PSO…S abstención

Ya es oficial. El PSOE cerrará el peor mes de octubre desde su legalización permitiendo, con una abstención, que Mariano Rajoy vuelva a convertirse en presidente del gobierno y emitiendo mensajes de socorro. El partido comenzaba el mes con un bochornoso Comité Federal para segar la cabeza de su secretario general Pedro Sánchez, y lo acabará con la tristeza de permitir gobernar a la derecha. La reunión de ayer certifica que el partido decisivo para entender la modernización de España y protagonista de su transformación social, se encuentra en la UVI con respiración asistida, alejado de su militancia, desconectado de su electorado y con graves problemas de identidad.

La pérdida de espacio por parte del PSOE, históricamente supone una mala noticia para España. El socialismo ha jugado un papel estabilizador en el
último medio siglo. Su pérdida de relevancia condena a la polarización de la política con el riesgo de caer en radicalismos y populismos. El último ejemplo lo tenemos en Cataluña, donde la pérdida de apoyos del PSC ha sido directamente proporcional a la deriva independentista.

En el PSOE no pueden culpar a nadie de su situación de extrema gravedad. Las últimas direcciones del partido, que no han tenido una línea clara, más preocupados por sobrevivir entre amenazas internas y proyectos políticos dubitativos y unos líderes regionales cobardes, más preocupados de conspirar que de unir, que no han sabido afrontar los problemas, ni plantear los debates en el momento adecuado por miedos e intereses personales, han provocado que las sucesivas crisis que el partido ha cerrado en falso desde 2011, hayan conducido al desastre de hoy.

A pesar de que por primera vez en democracia los socialistas se vean amenazados por enemigos poderosos desde la derecha y desde la izquierda, han sido los errores propios los que han llevado al PSOE a un dilema envenenado. Abstención o elecciones ha repetido una y otra vez la gestora que dirige el partido desde inicios de octubre. Ese era el dilema, no desde las elecciones de junio, sino desde las de diciembre, y nadie se atrevió a plantearlo a cara descubierta.

Unos días antes de la última nochebuena el Comité Federal no se atrevió a cortar la cabeza de un Pedro Sánchez sentenciado. La espantada de Rajoy en Zarzuela, le dio a Sánchez una nueva vida, y a punto estuvo de conseguir el imposible, formar un gobierno respetando las condiciones que le impusieron desde dentro de su propio partido. Solo el ansía de Podemos por el «sorpasso» lo evitó.

Parece que no había un lugar donde más molestase que el PSOE formase gobierno que en el propio PSOE. Todas las alarmas se encendieron cuando Pedro Sánchez coqueteó con los nacionalistas catalanes y la posibilidad de gobierno progresista se puso sobre la mesa. Las presiones, mediáticas, económicas y políticas pusieron la picadora en marcha y se multiplicaron, hasta el vergonzoso Comité Federal del primero de octubre.

Pedro Sánchez se agarró al «no es no» como mecanismo de autodefensa para garantizarse su continuidad como secretario general y blindarse con una militancia utilizada por unos y por otros. Sabía que su asiento dependía de que se mantuviese viva esa posibilidad de un gobierno de cambio al que nunca jugaron en serio ni Ciudadanos ni Podemos.

Los líderes regionales no se atrevieron a plantear a tiempo el debate de la abstención por cobardía, por no querer asumir el coste de abrir el debate de permitir gobernar a la derecha más antisocial de Europa y al partido más corrupto de la democracia española, pero en muchas federaciones socialistas no se confiaba en un gobierno de Pedro Sánchez, y lo que es peor, no se deseaba, no se quería.

Cuando ya se había perdido la posibilidad de un debate sereno sobre la abstención, cuando se había perdido la oportunidad de una abstención con condiciones acorralando al PP, llegó la histeria. Cuando desde Europa amenazaban con congelar fondos territoriales que dejarían sin financiación a unas CCAA gobernadas muchas por socialistas, cuando desde el Ibex 35 empezaban a ver amenazada su recuperación económica, cuando desde organizaciones internacionales o grandes corporaciones, donde no es inusual la presencia de antiguos dirigentes socialistas, se empezaban a ver las terceras elecciones como un ridículo histórico, al PSOE se le había acabado el tiempo.

