Cataluña, así no.

Así, no. Pero vulnerando la ley, no respetando las decisiones del Tribunal Constitucional, utilizando políticamente a los mossos de escuadra, usando los medios públicos en propio beneficio, dividiendo a la población entre buenos y malos, amigos y enemigos, convirtiendo las escuelas en lugares donde apuntalar discursos en lugar de enseñar materias, utilizando a la ciudadanía como escudos frente a la legalidad, sobreactuando y recurriendo al victimismo a base de mentiras, tampoco.

«Así, no» es la expresión que mejor definiría la actuación de todos en la crisis que se está viviendo en Cataluña. No ha acertado nunca nadie. Está siendo tal el cúmulo de errores, de unos y otros, que es difícil encontrar una colección de incapaces e impresentables mayor en la historia política de este país, que ciertamente tiene poco de lo que presumir en ese aspecto.

Se equivocó el Rey con un discurso a destiempo y equivocado. Pero se equivoca también Puigdemont en un discurso de diseño, con escenografía y horario de jefe de estado, para luego apelar a la constitución que no respeta, o pedir una mediación pero no moverse un milímetro de sus planes. Suenan huecos los conceptos de legalidad, constitución o quiebra institucional en boca del Rey, pero suenan igualmente vacíos los términos paz y democracia en boca de Puigdemont. Todos nos han dado suficientes ejemplo de lo que les importa la legalidad y la democracia, si de verdad les preocupase la paz y la constitución hace tiempo que se hubieran puesto a trabajar para reforzarlas y no para destruirlas.

Así, no. Hace tiempo que las cosas ya no se hacen a palos, pero tampoco con acosos, expulsiones de hotel e insultos a los hijos de servidores públicos que solo cumplen órdenes. Parecía que habíamos superado los tiempos en que no había ley, y las reglas solo eran contar hasta tres antes de desenfundar el revólver en la puerta del «saloon». Creíamos que habíamos conquistado los tiempos del hablando se entiende la gente, del diálogo y la concordia, donde los problemas se hablaban y la negociación era la vía para solucionar conflictos.

Así, no. Claman millones de españoles y catalanes, hartos y asustados ante la deriva que puedan tomar los acontecimientos ante el posible pleno de independencia del lunes. No es de recibo que como se pudo comprobar ayer en el Parlament, los diputados de la CUP, la séptima fuerza política en Cataluña, sean las vedettes de la institución y sean los que marquen el paso a partidos y políticos que han antepuesto sus intereses a los de la mayoría. No puede ser que se siga negando el diálogo a cuatro días del apocalipsis. Solo es comprensible porque internamente le refuerza y electoralmente le beneficia, que el presidente del gobierno, que ha negociado con grupos yihadistas para liberar a periodistas en Siria, que no cumple sus acuerdos en materia de refugiados, o se ha saltado la legalidad para devolver a inmigrantes en caliente, ahora se haya bunquerizado en la firmeza frente al chantaje, el respeto a las normas y el cumplimiento de la ley para no tratar de resolver un problema que tiene como rehenes a millones de ciudadanos. No se puede apelar a conquistar las calles, a demostraciones de fuerza de unos frente a otros, con el riesgo de un estallido social

La gente está harta de los «así, no», quiere empezar a ver que a alguien de verdad le preocupa lo que está pasando y se ponga a buscar una solución, si todavía es posible, antes de que haya que lamentar.

Ojalá todavía estemos a tiempo de poder decir, así sí. Que cesen las amenazas y se abra paso el diálogo, que baje la crispación y se ponga en marcha la negociación, que dejen de dividirnos y nos empecemos a unir, que se olviden de lo que les interesa y nos pongamos a hablar de lo que nos importa, que olvidemos el pasado para diseñar el futuro, que se vayan los incapaces y lleguen los valientes, que frente al inmovilismo se imponga la osadía, que frente a la ruptura se levante la concordia. Así, sí.

Caso Nóos: ineptos, chorizos o tontos

Terminó la declaración de los 17 procesados en el juicio por el caso Nóos. Tras visionar decenas de miles de folios, exhibir millares de documentos, escuchar centenares de preguntas, decenas de horas de declaraciones, no me creo que pueda haber gente tan tonta, profesionales tan ineptos, que hayan permitido campar a sus anchas a chorizos, capaces de hacer desaparecer delante de todos seis millones de euros de dinero público sin necesidad de chistera ni varita mágica, sin que todos hayan sido cómplices a la hora de llenarse los bolsillos.

