Islandia, el mejor país del mundo

Es difícil de entender que una pequeña isla sobre el Círculo Polar Ártico, con poco más de 300.000 habitantes, con una orografía compuesta por glaciares y campos de lava cubiertos de líquenes en el mejor de los casos, cuando no de nieve, como toda la pasada semana, se haya convertido en el mejor país del mundo. Sin ejército ni unidades de intervención policiales, con un crimen cada seis años, con el mayor número de libros por habitante, con la pobreza, el paro y la desigualdad en cifras residuales, con los bancos pagando sus deudas y políticos en prisión para evitar las crisis, Islandia lleva una década en el podium de los mejores países del mundo para vivir.

Los islandeses son conscientes que de su capacidad de organización y de sus mecanismos de autodefensa depende su existencia en un territorio hostil, donde únicamente los efectos suavizadores del clima de la Corriente del Golfo permite la vida.

En el lugar donde se formó el primer parlamento del planeta, en las heladas tierras de Pingvellir, Islandia sembró la semilla que le ha llevado a convertirse en uno de los mejores países del mundo para vivir. Todo gira en torno a sus habitantes, nada hay más importante que sus ciudadanos, no se pueden permitir que no sea así, está en juego su supervivencia. Islandia nunca ha entrado en guerra, las únicas tragedias medioambientales han sido provocadas por la fuerza de la naturaleza, de sus volcanes, que han construido un paisaje fascinante e inóspito. De cuidarse entre ellos y de cuidar a su tierra depende su futuro.

Islandia saltó a las primeras páginas de los medios de comunicación durante la última crisis económica de 2008, porque fue el único país que dejó quebrar a los bancos y juzgó y mandó a prisión a los políticos y banqueros responsables de la crisis. El ciudadano islandés está por encima de cualquier interés económico o político, ese ha sido y es el éxito de esa pequeña isla.

Por ello se dejó quebrar al banco Kaupthing y se condenó a penas de 3 a 5 años de cárcel a sus responsables, se obligó a dimitir y se juzgó por negligencia flagrante a su gobierno con el primer ministro Haarde a la cabeza. Suponían un riesgo para la propia supervivencia del país y la amenaza se cortó de raíz. El país ha vuelto a crecer como nunca y el paro se ha reducido del insostenible 11% que llegó a alcanzar hace 10 años al residual 2% actual.

La supervivencia de los islandeses depende de unos servicios públicos bien cuidados y un estado del bienestar que neutralice las duras condiciones de vida que imponen clima y geografía. Por ello en la cabeza de los islandeses no entran conceptos como sanidad o educación privada. Las altas prestaciones sanitarias y una educación de calidad vienen de serie. Nadie se plantea que los altos, pero equitativos impuestos que se pagan, no se empleen en garantizar unas altas prestaciones sanitarias y una educación de calidad, garantía de supervivencia. Es responsabilidad del estado no dejar a su suerte a ningún ciudadano, y es responsabilidad del individuo colaborar, cada uno en la medida de sus posibilidades, al sostenimiento de ese estado.

En 1907 Islandia impuso la escolarización obligatoria para los niños de 10 a 14 años. Cuando en países como España la educación era un artículo para privilegiados, Islandia hacia la mejor inversión en su futuro. Cuando durante esta crisis la mayoría de países recortaban sus partidas de gasto público, Islandia las seguía aumentando para llegar a los récords de inversión de la actualidad.

Islandia es el país del mundo donde más libros se leen, el tercer mejor país del mundo para jubilarse. La nación que más ha invertido en alternativas de ocio y políticas educativas para erradicar las amenazas del alcoholismo o las drogas entre sus jóvenes. Los ciudadanos, las personas, siempre han estado en el centro de toda la gestión y vida pública.

Una mujer ecologista, Katrin Jakobsdottir, es la actual líder del país. Con anterioridad lo fue otra mujer, lesbiana, Johanna Sigurdardottir. Islandia ha demostrado que no se puede permitir el lujo de prejuicios ridículos o de prescindir de ningún sector de la población.

