Cataluña, emergencia social, no nacional

El debate sobre la independencia de Cataluña está tapando muchas otras realidades en esta comunidad. Las últimas 24 horas las he pasado con médicos y resto del personal sanitario, con profesores y estudiantes, con sindicatos y asociaciones vecinales, y la conclusión de todos es la misma, Cataluña vive una situación de emergencia social. Para millones de catalanes lo que se juegan el próximo domingo no es la independencia, sino la supervivencia.

La sanidad pública catalana ha visto recortada en 1.500 millones de euros su financiación en los últimos cinco años. Cataluña ha sido la comunidad pionera en despidos de personal sanitario, más de 6.000 en el último lustro, en recortes salariales, hasta un 30%, en privatizaciones, externalizaciones, cierres de camas, de quirófanos y copagos, hasta por la butaca del acompañante ha habido que pagar en los hospitales catalanes. El mejor ejemplo, nos cuentan médicos como Toni o Francesc, del proceso de mercantilización de la sanidad emprendido con la llegada de CiU al poder en 2010.

Los pacientes han visto como la sanidad catalana ha pasado de tener el cuarto mejor servicio de España, a ser los terceros por la cola. Las listas de espera se llegaron a aumentar en un 26% en tan solo en un año.

El sistema público de salud habría colapsado si no hubiera sido por el esfuerzo y la profesionalidad del personal sanitario. A pesar de los mayores recortes en la historia de Cataluña la esperanza de vida ha seguido subiendo y ha mantenido el aumento de un año por lustro, tanto en hombres como en mujeres superan ya los 80 años.

La palabra recortes se empezó a pronunciar en catalán, porque empezaron aquí antes que en el resto de España por decisión política del gobierno de Artur Mas, que nombró como su primer consejero de sanidad a un hombre que venía de hacer negocio con la salud desde la empresa privada, es decir, el zorro cuidando de las uvas.

La situación en la educación no es mucho mejor. El presupuesto se ha reducido en un 20%, solo en el pasado curso, me cuenta Ramón portavoz del sindicato de profesores mayoritario en Cataluña, se perdieron un millón de clases por no contratar sustitutos. Esto supone un ahorro de siete millones de euros, una cifra irrisoria me comenta, comparado por ejemplo con los 15.000 millones empleados en salvar a las cajas catalanas. El hijo de un obrero en Cataluña, me han apuntado varios colectivos de estudiantes, tiene hoy muchas menos posibilidades que hace 25 años. La igualdad de oportunidades se ha roto. Las tasas universitarias han subido un 67%, y se han reducido a la mitad la ayudas para guarderías públicas. Se llegaron a eliminar las becas comedor hasta que la malnutrición infantil disparó las alarmas.

La pobreza y la desigualdad son los principales problemas de una Cataluña, donde el debate nacional e identitario lo está tapando todo, para regocijo del gobierno Mas. 100.000 familias catalanas no tienen ningún tipo de ingreso, 200.000 tienen a todos su miembros en paro, casi 500.000 parados no reciben ningún tipo de prestación. El debate nacional debe ir en paralelo al debate social, me cuenta el secretario general de CCOO en Cataluña, «el gobierno que salga de las urnas el próximo domingo debe empezar a solucionar los problemas de la gente».

Para los independentistas todos estos males vienen por la infrafinanciación que llega desde Madrid, pero se olvidan que aquí los recortes empezaron antes, y obedecen a una estrategia histórica de la derecha catalana de fomentar la enseñanza concertada, mucho más desarrollada que en el resto del país, o la colaboración público-privada en la sanidad, nos cuentan los representantes de la marea blanca en defensa de la sanidad pública y de la marea «groga», amarilla, en defensa de la escuela pública.

Emergencia es la palabra que más he escuchado en las últimas horas en Cataluña, es cierto que he estado poco con políticos y mucho con ciudadanos. Así las cosas, el domingo Cataluña se puede estar jugando la independencia, pero muchos catalanes, literalmente, lo que se están jugando es la vida.