Si los que de verdad mandan no ha dudado en cargarse un país como Grecia, o un presidente del gobierno como Berlusconi en Italia, no iban a tener el más mínimo problema en cargarse un partido en España, si sienten amenazados privilegios y beneficios.

El PSOE justifica la abstención como mal menor, para evitar unas terceras elecciones que serían una debacle para los socialistas. Es la primera vez desde el golpe económico de mayo de 2010, que en plena crisis obligó a doblar las rodillas a José Luis Rodríguez Zapatero, en que el PSOE antepone los intereses de su partido a los intereses del país. Ademas el razonamiento tiene trampa. No se puede abrir el partido en canal, destruir cualquier aspiración electoral, y después decir que es mejor no ir a elecciones porque el resultado sería malo.

No recuerdo un día más triste en la sede socialista que este domingo. No se puede comparar con ninguna derrota electoral, y últimamente han sido muchas las vividas en la calle Ferraz. Las caras de los miembros del Comité Federal eran un poema a la salida, tras un cónclave que solo deja perdedores. El Comité Federal deja un partido fracturado, dividido, y más alejados que nunca dirección y militancia. Puedo imaginarme la cara este lunes de los votantes socialistas que llevan años dejándose la piel para negar que PP y PSOE sean lo mismo.

Ahora la gestora tendrá que hacer mucha pedagogía para hacer comprender una abstención que pocos entienden, sobre todo porque muchos de los apóstoles de la abstención antes habían sido los más férreos defensores del «no es no».

El fin de semana Rajoy se convertirá en presidente del gobierno con la abstención del primer partido de la oposición. El PSOE quedará en la UVI, lanzando un mensaje de auxilio, con la confianza perdida incluso entre los más fieles, debilitado, descabezado y sin un proyecto político claro.

En estas circunstancias deberá reconstruirse desde la oposición. Una oposición obligada a ser fiera, que acorrale a un PP, que tratará de sacar rédito de la debilidad de los socialistas para seguir exigiendo dosis de responsabilidad para sacar adelante unos presupuestos que Bruselas demanda que no se hagan con una hoja de cálculo sino con unas tijeras.

La capacidad de autodestrucción de la izquierda no tiene límites. Lo que puede empeorar, empeora. Muchos de los dirigentes socialistas no han comprendido todavía que la actual situación española nada tienen que ver con la de hace solo un lustro. El PSOE debe aprender a compartir cuanto antes la izquierda de este país con Podemos.

La formación morada tampoco lo está poniendo fácil. No entiendo los piropos a Pedro Sánchez ahora, cuando hace seis meses Podemos no dudó en unir sus votos al PP para poner fin al sueño de un gobierno de cambio. No entiendo la celebración en Podemos de la abstención socialista, reivindicando y festejando el papel de oposición y alternativa al PP al que dieron vida en marzo.

Podemos y el PSOE están llamados a trabajar juntos, si no ha sido posible gobernar juntos, si deben hacer oposición juntos para frenar y revocar las políticas del PP que han ido en contra de la ciudadanía, frenar la desigualdad, la pobreza, y la merma de derechos que no puede continuar durante cuatro años más.

La abstención no inhabilita al PSOE, no puede borrar todas las conquistas sociales conseguidas con gobiernos socialistas. Los pilares del estado del bienestar, educación, sanidad, pensiones y dependencia, han crecido siempre a la sombra de esas siglas. Pero igual que un jubilado de IBM hace veinte años no puede seguir imponiendo sus tesis para hacer los nuevos ordenadores, los socialistas, respetando su pasado, deben adaptarse a los nuevos tiempos.

Podemos y PSOE no son enemigos, y mientras ninguna de las dos formaciones lo comprenda desde el PP seguirán de fiesta, gobernado sin merecerlo, asistiendo a los juicios de corrupción sin sonrojarse, e imponiendo sus políticas sin que los ciudadanos de este país tengan defensa.

