Caso Nóos: ineptos, chorizos o tontos

Terminó la declaración de los 17 procesados en el juicio por el caso Nóos. Tras visionar decenas de miles de folios, exhibir millares de documentos, escuchar centenares de preguntas, decenas de horas de declaraciones, no me creo que pueda haber gente tan tonta, profesionales tan ineptos, que hayan permitido campar a sus anchas a chorizos, capaces de hacer desaparecer delante de todos seis millones de euros de dinero público sin necesidad de chistera ni varita mágica, sin que todos hayan sido cómplices a la hora de llenarse los bolsillos.

El banquillo de acusados reúne a una infanta de España y a su marido. Hija y hermana de rey, yerno y cuñado de jefe de estado. Un presidente autonómico, un vicealcalde, medallistas olímpicos, y altos cargos de administraciones corrompidas por la corrupción como Baleares, Valencia o Madrid. Los 17 procesados se han convertido en un muestrario de ineptos, tontos y chorizos que ni en el mejor muestrario del gran libro del corrupto.

No me creo que una Infanta de España, licenciada en políticas, alta ejecutiva del departamento internacional de La Caixa, se presente ante el tribunal como la abnegada esposa que no sabe lo que firma, o los negocios a que se dedica un marido en el que confía ciegamente.

Perdón pero no me lo creo. No me creo que un deportista de élite se ponga en manos de un contable para decidir si la factura de un libro de Harry Potter se puede endosar a la empresa para pagar menos impuestos, o que sea su secretaria la que decida si la compra del Caprabo desgrava. No creo que se pueda ser tan inepto.

No me creo que un profesor de ESADE no sepa si un trabajador está contratado en un régimen u otro. No me creo que un presidente autonómico se desvincule de un proyecto gestado en partidas de pádel en el Palacio de Marivent. O que altos cargos se jueguen sus carreras y sus antecedentes penales, por ineptitud a la hora de adjudicar contratos públicos.

Perdón pero no me lo creo. No creo que una infanta, pueda ser tan tonta como para no saber que pasa con sus tarjetas de crédito. O un jugador profesional de balonmano, no sepa que sociedades pantalla se crean a su nombre para tributar menos. O un doctor en economía y experto en patrocinio, se haga un lío en cargar subvenciones públicas a empresas tapaderas en lugar de a un instituto sin ánimo de lucro. No me creo que un presidente autonómico no sepa dónde han ido dos millones de euros, o un vicealcalde tres.

No creo en altos cargos tan tontos como los de Ibatur, o Illesport, o los rectores de la Ciudad de las Ciencias de Valencia, que se dedicaron a repartir millones de euros a empresas solo porque en su organigrama figuraba el yerno del rey.

Perdón, pero no me lo creo. Sé que la justicia tendrá que esclarecer la verdad de un escándalo de corrupción que se ha llevado por delante el prestigio de la Corona y la figura de un monarca, obligado a abdicar, por la sospecha de que todo lo que su yerno o su hija hacían, era imposible sin el conocimiento de la jefatura del estado.

Cada vez creo menos en ineptos y tontos. Y los chorizos en esta país brotan como las flores en primavera, pero ellos todo el año. No me creo que Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín no supieran que estaban al borde de la legalidad mientras paseaban por el Palacete de Pedralbes. O que Diego Torres no pensase en forrarse cuando decidió asociarse con el cuñado de Felipe VI. Y qué decir de Jaume Matas, que miras corrupto en el diccionario y sale su foto. O Pepote Ballester, o Alfonso Grau, o los Tejeiro, o Mercedes Coghen, y así el resto de procesados. No puedo evitar pensar en lo que se les habrá quedado entre los dedos por vulnerar controles, hacer la vista gorda, o comerse los marrones de otros, apellídense Barberas, Camps o Gallardones.

La foto del banquillo del caso Nóos es la foto de cómo se han hecho las cosas en este país en años de bonanza. Es la foto de los que de verdad vivieron por encima de nuestras posibilidades, que gestionaron lo que era de todos como si fuese suyo.

Desde la corona, al más ínfimo escalón del poder, hubo un tiempo en que se consideraron con el derecho de coger lo que ellos estaban seguros que les pertenecía, por el mero hecho de ser quienes eran, y estar donde estaban. Si miembros de la familia real era capaces de jugarse prestigio y futuro por unos pocos millones de euros, es que todos los que se movían en ese círculo lo hacían. El verdadero reino era el de la impunidad, el de los que se sentían por encima de la ley.

Lo estamos viendo cada día en una Comunidad y en una Institución diferente. Comunidades Autónomas, partidos políticos, sindicatos. Correas, Granados, Bárcenas o Marjalizas. La verdadera burbuja que nos ha conducido al desastre ha sido la de la desvergüenza en el poder.

Es curioso que el final de las declaraciones de los procesados de Nóos, el ejemplo más claro de la metástasis que carcome de manera trasversal nuestras instituciones desde la primera a la última, se haya producido entre la dos sesiones de investidura para alumbrar un nuevo gobierno y una nueva etapa política. Pero parece que ni así la responsabilidad y el sentido común llega a la clase política. Quizás, es que lo del cambio es un bonito eslogan, pero que no interesa a nadie que se haga realidad, por si de verdad a algunos, se les acaba el chollo.