Islandia es el mejor país del mundo para ser mujer. El 83% de las mujeres forman parte de la población activa del país. Tienen la tasa de natalidad más alta de Europa con más de dos hijos. La ley prohíbe pagar menos a una mujer que a un hombre y las empresas que no lo hacen son multadas. Las compañías deben sacar certificados de igualdad laboral. La guarderías apenas suponen coste para las familias y los padres tienen 9 meses de permiso tras tener un hijo. Tres meses obligatorios para la madre, tres meses obligatorios para el padre y otros tres meses a elegir.

La igualdad es el pilar sobre el que se construye la sociedad islandesa y es el ingrediente fundamental que ha convertido al país en el mejor del mundo, cuando por el planeta se extiende el cáncer de la desigualdad. Sobre Islandia se ciernen peligros como sobre el resto de naciones, el último la multiplicación del número de turistas, hasta cuatro veces su población, pero viendo como han hecho frente a los desafíos durante siglos, con la valentía de los vikingos, el espíritu comunal de los nórdicos y el carácter pionero, innovador y solidario de los islandeses no me cabe duda que seguirán asombrando al mundo.

Cuatro años perdidos

Ya es oficial. Se cierra la legislatura con cuatro años perdidos. Ni el euro más débil del último lustro, ni el petróleo más barato, ni la compra de deuda soberana por parte del Banco Central Europeo, ni haber rebasado el Cabo de Hornos de la crisis, ni la reforma laboral, ni las subvenciones a los empresarios para contratar, ni el emprendimiento, ni el reinventarse, ni siquiera el aluvión de falsos autónomos, o el trabajo sin derechos, o los salarios de miseria han servido para nada. En estos cuatro años se ha seguido destruyendo empleo en España.

Cuatro años después, se cierra la legislatura con menos gente trabajando en 2015 que los que había en 2011. Según los últimos datos de paro registrado 17.223.086 personas trabajan es España, frente a los 17.229.922 afiliados que tenía la Seguridad Social hace cuatro años. Este dato es la constatación incuestionable de un fracaso.

Es cierto que hay menos parados registrados en las oficinas del INEM. 4.149.298 en noviembre de 2015, frente a los 4.512.116 de 2011. 273.061 parados menos en cuatro años es el gran logro que exhibe Mariano Rajoy y su gobierno para ocultar su fracaso, pero oculta la reducción de la población activa que lo justifica, los 40.000 millones de euros menos en salarios que han cobrado los trabajadores españoles en estos cuatro años, la contratación temporal, o la merma de derechos laborales en esta legislatura.

Que haya 273.061 parados menos no quiere decir que esas personas hayan encontrado empleo. Más bien todo lo contrarío a la luz de los datos de afiliación a la Seguridad Social.

Es cierto que en estos cuatro años se ha producido una evolución a la hora de conocer los datos de empleo. Es verdad que el terror de los años 2009, 2010, y 2011 con cientos de miles de españoles perdiendo sus empleos se frenó en el año 2013.

Esos años, 2012 y 2013, el terror se vio sustituido por la rabia cada inicio de mes cuando se conocían los datos de desempleo. Esos años, jóvenes y no tan jóvenes, por decenas de miles tuvieron que abandonar España, como en los años 60, para buscarse la vida fuera. Cientos de miles de emigrantes que vinieron hasta España en los años de la burbuja inmobiliaria también tuvieron que hacer las maletas y regresar a sus países con un baúl de sueños rotos. Y lo que más tristeza y rabia provoca, miles de españoles, tras años en situación de desempleo, empezaron a arrojar la toalla y a autoexpulsarse de un mercado laboral en el que nunca ya tendrán un sitio. Cerca de tres millones de parados son de larga duración, otro de los fracasos de estos cuatro años en materia de empleo.

Tras el terror y la rabia, en 2014 y 2015, los datos de paro han pasado a provocar pena. Trabajo precario, sin derechos, y mal pagado se ha convertido en el horizonte laboral de los millones de españoles que tras la crisis vuelven a tener empleo.

