Terminó el tiempo de las palabras, llegó el momento de los hechos. Comenzó la hora de la política, de decidir si se quieren buscar soluciones y empezar a trabajar por la gente, o si por el contrario se quiere parar el reloj en una campaña electoral eterna. Ha llegado el momento de decidir si se quieren afrontar los problemas, o seguir apostando por la demagogia y la confrontación. Los españoles sin empleo, los que no llegan a fin de mes, los que se han tenido que ir fuera a buscarse la vida, los que se encuentran en listas de espera interminables para recuperar su salud, los que han dejado de estudiar por no poder pagar las tasas, los dependientes sin ayudas, los jubilados que vuelven a tener que mantener a sus hijos, los que no pueden pagar sus hipotecas, no pueden esperar más.
Los problemas a los que hay que hacer frente son de una enorme complejidad, por ello es más necesario que nunca valentía y generosidad, osadía y diálogo. Los españoles hablaron con sus votos el pasado 20 de diciembre y su mensaje fue claro, ahora es el tiempo de cumplir el mandato de las urnas, y la herramienta para hacerlo, solo es una, la POLÍTICA, con mayúsculas.
Los españoles han configurado el parlamento que mejor refleja a la sociedad actual. Olvidado el calentón, el enfado y el miedo, con el que acudieron a las urnas en 2011, cuatro años después, han sabido dibujar con sus votos el fiel retrato de la España de 2016 en la sede de la soberanía popular. Una España que ha rechazado las mayorías absolutas, y que quiere que el diálogo y el pacto presidan la vida pública. Los que han perdido el timón del país lo llaman inestabilidad, para el resto es simplemente pluralidad.
Por primera vez en décadas tenemos en el parlamento todas las maneras de pensar y de vivir. Junto a las corbatas también están las camisetas, las rastas comparten hemiciclo con los cardados y las sobredosis de laca o de gomina, los que llevan las banderas de España en el cinturón y en el llavero, son vecinos de escaño de los que no se sienten españoles. En el nuevo Congreso de los Diputados, junto a los partidos de siempre, han entrado las mareas ciudadanas que han tomado las calles los últimos cuatro años, los miembros del 15M, los que fraguaron su vocación política en las plazas y en las calles sin siglas a las que prestar obediencia. No falta ni la señora mayor faltona, como Celia Villalobos, ni el corrupto, como el popular Gomez de la Serna. Una oportunidad así no se puede desaprovechar.
Solo en 1977, con la España del exilio y la de dentro, con los nostálgicos de la dictadura y los que lucharon por la libertad, con republicanos y monárquicos, con chaquetas de pana y trajes clásicos, con pelos largos y bigotitos fachas compartiendo escaños, se produjo una situación comparable. De aquel parlamento surgió un ejercicio de consenso y reconciliación que asombró al mundo, una constitución, que sin ser perfecta, ha alumbrado décadas de progreso y bienestar. Por primera vez en la historia de este país se hizo POLÍTICA con mayúsculas.
38 años después, aquel proyecto, que ha permitido los mayores avances de nuestra historia, está agotado. Los errores cometidos en aquella coyuntura histórica demandan ser solucionados, si no queremos que se conviertan en lastres demasiados pesados. Si en 1977, saliendo de una dictadura, España supo entender una nueva cultura política que pasó del bastonazo y el juicio sumarísimo al entendimiento y al diálogo, es imposible que en 2016 no seamos capaces de volver a hacerlo.
La herramienta debe ser la misma, no hay que inventar nada, la POLÍTICA. La política como vía para solucionar problemas y no para crearlos. La política como vía de entendimiento, y no de confrontación. La política como vía para forjar acuerdos que beneficien a la mayoría, y no para crear espacios de privilegios para unos pocos. La política en la que la cesión y el pacto no sean entendidos como debilidad, sino como la mayor de las fortalezas. La política donde la generosidad sea el mejor de los programas electorales, y la valentía el único principio inquebrantable.
