Es difícil de entender que una pequeña isla sobre el Círculo Polar Ártico, con poco más de 300.000 habitantes, con una orografía compuesta por glaciares y campos de lava cubiertos de líquenes en el mejor de los casos, cuando no de nieve, como toda la pasada semana, se haya convertido en el mejor país del mundo. Sin ejército ni unidades de intervención policiales, con un crimen cada seis años, con el mayor número de libros por habitante, con la pobreza, el paro y la desigualdad en cifras residuales, con los bancos pagando sus deudas y políticos en prisión para evitar las crisis, Islandia lleva una década en el podium de los mejores países del mundo para vivir.
Los islandeses son conscientes que de su capacidad de organización y de sus mecanismos de autodefensa depende su existencia en un territorio hostil, donde únicamente los efectos suavizadores del clima de la Corriente del Golfo permite la vida.
En el lugar donde se formó el primer parlamento del planeta, en las heladas tierras de Pingvellir, Islandia sembró la semilla que le ha llevado a convertirse en uno de los mejores países del mundo para vivir. Todo gira en torno a sus habitantes, nada hay más importante que sus ciudadanos, no se pueden permitir que no sea así, está en juego su supervivencia. Islandia nunca ha entrado en guerra, las únicas tragedias medioambientales han sido provocadas por la fuerza de la naturaleza, de sus volcanes, que han construido un paisaje fascinante e inóspito. De cuidarse entre ellos y de cuidar a su tierra depende su futuro.
Islandia saltó a las primeras páginas de los medios de comunicación durante la última crisis económica de 2008, porque fue el único país que dejó quebrar a los bancos y juzgó y mandó a prisión a los políticos y banqueros responsables de la crisis. El ciudadano islandés está por encima de cualquier interés económico o político, ese ha sido y es el éxito de esa pequeña isla.
Por ello se dejó quebrar al banco Kaupthing y se condenó a penas de 3 a 5 años de cárcel a sus responsables, se obligó a dimitir y se juzgó por negligencia flagrante a su gobierno con el primer ministro Haarde a la cabeza. Suponían un riesgo para la propia supervivencia del país y la amenaza se cortó de raíz. El país ha vuelto a crecer como nunca y el paro se ha reducido del insostenible 11% que llegó a alcanzar hace 10 años al residual 2% actual.
La supervivencia de los islandeses depende de unos servicios públicos bien cuidados y un estado del bienestar que neutralice las duras condiciones de vida que imponen clima y geografía. Por ello en la cabeza de los islandeses no entran conceptos como sanidad o educación privada. Las altas prestaciones sanitarias y una educación de calidad vienen de serie. Nadie se plantea que los altos, pero equitativos impuestos que se pagan, no se empleen en garantizar unas altas prestaciones sanitarias y una educación de calidad, garantía de supervivencia. Es responsabilidad del estado no dejar a su suerte a ningún ciudadano, y es responsabilidad del individuo colaborar, cada uno en la medida de sus posibilidades, al sostenimiento de ese estado.
En 1907 Islandia impuso la escolarización obligatoria para los niños de 10 a 14 años. Cuando en países como España la educación era un artículo para privilegiados, Islandia hacia la mejor inversión en su futuro. Cuando durante esta crisis la mayoría de países recortaban sus partidas de gasto público, Islandia las seguía aumentando para llegar a los récords de inversión de la actualidad.
Islandia es el país del mundo donde más libros se leen, el tercer mejor país del mundo para jubilarse. La nación que más ha invertido en alternativas de ocio y políticas educativas para erradicar las amenazas del alcoholismo o las drogas entre sus jóvenes. Los ciudadanos, las personas, siempre han estado en el centro de toda la gestión y vida pública.
Una mujer ecologista, Katrin Jakobsdottir, es la actual líder del país. Con anterioridad lo fue otra mujer, lesbiana, Johanna Sigurdardottir. Islandia ha demostrado que no se puede permitir el lujo de prejuicios ridículos o de prescindir de ningún sector de la población.
Islandia es el mejor país del mundo para ser mujer. El 83% de las mujeres forman parte de la población activa del país. Tienen la tasa de natalidad más alta de Europa con más de dos hijos. La ley prohíbe pagar menos a una mujer que a un hombre y las empresas que no lo hacen son multadas. Las compañías deben sacar certificados de igualdad laboral. La guarderías apenas suponen coste para las familias y los padres tienen 9 meses de permiso tras tener un hijo. Tres meses obligatorios para la madre, tres meses obligatorios para el padre y otros tres meses a elegir.
La igualdad es el pilar sobre el que se construye la sociedad islandesa y es el ingrediente fundamental que ha convertido al país en el mejor del mundo, cuando por el planeta se extiende el cáncer de la desigualdad. Sobre Islandia se ciernen peligros como sobre el resto de naciones, el último la multiplicación del número de turistas, hasta cuatro veces su población, pero viendo como han hecho frente a los desafíos durante siglos, con la valentía de los vikingos, el espíritu comunal de los nórdicos y el carácter pionero, innovador y solidario de los islandeses no me cabe duda que seguirán asombrando al mundo.