Es cierto que el gobierno presume de creación de empleo. «Hemos pasado de destruir 1.500 empleos al día, a crear 1.400» ha declarado la ministra del ramo Fátima Báñez. Nunca antes se habían retorcido tanto las cifras de empleo como durante estos cuatro años. Rajoy sabía que el empleo iba a medir el éxito o el fracaso de la legislatura y por ello se han torturado tanto los números.

El gobierno ha provocado la confusión de identificar creación de empleo con contratos firmados. Hemos creado un millón de empleos en dos años, proclama triunfalmente el presidente del gobierno. Ojalá. responden al unísono millones de españoles tras comprobar en carne propia que eso es mentira. El 25% de los contratos firmados es de una duración inferior a una semana, a eso el gobierno lo llama empleo. Apenas el 8% de los contratos firmados son indefinidos, a eso el gobierno lo sigue llamando empleo. La gran mayoría de los contratos firmados son solo por unas pocas horas, eso es empleo también para el gobierno. El ejecutivo ha confundido cantidad con calidad, y en este asunto no es cuestión baladí, de ello depende la vida de muchas personas.

Una persona que trabaja un día a la semana no es un trabajador, es un parado durante cuatro días. Una trabajador con jornadas de cuatro horas, es un empleado a media jornada, y un parado más durante la otra media. Con 273.061 trabajadores, en teoría, más, se trabajan muchas menos horas que cuando había más parados en las oficinas del INEM.

Por primera vez en la historia de la España democrática, aparece la figura del trabajador pobre, aquella persona que a pesar de tener un empleo está condenado a la exclusión social. No conozco a ningún trabajador que esté en 2015 en unas condiciones laborales mejores que en 2011. Los que hemos tenido la suerte de mantener el empleo hemos visto como nos han seguido rebajando el sueldo y empeorando las condiciones. Quienes tras un tiempo por el paro han tenido la suerte de encontrar un empleo, se pueden contar con los dedos de una mano, los que han mejorado. Despidieron en masa a trabajadores con sueldos de 1.500€ para volver a contratar a dos que cobrasen 600€ por el mismo trabajo. Es la mejor definición que se ha hecho de la reforma laboral del 2012.

La precariedad, el empleo basura, los salarios de miseria, se han convertido en las principales características del mercado laboral. Tras estallar la burbuja inmobiliaria, el gobierno se ha encargado de dinamitar los nichos donde poder volver a crear empleo de calidad como las energías renovables, la dependencia, o la I+D+I. Los contratos se han creado en el sector servicios, al fulgor de un turismo viento en popa tras la inestabilidad de nuestros competidores como Túnez, Egipto o Turquía. Volvemos a ser un país de camareros mal pagados, de jornaleros en la aceituna o la naranja, y donde los científicos y nuestros jóvenes mejor preparados tienen que trabajar fuera.

Este mismo gobierno que presume de creación de empleo, ha tenido que sacar más de 50.000 millones de euros de la hucha de las pensiones, 7.750 para pagar la próxima extra a los pensionistas, y tiene a la Seguridad Social en situación de déficit permanente, porque la reducción de sueldos provoca también una reducción importante de los ingresos en concepto de cotizaciones sociales.

Los más de cuatro millones de personas que permanecen en el paro además cobran de media casi 60 euros menos al mes por la rebaja en las prestaciones, y el índice de protección se ha desplomado. Ha pasado de dar cobertura al 70% de los desempleados en 2011, a bajar del 55% en 2015. El paro juvenil sigue en cifras récord en Europa, y se ha abierto como nunca la brecha entre hombre y mujeres desempleados.

Con menos prestaciones y menos protección a los parados, con casi tres millones de personas que llevan más de un año en el paro, con trabajadores con sueldos de 500-600€ al mes, con contratos de unas pocas horas a la semana o de dos días al mes, no parecen ser las mejores condiciones para decir que la vida de los españoles haya mejorado en estos cuatro años. 273.000 parados menos parece un dato poco consistente para presumir, como no se le ponga mucho maquillaje. Además, el dato de afiliación a la Seguridad Social, con algo más de 6.000 personas menos trabajando que hace cuatro años, la conclusión es clara, termina una legislatura de muchos sacrificios y poco futuro. Ya es oficial, se han perdido cuatro años.