La gravedad de los problemas, con el desafío independentista en Cataluña, el mayor proceso de empobrecimiento de la clase trabajadora del último medio siglo, las mayores tasas de desigualdad de nuestra historia, hacen que no podamos esperar más. En un tiempo en que hemos visto que se puede hacer política con un bebé en los brazos, o con una bicicleta en la puerta del Congreso, hay que empezar a poner esa política al servicio de la gente. Hay que ponerse a hacer política de verdad, sin maquillaje ni demoscopias.
Los principios no han sido esperanzadores. Los partidos viejos, o siguen sin enterarse de lo que ha pasado, o siguen mirándose el ombligo. Y los nuevos, siguen pensando que están en el plató televisivo que les ha permitido coger impulso, o siguen anclados en el mundo ideal de las asambleas y las plazas. Cada minuto que pasa en que unos siguen pensando que no ha pasado nada y otros se devoran a dentelladas en debates internos, en que unos siguen actuando para una cámara de televisión y otros siguen sin darse cuenta de que ya no están en las asambleas de la universidad y se les demandan hechos y no solo palabras, España se debilita y los españoles siguen sufriendo.
La Cortes ya se han constituido, el Rey ha comenzado la ronda para preparar la investidura. Ha llegado el momento de ejercer la responsabilidad y empezar a construir acuerdos, de olvidar enfrentamientos personales y pensar en lo que conviene al país. Ha llegado el tiempo de la POLÍTICA como la mejor herramienta para transformar España y mejorar la vida de los españoles, que llevan demasiado tiempo sufriendo y cada vez les queda menos paciencia.
Rajoy quiere gobernar, pero dinamitó en cuatro años cualquier vía de entendimiento con el resto de fuerzas políticas, la crueldad de sus medidas y el dolor provocado, ha hecho que los ciudadanos le hayan dado la espalda y puesto muy cuesta arriba su reelección. Las cuentas no le salen. El presidente, un mes después de la cita con las urnas, no ha puesto sobre la mesa proyecto alguno, al margen de una gran coalición impensable en España hasta que la derecha de este país no sufra la transformación que vivieron los partidos de derechas en toda Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
Pedro Sánchez ha dicho no a Rajoy, lo contrario sería el suicidio de su partido, y sí a un gobierno de cambio difícil de articular con otras fuerzas de izquierda y nacionalistas. Sánchez quiere liderar ese gobierno alternativo, la única opción para la que pueden dar las cifras, pero no sabemos si esa es la intención de todo el PSOE, que sigue distraído en luchas internas.
Pablo Iglesias sigue más preocupado en convertirse en líder de la oposición que en empezar a transformar la sociedad. Podemos sigue en campaña, y parece que seguirá así hasta desbancar a los socialistas. Por eso todo son problemas para ponerse a trabajar por el gobierno de cambio, el referéndum en Cataluña, los cuatro grupos parlamentarios, parece que sí se puede pero de momento no quieren.
Y Ciudadanos, al margen de la unidad de España, no sabemos si quieren apoyar a un gobierno de recortes y copagos, o son partidarios de otro modo de gestionar y devolver los derechos arrebatados a la gente por la crisis. Albert Rivera sigue en su ni el PP ni el PSOE, la indefinición puede acabar destruyendo al partido naranja.
Así las cosas, la repetición de las elecciones es una posibilidad cierta en los próximos meses en una España que seguiría paralizada. Los ciudadanos no lo entenderían. Sería el fracaso de nuestra clase política, incapaz de construir acuerdos y poner los intereses del país por delante de los suyos. Si un albañil no sabe construir casas, no sirve. Si un abogado no sabe actuar en un juicio, sería un inútil. Si un médico no sabe curar a un enfermo, sería un incapaz. Si los políticos no saben hacer política, ¿para qué sirven? Es el drama de nuestro país, cuando más necesaria es la política, no podemos tener peores políticos, inútiles e incapaces.