Votar en defensa propia

No me suelo fiar de quien dice que no le interesa la política. No entiendo a los que no van a votar porque dicen que no sirve para nada. He tenido la suerte de llegar al uso de razón cuando ya España disfrutaba de la democracia. Voto desde los 18 años, y siempre me he acercado a las urnas entre la emoción y el respeto. Cada vez que he votado lo he hecho con la ilusión de colaborar en la construcción de un futuro común, y en el recuerdo, todos aquellos que se dejaron la vida para que mi generación haya podido crecer en libertad. Votar es el instrumento más poderoso que tenemos para transformar la sociedad. En los tiempos que vivimos además es un acto de legítima defensa.

En un mundo enfermo de desigualdad, cuando la brecha entre débiles y poderosos se ha abierto como nunca en muchas décadas, tan solo dos actos nos igualan a todos, la muerte y el voto. No hay acto humano más igualitario que el votar. Vale lo mismo el voto de un rico que el de un pobre, el de un hombre que el de una mujer, el de un peón que el de un ingeniero, el de un joven que el de un jubilado, el de un parado que el de un trabajador, el de una monja que el de un ateo. Votar es el único arma que todos usamos en igualdad de condiciones, por tanto, sería una irresponsabilidad no utilizarla.

El voto es lo único que temen los que no tienen miedo a nada, porque han comprado hasta la justicia. El voto es lo único que no pueden comprar, aunque lo intentan, quienes creen que todo tiene un precio. El voto es lo único que no pueden controlar aquellos acostumbrados a mandar siempre. El voto es lo único que puede asustar a quienes viven en completa impunidad.

El voto es la única herramienta que les queda a los que lo han perdido todo para ajustar cuentas con quienes les han robado los trabajos en EREs salvajes e injustos, con quienes les han despedido en nombre de una falsa austeridad, y gracias a una reforma laboral que ha esquilmado los derechos laborales.

El voto es el modo de canalizar la rabia de los trabajadores condenados a la pobreza mientras las empresas del IBEX35 y los bancos multiplican beneficios. Es el único consuelo que se pueden permitir los trabajadores contratados en precario, por unas pocas horas a la semana, y a cambio de salarios que no permiten vivir con dignidad.

El voto es el cauce de la indignación de los jóvenes condenados al exilio tras robarles el futuro. La de los estudiantes que han tenido que dejar sus carreras por la subida de las tasas universitarias.

El voto es el modo más práctico de la ciudadanía para barrer a los patriotas con la rojigüalda en la pulsera y el dinero en Suiza. A los corruptos, que convierten sanidad y educación en un negocio, mientras se llevan hasta los ceniceros de las instituciones, y nos insultan diciendo que vivimos por encima de nuestras posibilidades.

El voto es el mecanismo de defensa de los mayores, engañados con subidas de pensiones de dos euros, mientras les cobran doce por la teleasistencia, y les obligan a elegir entre seguir con sus tratamientos, al tener que pagar los medicamentos, o tener que ayudar a sus hijos y nietos condenados a vivir de la caridad.

El voto es el modo de hacer pagar a los responsables de salvar a los bancos que desahucian a las familias, de privatizar lo que es de todos, de millones de niños en riesgo de pobreza, de que los comedores escolares cierren en verano, de vender las viviendas sociales a los fondos buitres, de que los inmigrantes no tengan atención sanitaria, de que los dependientes no reciban la prestación que les corresponde, de que sea delito hasta protestar.

No nos queda más remedio que acudir a votar, hay que hacerlo en defensa propia. Hay que acudir a las urnas el domingo, eso sí, además del DNI no se nos debe olvidar en casa la rabia por las mentiras soportadas, la decepción por las promesas incumplidas o la indignación por los comportamientos indeseables. Pero también debemos llevar algo de responsabilidad y compromiso por cambiar las cosas, y de ilusión por un futuro mejor. Las elecciones han dejado de ser una fiesta, para convertirse en un acto de legítima defensa.