no se llega a los pactos que les abran las puertas de los ayuntamientos, la política habrá vuelto a traicionar a los ciudadanos.

El cambio es esto, que la gente normal sea la nueva dueña de la política. En Galicia, representantes de las mareas que tomaron las calles para defender la sanidad y la educación públicas, la justicia gratuita o los derechos laborales cuando la ciudadanía había quedado indefensa, y el gobierno aprovechaba la crisis para recortar hasta la libertad, se han hecho con algunas de las principales alcaldías de esa Comunidad. Esto es la nueva política, la política hecha por la gente y al servicio de la gente.

La inestabilidad es un riesgo que los españoles han decidido asumir. No asustan los tripartitos o los cuatripartitos, lo verdaderamente peligroso es lo que vivimos desde mayo de 2010, y que tanto sufrimiento ha provocado. La gente está harta y este domingo ha hablado. No quieren mayorías absolutas, no quieren gobiernos que se desentiendan de la ciudadanía y legislen para unos pocos, no quieren partidos podridos por la corrupción, no quieren políticos cobardes incapaces de dar explicaciones, no quieren instituciones al servicio de los mercados, no aceptan discursos falsos de recuperación económica mientras la pobreza y la desigualdad se extienden. Quieren gobiernos que dialoguen, obligados a rendir siempre cuentas, quieren instituciones transparentes en que la opinión de los ciudadanos cuente todos los días, quieren políticos comprometidos con lo público y no que utilicen la política para sus negocios privados, quieren partidos al servicio la gente, que hagan de la injusticia y la pobreza sus principales enemigos, y quieren dar un baño de realidad a esos gobernantes que viven en realidades paralelas que nadie más ve.

A pesar de ello, es cierto que el PP ha sido la fuerza más votada, aunque perdiendo tres millones de votos. Si la lectura en Génova de estas elecciones es que siguen siendo la fuerza más votada, no habrán entendido nada, y en las generales perderán otros pocos millones de votos. Es cierto que el PSOE ha sido la segunda fuerza más votada, aunque perdiendo casi un millón de votos. Si la lectura de los socialistas es que siguen siendo la fuerza hegemónica de la izquierda,es que siguen sin enterarse y en las generales seguirán sin convencer a nadie. El PP ha perdido todas sus mayorías absolutas, hasta en Castilla y León o La Rioja. Ni haciendo trampas, Cospedal en Castilla la Mancha ha sido capaz de asegurar la reelección. El PSOE ha dejado de ser segunda fuerza política en casi todas las grandes ciudades del país. La gente quiere cambio, y si los partidos tradicionales no se someten a esas ansias de cambio, dejarán de ser útiles y los ciudadanos los despreciarán.

Los ciudadanos han dicho que ha llegado la hora de la generosidad y la responsabilidad, del diálogo y la negociación, del pacto y el entendimiento. Da igual que la dialéctica sea izquierda y derecha, lo nuevo y lo viejo, los de arriba y los de abajo. Los españoles han dejado muy claro que quieren dejar de ser tratados como niños por partidos paternalistas que desincentivan la participación en política. Ahora la activista antidesahucios quiere y puede ser alcaldesa, la magistrada comprometida mandar a la oposición a la política profesional que personifica la vieja y rancia política.

La apelación a la lista más votada es ya una excusa de perdedores. Los partidos, todos, han recibido el mandato de las urnas de articular gobiernos de la gente y para la gente. En nombre de la nueva política Alfonso Rus ha sido barrido en las urnas en Xátiva. En nombre de la nueva política, aunque hayan tenido más votos, no se entendería que García Albiol en Badalona, o León de la Riva en Valladolid, no sean desalojados de las alcaldías por las mayorías alternativas salidas de las urnas. En este tiempo nuevo, nadie entendería que Podemos o Ciudadanos permitan gobiernos antiguos. Nadie entendería que por falta de acuerdos, Aguirre fuese alcaldesa o Cospedal presidenta. Ha llegado el momento de retratarse. Como dijo el filósofo y flamante premio Princesa de Asturias, Emilio Lledó, ha llegado la hora de la decencia.