Votar en defensa propia

No me suelo fiar de quien dice que no le interesa la política. No entiendo a los que no van a votar porque dicen que no sirve para nada. He tenido la suerte de llegar al uso de razón cuando ya España disfrutaba de la democracia. Voto desde los 18 años, y siempre me he acercado a las urnas entre la emoción y el respeto. Cada vez que he votado lo he hecho con la ilusión de colaborar en la construcción de un futuro común, y en el recuerdo, todos aquellos que se dejaron la vida para que mi generación haya podido crecer en libertad. Votar es el instrumento más poderoso que tenemos para transformar la sociedad. En los tiempos que vivimos además es un acto de legítima defensa.

En un mundo enfermo de desigualdad, cuando la brecha entre débiles y poderosos se ha abierto como nunca en muchas décadas, tan solo dos actos nos igualan a todos, la muerte y el voto. No hay acto humano más igualitario que el votar. Vale lo mismo el voto de un rico que el de un pobre, el de un hombre que el de una mujer, el de un peón que el de un ingeniero, el de un joven que el de un jubilado, el de un parado que el de un trabajador, el de una monja que el de un ateo. Votar es el único arma que todos usamos en igualdad de condiciones, por tanto, sería una irresponsabilidad no utilizarla.

El voto es lo único que temen los que no tienen miedo a nada, porque han comprado hasta la justicia. El voto es lo único que no pueden comprar, aunque lo intentan, quienes creen que todo tiene un precio. El voto es lo único que no pueden controlar aquellos acostumbrados a mandar siempre. El voto es lo único que puede asustar a quienes viven en completa impunidad.

El voto es la única herramienta que les queda a los que lo han perdido todo para ajustar cuentas con quienes les han robado los trabajos en EREs salvajes e injustos, con quienes les han despedido en nombre de una falsa austeridad, y gracias a una reforma laboral que ha esquilmado los derechos laborales.

El voto es el modo de canalizar la rabia de los trabajadores condenados a la pobreza mientras las empresas del IBEX35 y los bancos multiplican beneficios. Es el único consuelo que se pueden permitir los trabajadores contratados en precario, por unas pocas horas a la semana, y a cambio de salarios que no permiten vivir con dignidad.

El voto es el cauce de la indignación de los jóvenes condenados al exilio tras robarles el futuro. La de los estudiantes que han tenido que dejar sus carreras por la subida de las tasas universitarias.

El voto es el modo más práctico de la ciudadanía para barrer a los patriotas con la rojigüalda en la pulsera y el dinero en Suiza. A los corruptos, que convierten sanidad y educación en un negocio, mientras se llevan hasta los ceniceros de las instituciones, y nos insultan diciendo que vivimos por encima de nuestras posibilidades.

El voto es el mecanismo de defensa de los mayores, engañados con subidas de pensiones de dos euros, mientras les cobran doce por la teleasistencia, y les obligan a elegir entre seguir con sus tratamientos, al tener que pagar los medicamentos, o tener que ayudar a sus hijos y nietos condenados a vivir de la caridad.

El voto es el modo de hacer pagar a los responsables de salvar a los bancos que desahucian a las familias, de privatizar lo que es de todos, de millones de niños en riesgo de pobreza, de que los comedores escolares cierren en verano, de vender las viviendas sociales a los fondos buitres, de que los inmigrantes no tengan atención sanitaria, de que los dependientes no reciban la prestación que les corresponde, de que sea delito hasta protestar.

No nos queda más remedio que acudir a votar, hay que hacerlo en defensa propia. Hay que acudir a las urnas el domingo, eso sí, además del DNI no se nos debe olvidar en casa la rabia por las mentiras soportadas, la decepción por las promesas incumplidas o la indignación por los comportamientos indeseables. Pero también debemos llevar algo de responsabilidad y compromiso por cambiar las cosas, y de ilusión por un futuro mejor. Las elecciones han dejado de ser una fiesta, para convertirse en un acto de legítima defensa.