Noruega, el país de la igualdad

Solo hay una medicina que garantiza una sociedad sana, la igualdad. Este verano he tenido oportunidad de comprobarlo durante unos días que he pasado en Noruega, el país de la igualdad.

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Fiordos de ensueño, los últimos grandes glaciares de Europa, ciudades de cuentos de hadas, una naturaleza salvaje y paisajes fascinantes son los grandes atractivos turísticos de Noruega, pero no es su gran patrimonio. El gran patrimonio de este país escandinavo es su apuesta por la igualdad, que le ha llevado a encabezar todos los rankings de calidad de vida del planeta.

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Es cierto, existe. Hay un lugar donde todo el mundo paga sus impuestos, e incluso el que más tiene es el que más paga. Ese lugar es Noruega. Y ese sistema fiscal redistributivo y justo es la principal garantía de igualdad. Los noruegos pagan un mínimo de un 24% de sus rentas en impuestos y pueden llegar a pagar hasta un 60% de sus ingresos. Un médico con un sueldo de cerca de 8.000€ mensuales, el 50 por ciento de su renta lo dedica a impuestos. Un carpintero que cobre en torno a 4.000€, el 30% se le va en fiscalidad. Los sueldos de 1.000€ por supuestos no existen, se consideran indignos, ninguna empresa tendría la desvergüenza de ofrecerlos, y de 600 ni hablamos. Este sistema garantiza que la diferencia real entre los que más y menos cobran no es abismal, como sucede en países como España. Esta es la principal razón por lo que la sociedad Noruega es una sociedad sana.

Uno recorre Noruega y todo parece un decorado. Todo es tan perfecto, las casas, los coches, las ciudades, las familias, que parece irreal. Pero todo es muy real, y hunde sus raíces en esa profunda igualdad. Al contrario de por ejemplo en España, donde el éxito es destacar por encima del resto, el principal empeño de los noruegos es no parecer más que nadie, no destacar. La igualdad se lleva hasta la muerte, donde no existen lujosos panteones, y todos los ciudadanos, ricos o pobres, listos o tontos, acaban bajo un montón de tierra y una simple lápida. Es en Noruega donde sí se practica la austeridad, no en España, por mucho que nos lo venda el gobierno. Austeridad para todos, no para unos pocos.

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Durante muchos años nos han vendido que la diferencia de los españoles con países como Noruega es un componente cultural. Que aquí todos defraudamos, que somos corruptos por naturaleza, que somos el país de la picaresca, que aquí no funcionaría el modelo noruego. Lo que no hemos tenido han sido gobernantes como los escandinavos porque no interesaban a los poderosos. Aquí las élites, han estado más preocupadas de mantener sus privilegios y abrir las brechas sociales, llevando la desigualdad a cotas récords como las actuales, para mantener sus niveles de bienestar a costa del bienestar de las clases medias y trabajadoras.

En Noruega, el único artículo por el que no se pagan impuestos es el libro, aquí tenemos el IVA cultural más alto del mundo, y eso es una decisión política. En España, la primera pregunta a una mujer en una entrevista de trabajo es si piensa tener familia. En Noruega quien pregunte eso es procesado. Que decir entonces de las 46 semanas de permiso de maternidad con el 100% del sueldo, o las 56 semanas con el 80%, o los 100 euros por hijo hasta que cumpla los 18 años, o el cheque de 25.000 a 60.000€ para todas las madres que se quedan embarazadas. Noruega es el mejor país del mundo para las mujeres. La Ley de Igualdad se aprobó en 1978, cuando en España intentábamos poner en pie la democracia.