El banquillo de acusados reúne a una infanta de España y a su marido. Hija y hermana de rey, yerno y cuñado de jefe de estado. Un presidente autonómico, un vicealcalde, medallistas olímpicos, y altos cargos de administraciones corrompidas por la corrupción como Baleares, Valencia o Madrid. Los 17 procesados se han convertido en un muestrario de ineptos, tontos y chorizos que ni en el mejor muestrario del gran libro del corrupto.

No me creo que una Infanta de España, licenciada en políticas, alta ejecutiva del departamento internacional de La Caixa, se presente ante el tribunal como la abnegada esposa que no sabe lo que firma, o los negocios a que se dedica un marido en el que confía ciegamente.

Perdón pero no me lo creo. No me creo que un deportista de élite se ponga en manos de un contable para decidir si la factura de un libro de Harry Potter se puede endosar a la empresa para pagar menos impuestos, o que sea su secretaria la que decida si la compra del Caprabo desgrava. No creo que se pueda ser tan inepto.

No me creo que un profesor de ESADE no sepa si un trabajador está contratado en un régimen u otro. No me creo que un presidente autonómico se desvincule de un proyecto gestado en partidas de pádel en el Palacio de Marivent. O que altos cargos se jueguen sus carreras y sus antecedentes penales, por ineptitud a la hora de adjudicar contratos públicos.

Perdón pero no me lo creo. No creo que una infanta, pueda ser tan tonta como para no saber que pasa con sus tarjetas de crédito. O un jugador profesional de balonmano, no sepa que sociedades pantalla se crean a su nombre para tributar menos. O un doctor en economía y experto en patrocinio, se haga un lío en cargar subvenciones públicas a empresas tapaderas en lugar de a un instituto sin ánimo de lucro. No me creo que un presidente autonómico no sepa dónde han ido dos millones de euros, o un vicealcalde tres.

No creo en altos cargos tan tontos como los de Ibatur, o Illesport, o los rectores de la Ciudad de las Ciencias de Valencia, que se dedicaron a repartir millones de euros a empresas solo porque en su organigrama figuraba el yerno del rey.

Perdón, pero no me lo creo. Sé que la justicia tendrá que esclarecer la verdad de un escándalo de corrupción que se ha llevado por delante el prestigio de la Corona y la figura de un monarca, obligado a abdicar, por la sospecha de que todo lo que su yerno o su hija hacían, era imposible sin el conocimiento de la jefatura del estado.

Cada vez creo menos en ineptos y tontos. Y los chorizos en esta país brotan como las flores en primavera, pero ellos todo el año. No me creo que Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín no supieran que estaban al borde de la legalidad mientras paseaban por el Palacete de Pedralbes. O que Diego Torres no pensase en forrarse cuando decidió asociarse con el cuñado de Felipe VI. Y qué decir de Jaume Matas, que miras corrupto en el diccionario y sale su foto. O Pepote Ballester, o Alfonso Grau, o los Tejeiro, o Mercedes Coghen, y así el resto de procesados. No puedo evitar pensar en lo que se les habrá quedado entre los dedos por vulnerar controles, hacer la vista gorda, o comerse los marrones de otros, apellídense Barberas, Camps o Gallardones.

La foto del banquillo del caso Nóos es la foto de cómo se han hecho las cosas en este país en años de bonanza. Es la foto de los que de verdad vivieron por encima de nuestras posibilidades, que gestionaron lo que era de todos como si fuese suyo.

Desde la corona, al más ínfimo escalón del poder, hubo un tiempo en que se consideraron con el derecho de coger lo que ellos estaban seguros que les pertenecía, por el mero hecho de ser quienes eran, y estar donde estaban. Si miembros de la familia real era capaces de jugarse prestigio y futuro por unos pocos millones de euros, es que todos los que se movían en ese círculo lo hacían. El verdadero reino era el de la impunidad, el de los que se sentían por encima de la ley.

Lo estamos viendo cada día en una Comunidad y en una Institución diferente. Comunidades Autónomas, partidos políticos, sindicatos. Correas, Granados, Bárcenas o Marjalizas. La verdadera burbuja que nos ha conducido al desastre ha sido la de la desvergüenza en el poder.