La voz de la ciudadanía ha sido nítida en las urnas, y ahora hay que hacer que sea la voz de los gobiernos de ayuntamientos y comunidades. El 24M ha ganado la gente, que no lo estropee la política. Si PP, PSOE, Podemos, Ciudadanos, IU, o cualquier partido quiere volver a sentarse a negociar pactos de gobierno en beneficio propio y para mantener privilegios , se estarán equivocando, y traicionarán a unos nuevos ciudadanos que han dejado claro que ya ni olvidan ni perdonan, durante demasiado tiempo lo han hecho y ya hemos visto las consecuencias.

La gripe del PSOE

Tremendo dolor de cabeza. Sensación de embotamiento, fiebre alta y aletargamiento. Cansancio, malestar general, dolor en todas las partes del cuerpo como si nos hubieran dado una paliza. Nariz taponada, dificultades para respirar, y cualquier esfuerzo significa afrontar un 8.000 en el Himalaya. Estos síntomas suenan familiares cuando la epidemia de gripe alcanza su pico máximo.

Muchos de estos síntomas los he observado, durante este fin de semana en Valencia, no en una persona, sino en un partido político, el PSOE, durante la celebración de su Conferencia Autonómica.

Un cónclave en el que curiosamente la gripe también ha sido protagonista. La gripe que no respeta a nadie, y que ha dejado KO a la presidenta andaluza, Susana Díaz, que se ha convertido en la gran ausente estos días. La Conferencia Autonómica se desinflaba en cuanto se conocía la ausencia de la líder andaluza.

La Conferencia esperaba ofrecer la primera imagen de Susana Díaz y el secretario general, Pedro Sánchez, tras la convocatoria de elecciones en Andalucía y los rumores sobre la disputa en el liderazgo del partido. Una foto que pusiera fin a todos los rumores, y diera al enfermo estabilidad para empezar a consolidar la recuperación.

La andaluza ha visto como desde muchos sectores se le ha reservado el papel del antigripal más efectivo para combatir catarros, gripes y enfriamientos en un partido con las defensas bajas en los últimos tiempos. Un partido que parece no encontrar la vacuna adecuada para neutralizar el virus, en permanente mutación, de la decepción, el desencanto, la desconfianza y la desafección de los ciudadanos.

En unos momentos en que la política demanda más verdad y menos marketing, más pasión y menos estrategias, cuando hasta Carlos Floriano hecha de menos la piel en la vida pública, eso es lo que representa, para muchos socialistas, la presidenta andaluza.

Susana Díaz, para bien o para mal, ha decidido marcar los tiempos de un año clave para España y por supuesto para los socialistas, y el PSOE vive los últimos meses al ritmo de las declaraciones y los silencios de la sevillana.

Sin ella la Conferencia Autonómica además de peder interés, ha perdido pasión. Impecable la intervención del secretario general, sin Díaz, protagonista absoluto. Sánchez ha pedido unidad, fortaleza, y ha insuflado ánimos para derrotar a la derecha, el único rival. Un acierto su estrategia de confrontar los valores socialistas con las políticas del PP, y rebajar la confrontación con Podemos. Pedro Sánchez ha reivindicado la historia socialista, el partido que ha transformado España. Pero sin Díaz, el único valor electoral seguro de los socialistas, la única que juega con encuestas a su favor, se acrecientan las dudas sobre si el presente del PSOE puede estar al nivel de su pasado.

De la Conferencia han salido propuestas de políticas de izquierdas que suenan bien, y que si se hubiesen puesto en práctica hace cinco años, el PSOE no sería un partido convaleciente. Pero por el hall del Palacio de Congresos de Valencia han desfilado todos los candidatos autonómicos socialistas para la cita del mes de mayo, los que deben poner en práctica esas ideas, y la impresión es que ,salvo alguna excepción, no hemos visto políticos que conservaremos en la memoria dentro de unos años, y varios, con demasiadas derrotas en un zurrón con muchas heridas del pasado y poco espacio para el futuro.

El PSOE no acaba de superar esa gripe que le mantiene con dolor en la cabeza, cierto embotamiento para hacer oposición a un PP que deambula entre la corrupción y los recortes, malestar general que le impide pasar página de errores todavía demasiado recientes, y un letargo que ha permitido que otros ocupen el espacio en la calle y en las urnas que históricamente ha correspondido a los socialistas.

Los votos son el único paracetamol, los proyectos políticos serios y creíbles al servicio del ciudadanos el único antibiótico, que aliviará los síntomas de una gripe, que si no consiguen curar bien, puede acabar en neumonía, y como decía mi abuela, de gripes mal curadas están los cementerios llenos.