Baño de realidad

Cuando todavía resuenan los ecos del baño de realidad que se llevó el partido del gobierno y su presidente Mariano Rajoy en las últimas elecciones municipales y autonómicas, este martes, nueva ducha fría al discurso de la recuperación económica. Ha sido a través del último informe sobre el índice de pobreza realizado por el Instituto Nacional de Estadística.

La realidad ha vuelto a golpear a quienes se agarran a las cifras sin caras de la macroeconomía, al PIB, a las exportaciones, a la balanza comercial, a la prima de riesgo, para decirnos que la crisis ya es historia. La otras cifras, las que sí tienen caras y dramas personales, la de la gente que no tiene trabajo, que no puede comer tres veces al día, que ha perdido la casa, o no puede encender la luz, o comprar libros a sus hijos, nos cuentan que la crisis es una dolorosa realidad y está muy presente para quienes peor lo están pasando.

La pobreza sigue creciendo en España, dos puntos durante el año 2013 a que se refiere el informe del INE. La pobreza, además, castiga especialmente a los más vulnerables, a los niños. Uno de cada cinco españoles está en riesgo de exclusión, en el caso de los menores de 16 años, es uno de cada tres los que viven bajo el umbral de la pobreza. El índice aplicado por el INE es considerar pobres a los hogares con cuatro miembros y con ingresos inferiores a 16.700 euros anuales. Si el índice aplicado fuese el de la UE, el índice AROPE, que tiene en cuenta también las carencias materiales y los efectos del desempleo, la situación en nuestro país es todavía peor. El 29% de la población sería pobre y el 35% de los menores.

Los ingresos en los hogares, según el INE, han seguido reduciéndose una año más, y la caída es imparable desde 2009. El 16% de las familias españolas tienen serías dificultades para llegar a fin de mes, casi la mitad de la población no puede permitirse ir de vacaciones o afrontar gastos imprevistos, uno de cada diez hogares tienen retrasos a la hora de pagar la hipoteca o los gastos de luz y agua. El 7% sufren carencias severas, no pueden comer tres veces por semana carne o pescado, y no pueden disponer de bienes como un teléfono, una lavadora o un coche.

Desgraciadamente esta es la fotografía del país, la que nos ofrece el Instituto Nacional de Estadística, y no la que nos cuentan cada día desde el Palacio de la Moncloa. En una país con 5.450.000 parados, con tres millones de personas que llevan más de un año sin saber lo que es trabajar , con casi dos millones de hogares sin ingresos, no es un problema de comunicación, como afirman desde el gobierno, que el discurso de la recuperación económica no llegue a la gente, es que es simplemente mentira.

Existe la recuperación para los que nunca han sabido lo que es la crisis. La recuperación ha llegado para los bancos, para las empresas del IBEX35 , para los fabricantes de automóviles, para los fondos de inversión. Pero la recuperación no existe para la gente normal. Los sueldos siguen bajando, los parados de más de 50 años tienen muy difícil volver a trabajar , incluso los desempleados que se incorporan al mercado laboral lo hacen la mayoría por unas pocas horas, unos pocos días a la semana. La recuperación es un recurso político, pero no es una realidad, al menos en las calles. Así se explican resultados electorales como los del pasado domingo.

La desigualdad es el veneno de las sociedades, y España es el país de toda Europa donde más crece. Mientras el discurso del gobierno sigue siendo el de la recuperación económica, nuestra sociedad se envenena. Informes como el del INE, o los datos que aportan las ONGs sobre comedores sociales o ayudas a familias sin recursos, nos dan el baño de realidad que se niega a aceptar el presidente del gobierno.

La prioridad en una país con estos datos debería ser un plan de choque contra la pobreza y la desigualdad. Una renta básica para rescatar esos 700.000 hogares que están pasando realmente necesidad y están condenados a la miseria. Sin embargo nos pasamos los días presumiendo de lo bien que van las cifras del turismo, o como se ha disparado el consumo. ¿Qué consumo? ¿el de quien tiene que vivir con una prestación de 420 euros? ¿ o el de los nuevos trabajadores con sueldos de 500€ y jornadas de doce horas?