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Y que decir de los jóvenes. Es impensable que un chaval siga con los padres después de los 18 años. Toda la educación es gratuita, hasta la universidad y los masters, por supuesto libros y transporte también. A los chavales desde muy jóvenes, 14-16 años, se les va integrando en la población activa del país con trabajos para estudiantes. No existe la educación privada, salvo algunos centros religiosos muy raros, y no hay sanidad privada, todos los centros son públicos, a los que se dedican todos los recursos del Estado, sin que nadie les acuse de bolivarianos.

No vale tampoco la excusa de que es que los noruegos pagan muchos impuestos. La diferencia entre el porcentaje de renta que un periodista como yo, y un periodista escandinavo paga en impuestos, no llega a un 10% de nuestra renta, y sus compensaciones sociales ganan por goleada a las que yo pueda tener. Comparando lo que damos y lo que recibimos, los españoles pagamos más impuestos. La diferencia es que allí pagan todos, y las empresas que más beneficios tienen,las que más. Además es más fácil pagar impuestos cuando se sabe que se dedicarán de verdad a túneles submarinos o becas para estudiantes, y no como en España el dinero se lo lleven los Gürtel, Púnica o ERES, o se los queden tipos como Rato o Blesa, o quienes hacen negocio con lo que es de todos.

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Es verdad que hay una diferencia cultural. Para ellos pagar impuestos en un orgullo, para nosotros, de «gilipollas». Pero esa diferencia la han creado los que más tenían que pagar y que son los que más defraudan en nuestro país, que no echen la culpa a la gran mayoría de asalariados que cumplen con sus obligaciones, los responsables son esas empresas del IBEX que tributan en paraísos fiscales, y han impuesto la cultura del fraude y el engaño.

La gran garantía de esa igualdad es una Estado fuerte. Al revés de lo que sucede en España donde los poderes económicos critican a funcionarios y el tamaño de la administración, en Noruega presumen con orgullo de que hasta las vacas trabajan para el Estado. La empresa estatal TINE controla toda la producción láctea y se encarga hasta del control sanitario de los animales. El petróleo es el otro gran ejemplo de un Estado al servicio de los ciudadanos. El oro negro del Mar del Norte ha convertido a Noruega en uno de los países más ricos del mundo. Pero es el Estado quien se ha quedado con toda la explotación a través de la empresa pública STAT OIL, y todos los beneficios van a los bolsillos de los noruegos. Es cierto que las prospecciones las realizaron multinacionales como SHELLS, y que se han quedado con algunos pozos, pero a cambio de unos impuestos que superan el 75% de los beneficios. Y son lentejas, si lo quieres lo coges y si no…. Recuerdo que en Noruega no gobierna Maduro.

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La igualdad no ha llegado a este país fruto de la riqueza del petróleo. La igualdad estaba ya en el país antes del oro negro. Es el modo de vida en Escandinavia, donde también es cierto que existen sombras. Hay mucho de mito en el índice de suicidios en este país, que al final no es mucho más alto que en los países del sur de Europa, sobre todo tras el aumento de suicidios en España, Italia o Grecia con la crisis económica. En Noruega sí preocupa el índice de suicidios en ancianos que al final de sus días se quedan solos y esa soledad se les hace insoportable.

Noruega es una país donde el sol es un lujo, en muchas zonas hay seis meses de oscuridad, y en el resto del país, en invierno, amanece a las diez de la mañana y anochece a la una de la tarde. El déficit de luz es terrible. Pero hasta la Seguridad Social noruega receta vacaciones en España para recuperar las vitaminas pérdidas por la ausencia de sol. Ojalá en España la Seguridad Social pudiese recetar píldoras para frenar la descomposición de una sociedad enferma de corrupción y desigualdad

Maldivas, un paraíso con el agua al cuello

Se imaginan, amigos lectores, que vivieran en un país con fecha de caducidad. Que ese país donde deberían crecer sus hijos o sus nietos no esté claro que exista dentro de unos pocos años. Pues esa es la situación en la que viven los 400.000 habitantes de las Islas Maldivas en el Océano Índico. Impresiona cuando uno pisa estas islas por primera vez, como no es la playa la que entra en el mar como es habitual, sino que es el mar el que se echa literalmente encima de la playa. En las habitaciones de los hoteles no te dejan un albornoz o zapatillas, sino un chaleco salvavidas.