Es curioso que el final de las declaraciones de los procesados de Nóos, el ejemplo más claro de la metástasis que carcome de manera trasversal nuestras instituciones desde la primera a la última, se haya producido entre la dos sesiones de investidura para alumbrar un nuevo gobierno y una nueva etapa política. Pero parece que ni así la responsabilidad y el sentido común llega a la clase política. Quizás, es que lo del cambio es un bonito eslogan, pero que no interesa a nadie que se haga realidad, por si de verdad a algunos, se les acaba el chollo.

XI Legislatura, la hora de la POLÍTICA

Terminó el tiempo de las palabras, llegó el momento de los hechos. Comenzó la hora de la política, de decidir si se quieren buscar soluciones y empezar a trabajar por la gente, o si por el contrario se quiere parar el reloj en una campaña electoral eterna. Ha llegado el momento de decidir si se quieren afrontar los problemas, o seguir apostando por la demagogia y la confrontación. Los españoles sin empleo, los que no llegan a fin de mes, los que se han tenido que ir fuera a buscarse la vida, los que se encuentran en listas de espera interminables para recuperar su salud, los que han dejado de estudiar por no poder pagar las tasas, los dependientes sin ayudas, los jubilados que vuelven a tener que mantener a sus hijos, los que no pueden pagar sus hipotecas, no pueden esperar más.

Los problemas a los que hay que hacer frente son de una enorme complejidad, por ello es más necesario que nunca valentía y generosidad, osadía y diálogo. Los españoles hablaron con sus votos el pasado 20 de diciembre y su mensaje fue claro, ahora es el tiempo de cumplir el mandato de las urnas, y la herramienta para hacerlo, solo es una, la POLÍTICA, con mayúsculas.

Los españoles han configurado el parlamento que mejor refleja a la sociedad actual. Olvidado el calentón, el enfado y el miedo, con el que acudieron a las urnas en 2011, cuatro años después, han sabido dibujar con sus votos el fiel retrato de la España de 2016 en la sede de la soberanía popular. Una España que ha rechazado las mayorías absolutas, y que quiere que el diálogo y el pacto presidan la vida pública. Los que han perdido el timón del país lo llaman inestabilidad, para el resto es simplemente pluralidad.

Por primera vez en décadas tenemos en el parlamento todas las maneras de pensar y de vivir. Junto a las corbatas también están las camisetas, las rastas comparten hemiciclo con los cardados y las sobredosis de laca o de gomina, los que llevan las banderas de España en el cinturón y en el llavero, son vecinos de escaño de los que no se sienten españoles. En el nuevo Congreso de los Diputados, junto a los partidos de siempre, han entrado las mareas ciudadanas que han tomado las calles los últimos cuatro años, los miembros del 15M, los que fraguaron su vocación política en las plazas y en las calles sin siglas a las que prestar obediencia. No falta ni la señora mayor faltona, como Celia Villalobos, ni el corrupto, como el popular Gomez de la Serna. Una oportunidad así no se puede desaprovechar.

Solo en 1977, con la España del exilio y la de dentro, con los nostálgicos de la dictadura y los que lucharon por la libertad, con republicanos y monárquicos, con chaquetas de pana y trajes clásicos, con pelos largos y bigotitos fachas compartiendo escaños, se produjo una situación comparable. De aquel parlamento surgió un ejercicio de consenso y reconciliación que asombró al mundo, una constitución, que sin ser perfecta, ha alumbrado décadas de progreso y bienestar. Por primera vez en la historia de este país se hizo POLÍTICA con mayúsculas.

38 años después, aquel proyecto, que ha permitido los mayores avances de nuestra historia, está agotado. Los errores cometidos en aquella coyuntura histórica demandan ser solucionados, si no queremos que se conviertan en lastres demasiados pesados. Si en 1977, saliendo de una dictadura, España supo entender una nueva cultura política que pasó del bastonazo y el juicio sumarísimo al entendimiento y al diálogo, es imposible que en 2016 no seamos capaces de volver a hacerlo.