En pleno siglo XXI, en el denominado primer mundo, en una país como España, con un 30% de sus niños pobres, utilizar la palabra recuperación debería estar prohibido, al menos, mientras haya un pequeño que no tenga todas sus necesidades cubiertas.

Votar en defensa propia

No me suelo fiar de quien dice que no le interesa la política. No entiendo a los que no van a votar porque dicen que no sirve para nada. He tenido la suerte de llegar al uso de razón cuando ya España disfrutaba de la democracia. Voto desde los 18 años, y siempre me he acercado a las urnas entre la emoción y el respeto. Cada vez que he votado lo he hecho con la ilusión de colaborar en la construcción de un futuro común, y en el recuerdo, todos aquellos que se dejaron la vida para que mi generación haya podido crecer en libertad. Votar es el instrumento más poderoso que tenemos para transformar la sociedad. En los tiempos que vivimos además es un acto de legítima defensa.

En un mundo enfermo de desigualdad, cuando la brecha entre débiles y poderosos se ha abierto como nunca en muchas décadas, tan solo dos actos nos igualan a todos, la muerte y el voto. No hay acto humano más igualitario que el votar. Vale lo mismo el voto de un rico que el de un pobre, el de un hombre que el de una mujer, el de un peón que el de un ingeniero, el de un joven que el de un jubilado, el de un parado que el de un trabajador, el de una monja que el de un ateo. Votar es el único arma que todos usamos en igualdad de condiciones, por tanto, sería una irresponsabilidad no utilizarla.

El voto es lo único que temen los que no tienen miedo a nada, porque han comprado hasta la justicia. El voto es lo único que no pueden comprar, aunque lo intentan, quienes creen que todo tiene un precio. El voto es lo único que no pueden controlar aquellos acostumbrados a mandar siempre. El voto es lo único que puede asustar a quienes viven en completa impunidad.

El voto es la única herramienta que les queda a los que lo han perdido todo para ajustar cuentas con quienes les han robado los trabajos en EREs salvajes e injustos, con quienes les han despedido en nombre de una falsa austeridad, y gracias a una reforma laboral que ha esquilmado los derechos laborales.

El voto es el modo de canalizar la rabia de los trabajadores condenados a la pobreza mientras las empresas del IBEX35 y los bancos multiplican beneficios. Es el único consuelo que se pueden permitir los trabajadores contratados en precario, por unas pocas horas a la semana, y a cambio de salarios que no permiten vivir con dignidad.

El voto es el cauce de la indignación de los jóvenes condenados al exilio tras robarles el futuro. La de los estudiantes que han tenido que dejar sus carreras por la subida de las tasas universitarias.

El voto es el modo más práctico de la ciudadanía para barrer a los patriotas con la rojigüalda en la pulsera y el dinero en Suiza. A los corruptos, que convierten sanidad y educación en un negocio, mientras se llevan hasta los ceniceros de las instituciones, y nos insultan diciendo que vivimos por encima de nuestras posibilidades.

El voto es el mecanismo de defensa de los mayores, engañados con subidas de pensiones de dos euros, mientras les cobran doce por la teleasistencia, y les obligan a elegir entre seguir con sus tratamientos, al tener que pagar los medicamentos, o tener que ayudar a sus hijos y nietos condenados a vivir de la caridad.

El voto es el modo de hacer pagar a los responsables de salvar a los bancos que desahucian a las familias, de privatizar lo que es de todos, de millones de niños en riesgo de pobreza, de que los comedores escolares cierren en verano, de vender las viviendas sociales a los fondos buitres, de que los inmigrantes no tengan atención sanitaria, de que los dependientes no reciban la prestación que les corresponde, de que sea delito hasta protestar.

No nos queda más remedio que acudir a votar, hay que hacerlo en defensa propia. Hay que acudir a las urnas el domingo, eso sí, además del DNI no se nos debe olvidar en casa la rabia por las mentiras soportadas, la decepción por las promesas incumplidas o la indignación por los comportamientos indeseables. Pero también debemos llevar algo de responsabilidad y compromiso por cambiar las cosas, y de ilusión por un futuro mejor. Las elecciones han dejado de ser una fiesta, para convertirse en un acto de legítima defensa.