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Las Maldivas es el país más bajo del mundo, con una altura máxima de dos metros sobre el nivel del mar, formado por una veintena de atolones con 1.200 pequeñas islas. Será el primer país de todo el planeta que desaparezca por efecto del calentamiento global, el deshielo de los casquetes polares y la subida del nivel del mar, que acabará tragándoselo.

Los habitantes de estas islas tienen en el mar su medio de subsistencia. El turismo se ha convertido en su principal motor de desarrollo hasta convertirlo en uno de los países más ricos de Asia, aunque el 40% de la población vive con menos de un dólar al día. La pesca es el sector al que se dedica la mayor parte de la población activa. Pero también del mar llega su gran amenaza.

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Una palabra muy de moda en Occidente, sostenibilidad, para los habitantes de Maldivas se ha convertido en cuestión de vida o muerte, de ser o no ser. Sus dos principales fuentes de recursos, el turismo y la pesca, están siendo desarrollados bajo ese principio fundamental. Maldivas ha decidido controlar ,a través de la exclusividad, su desarrollo turístico para hacerlo compatible con el respeto al medio ambiente. Nociones de pesca han llegado a incluirse en los currículos de los escolares para conseguir a través de la educación el respeto del sector a la conservación del entorno.

Maldivas es es el primer país del mundo que dejará de emitir gases de efecto invernadero en 2020, y todas sus necesidades energéticas serán cubiertas con energías renovables, en un intento de hacer una llamamiento desesperado a la comunidad internacional.

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Y es que Maldivas depende para seguir existiendo del cumplimiento de los tratados y compromisos internacionales para frenar el calentamiento global. Si en lugar de estar en riesgo este pequeño país perdido en un rincón del Índico, lo estuviera EEUU, Alemania o Rusia, estaríamos hablando del principal problema de la humanidad. En los últimos días se ha producido una buena noticia en la reunión del G7. Los países más poderosos se han comprometido en Suiza a mantener el calentamiento global por debajo de los dos grados que los científicos creen que es la frontera que nos separa del desastre. Veremos si esta vez los hechos acompañan a las palabras después de tantos incumplimientos.

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Maldivas depende del compromiso de todos para frenar el calentamiento del planeta para su propia supervivencia, pero en el fondo, quien se la está jugando es la humanidad entera. En esta partida todos perdemos, porque primero será Maldivas quien sea borrada de los mapas, pero si eso se produce, los científicos coinciden en que ya no habrá marcha atrás, y tras este pequeño archipiélago irán desapareciendo otras zonas costeras del planeta.

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Un planeta que no puede permitirse prescindir de zonas tan ricas en biodiversidad como son las Maldivas. Estas pequeñas islas coralinas son un paraíso de aguas turquesas, playas de arenas blanquísimas y una riquísima fauna submarina. Tan solo el 1% de la superficie del país está por encima del nivel del agua, el 99% de su superficie está ya sumergida bajo un mar que esconde tesoros inimaginables con una explosión de vida que admite pocas comparaciones con otras zonas del mundo.

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Maldivas es el primer lugar del mundo donde la humanidad se examina, y donde debe demostrar si es capaz de frenar su propia autodestrucción. De momento, en el paraíso se está ya con el agua al cuello.

Dubai, la Disneylandia de los ricos

Dubai es un milagro y un disparate. Enclavado en el desierto arábigo y en un punto estratégico del Golfo Pérsico, es un auténtico milagro que el ser humano pueda vivir en unas condiciones de extrema dureza, con temperaturas que pueden superar los 50 grados en algunos meses del año. En esas condiciones este pequeño emirato, uno de los siete que forman los Emiratos Árabes Unidos, se ha convertido en uno de los grandes centros mundiales del comercio y las finanzas. Su PIB es el que más ha crecido en los últimos quince años en todo el Planeta.