La herramienta debe ser la misma, no hay que inventar nada, la POLÍTICA. La política como vía para solucionar problemas y no para crearlos. La política como vía de entendimiento, y no de confrontación. La política como vía para forjar acuerdos que beneficien a la mayoría, y no para crear espacios de privilegios para unos pocos. La política en la que la cesión y el pacto no sean entendidos como debilidad, sino como la mayor de las fortalezas. La política donde la generosidad sea el mejor de los programas electorales, y la valentía el único principio inquebrantable.

La gravedad de los problemas, con el desafío independentista en Cataluña, el mayor proceso de empobrecimiento de la clase trabajadora del último medio siglo, las mayores tasas de desigualdad de nuestra historia, hacen que no podamos esperar más. En un tiempo en que hemos visto que se puede hacer política con un bebé en los brazos, o con una bicicleta en la puerta del Congreso, hay que empezar a poner esa política al servicio de la gente. Hay que ponerse a hacer política de verdad, sin maquillaje ni demoscopias.

Los principios no han sido esperanzadores. Los partidos viejos, o siguen sin enterarse de lo que ha pasado, o siguen mirándose el ombligo. Y los nuevos, siguen pensando que están en el plató televisivo que les ha permitido coger impulso, o siguen anclados en el mundo ideal de las asambleas y las plazas. Cada minuto que pasa en que unos siguen pensando que no ha pasado nada y otros se devoran a dentelladas en debates internos, en que unos siguen actuando para una cámara de televisión y otros siguen sin darse cuenta de que ya no están en las asambleas de la universidad y se les demandan hechos y no solo palabras, España se debilita y los españoles siguen sufriendo.

La Cortes ya se han constituido, el Rey ha comenzado la ronda para preparar la investidura. Ha llegado el momento de ejercer la responsabilidad y empezar a construir acuerdos, de olvidar enfrentamientos personales y pensar en lo que conviene al país. Ha llegado el tiempo de la POLÍTICA como la mejor herramienta para transformar España y mejorar la vida de los españoles, que llevan demasiado tiempo sufriendo y cada vez les queda menos paciencia.

Rajoy quiere gobernar, pero dinamitó en cuatro años cualquier vía de entendimiento con el resto de fuerzas políticas, la crueldad de sus medidas y el dolor provocado, ha hecho que los ciudadanos le hayan dado la espalda y puesto muy cuesta arriba su reelección. Las cuentas no le salen. El presidente, un mes después de la cita con las urnas, no ha puesto sobre la mesa proyecto alguno, al margen de una gran coalición impensable en España hasta que la derecha de este país no sufra la transformación que vivieron los partidos de derechas en toda Europa tras la Segunda Guerra Mundial.

Pedro Sánchez ha dicho no a Rajoy, lo contrario sería el suicidio de su partido, y sí a un gobierno de cambio difícil de articular con otras fuerzas de izquierda y nacionalistas. Sánchez quiere liderar ese gobierno alternativo, la única opción para la que pueden dar las cifras, pero no sabemos si esa es la intención de todo el PSOE, que sigue distraído en luchas internas.

Pablo Iglesias sigue más preocupado en convertirse en líder de la oposición que en empezar a transformar la sociedad. Podemos sigue en campaña, y parece que seguirá así hasta desbancar a los socialistas. Por eso todo son problemas para ponerse a trabajar por el gobierno de cambio, el referéndum en Cataluña, los cuatro grupos parlamentarios, parece que sí se puede pero de momento no quieren.

Y Ciudadanos, al margen de la unidad de España, no sabemos si quieren apoyar a un gobierno de recortes y copagos, o son partidarios de otro modo de gestionar y devolver los derechos arrebatados a la gente por la crisis. Albert Rivera sigue en su ni el PP  ni el PSOE, la indefinición puede acabar destruyendo al partido naranja.

Así las cosas, la repetición de las elecciones es una posibilidad cierta en los próximos meses en una España que seguiría paralizada. Los ciudadanos no lo entenderían. Sería el fracaso de nuestra clase política, incapaz de construir acuerdos y poner los intereses del país por delante de los suyos. Si un albañil no sabe construir casas, no sirve. Si un abogado no sabe actuar en un juicio, sería un inútil. Si un médico no sabe curar a un enfermo, sería un incapaz. Si los políticos no saben hacer política, ¿para qué sirven?  Es el drama de nuestro país, cuando más necesaria es la política, no podemos tener peores políticos, inútiles e incapaces.