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Pero Dubai es sobre todo un disparate. Un disparate alumbrado a golpe de petrodolar, cuando en los 60 la explotación del petróleo catapultó el desarrollo del emirato. El oro negro está en el origen de este Dubai moderno de grandes edificios y proyectos faraónicos.

Pero Dubai es mucho más que petróleo. De hecho, apenas supone ya el 5% del PIB. A partir del año 2000, las finanzas, el comercio, el turismo y la construcción han convertido a Dubai en sinónimo de lujo extremo y exageraciones.

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Dubai es el lugar donde se encuentra el edificio más alto del mundo, el Burj Khalifa, el mayor centro comercial del Planeta, el Dubai Mall, el hotel más lujoso, el único con siete estrellas, el Burj Al Arab, la mayor pista de esquí cubierta en el Emirates Mall. En Dubai está el mayor acuario dentro de un centro comercial, las mayores islas artificiales creadas por el hombre y robadas al mar, como las palmeras o las Islas del Mapamundi, el mayor mercado de oro. Tendrá el más grande aeropuerto del mundo, o la más lujosa y exclusiva zona residencial del Planeta en Dubai Marina. Todo en Dubai tiende a ser descomunal, un auténtico disparate.

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Dubai es la Disneylandia de los ricos. Quien tenga dinero, mucho dinero, muchísimo dinero, es el habitante ideal de este emirato, como los niños y quienes posean imaginación y fantasía son los habitantes ideales del reino de Disney.

Dubai ha multiplicado por 500 su población durante el último medio siglo. Apenas un 20% de la población es local, casi un 80% son inmigrantes que han venido a Dubai a construir ese país al servicio del lujo y el dinero. Las inversiones públicas se destinan a fomentar un ecosistema donde los millonarios se encuentren a sus anchas. Ese es el principal objetivo de este Estado gobernado por lo que denominan una monarquía constitucional, pero donde se aplica la sharia, aunque se puede evitar si se paga en dólares. La fiscalidad no entiende de conceptos como equidad o progresividad, se trata de que las grandes empresas y las grandes fortunas solo tengan facilidades a la hora de sentirse cómodos e instalarse en el emirato. El verdadero estado del bienestar en Dubai es que los millonarios sean felices, como en Disneylandia lo es que los niños estén contentos.

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En este país, que cualquier proyecto que afronta lo hace con el espíritu de ser el más grande del mundo, en materia de derechos y políticas sociales trabaja en miniatura. La magnitud récord en Dubai es la desigualdad. ONGs como Human Rights Watch calificaron las condiciones de los trabajadores como de las más inhumanas del mundo. La siniestrabilidad laboral también es de las más altas del Planeta. Solo tienen sanidad gratuita los naturales del país, menos de uno de cada cinco habitantes. Por cada escuela pública hay dos privadas. En el metro, modernísimo, hay vagones específicos para mujeres, también unos vagones «Gold» para quienes puedan pagar billetes más caros. Y es que el único documento oficial del país es el dirham, el dinero, que abre puertas, acelera colas y evita molestias. En las calles, los últimos modelos de Ferrari o Mercedes coinciden con las viejas furgonetas de reparto, donde inmigrantes de numerosos países asiáticos cargan bultos tan grandes como ellos por unas pocas monedas.

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Las villas más lujosas con playas privadas, saltos en paracaídas sobre islas robadas al mar, paseos en helicóptero, atraques de yates en lagos artificiales, cenas en restaurantes a 800 metros de altura, el anillo o el collar de oro más grandes del mundo, esquiar o patinar sobre hielo a 45 grados, todo es posible en Dubai mientras se pueda pagar. Hasta el desierto, lo único auténtico en un país en que todo lo demás es un decorado, se ha puesto a la venta y convertido en atracción turística.

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Dubai es la prueba más palpable de la cantidad de gente que tienen que malvivir, para que unos pocos vivan como jeques, o en este caso como emires.