La Infanta no es titiritera

La infanta no es titiritera, tampoco su esposo Iñaki Urdangarín, ni Jaume Matas. Tampoco es titiritero Jordi Pujol ni su esposa Marta Ferrusola, ni sus hijos. Luis Bárcenas no es titiritero, ni Rita Barberá, ni Alfonso Rus. Los exconsejeros andaluces Vallejo, Recio y Viera tampoco son titiriteros. No es titiritero el organizador de la fiesta del Madrid Arena, Miguel Ángel Flores, ni Francisco Granados, ni Carlos Fabra, ni tantos y tantos otros que nos han tomado el pelo sin necesidad de utilizar muñecos, y que han sido tratados por la justicia de manera mucho más benévola que los dos titiriteros impresentables, que con una obra deleznable, han causado más escándalo público en este país, que todos aquellos que se han llevado hasta los ceniceros de instituciones, que en teoría están al servicio de la gente, pero han sido saqueadas para beneficios de unos pocos.

Es una sensación cada vez más generalizada, que no hay justicia más fuerte que la aplicada sobre el débil, y no hay justicia más débil que la que persigue a los fuertes.

Cinco días han pasado en prisión los titiriteros granadinos que osaron representar en Madrid una obra políticamente incorrecta, que habían representado por otros muchos lugares de España sin escándalo alguno. Todos sabemos que Madrid es Madrid, y como en la casa de Gran Hermano, la cosas que pasan en la capital se magnifican. Hoy disfrutan de su primer día en libertad después de los cambios de opinión de fiscalía y juez. Si un representante del Ministerio Fiscal, o un juez, hubiesen caído en las contradicciones y en los sorprendentes cambios de criterio con figuras como Iñaki Urdangarín o Rita Barberá, no hay duda que a esta hora sus carreras estarían en serio peligro. Ojalá hubiésemos encontrado la misma contundencia en la fiscalía, en la abogacía del Estado o en la Agencia Tributaria en el caso Nóos, a la hora de perseguir los delitos fiscales del matrimonio Borbón-Urdangarín. Y eso que la imagen de una Infanta de España en el banquillo demuestra que no todo está perdido y todavía quedan superhéroes como el juez José Castro.

Los dos titiriteros han visto cómo se les imponían más medidas cautelares que al propio Luis Bárcenas. Se les ha puesto en la calle porque no hay riego de que puedan seguir poniendo en escena la zafia representación que escandalizó al público de Madrid. Lástima que en este país no se aplique el mismo criterio en otros ámbitos de la vida, y por ejemplo no salieran de prisión personajes como Rodrigo Rato o Miguel Blesa hasta que no dejen de ofrecer la función de oprobio y drama, la película de ruina eterna, a la que han condenado a miles de españoles estafados con las preferentes o la salida a Bolsa de Bankia.

Estoy de acuerdo en que la obra de «Títeres desde Abajo» nunca se debió representar en los carnavales del distrito de Tetuán, y nunca se debió utilizar dinero público en una función de tan mal gusto. Pero puestos a perseguir funciones de mal gusto, llevo toda la semana en Mallorca, en las declaraciones de los procesados por el caso Nóos, y día tras día, nos están contando un relato, con muy poca gracia, sobre como el dinero de todos ha acabado en el bolsillo de unos pocos. Una obra repleta de marionetas en forma de sociedades interpuestas, empresas pantallas, presupuestos ficticios, sobrecostes y desvío de dinero público a cuentas privadas, que ha condenado al país a una crisis que se ha llevado por delante el bienestar de la mayoría. Me produce arcadas el cartel de «Gora Alka-ETA», pero es imposible controlar el vomito ante tanta desvergüenza como la que vemos cada día, sin que sea una obra de ficción como la de los titiriteros, sino pura realidad, en este caso no sólo impropia para los niños, sino tampoco tolerada para mayores.

Somos un país más de decir que de hacer, y parece que también la justicia se toma más en serio lo que se dice que lo que se hace. Qué triste que sea más grave lo que se cuenta metiendo la mano dentro de una marioneta, que lo que nos hacen metiéndonos la mano en la cartera.

Rato, minidetención en prime-time

El milagro tenía truco. La imagen de la detención del exvicepresidente del gobierno, Rodrigo Rato, acusado de fraude fiscal, blanqueo de capitales y alzamiento de bienes es de las que marcan una época. La foto de su entrada en el vehículo policial a la salida de su domicilio, es de las que publicarán los libros para ilustrar una era de la historia de España.

La detención de Rato no es la de un empresario o un político corrupto. Es la certificación del ocaso de un modo de hacer política. Una política al servicio de los negocios y no al servicio de los ciudadanos.

Rodrigo Rato era el hombre del milagro español de la segunda mitad de los noventa y los primeros dos mil. El autor de la única política, que nos vendieron en este país, capaz de traer desarrollo y prosperidad. El hombre que creó millones de puestos de trabajo y dio la vuelta a la economía española para ponerla en la senda de un crecimiento desconocido hasta entonces. El apóstol de la estabilidad y la rigurosidad, del no gastar más de lo que se tiene.

Al final es verdad que el tiempo es el único juez insobornable. Los años han venido a demostrar que ese milagro tenía truco. Bajo la punta de ese iceberg de creación de puestos de trabajo y del mayor crecimiento económico de la historia, había montañas de corrupción, de donaciones ilegales, de burbujas a base de ladrillo, de cuentas en Suiza, de adjudicaciones amañadas, de ejercicio deshonesto de la política, de tomar a los ciudadanos por tontos, de desmantelación de los servicios públicos, de desrregulación financiera, de entregar todo a los mercados y por los mercados, de desprotección social. De desaparición del estado, en definitiva, para poner el país al servicio, y para beneficio, de unas élites corruptas que viven la más absoluta impunidad.

En cuanto el fuego de la mayor crisis en medio siglo derritió la punta del iceberg, nos hemos quedado con todo lo demás, basura y mentiras, que rebasado el limite de la paciencia del ciudadano con más aguante, ahora hay que empezar a recoger y padecer.

Rato ejemplifica esa época mejor que nadie. Un hombre de negocios, con un padre y un hermano ya condenados por llevar dinero a Suiza y quebrar los bancos que utilizaban para el blanqueo, que llegaba a la política en un momento crítico. Vicepresidente económico en los tiempos de la barra libre, de la Gurtel, del Bárcenas desencadenado, de los sobresueldos por doquier. Director gerente del FMI en el tiempo en que no vio la mayor crisis económica desde la II Guera Mundial, y de donde salió por pies sin explicación alguna. Se le agradecieron los servicios prestados haciéndole presidente de CajaMadrid, donde a golpe de preferentes, maquillaje contable en la salida a bolsa de Bankia y el uso de tarjetas «black» fraguó la quiebra que nos condujo al rescate. Estuvo a un cuarto de hora de ser presidente del gobierno, el era el listo, decían. ¡Listísimo!

El vicepresidente implacable contra el fraude fiscal y contra las amnistías fiscales, el político crítico con los parados vagos que no querían trabajar, y los empleados improductivos que no hacían mas que cogerse bajas, el hombre que daba lecciones de honestidad, resulta que en 2012 se acoge a la amnistía fiscal de su amigo Cristóbal Montoro para regularizar el dinero que escondía al control de Hacienda mientras exigía pagar sus impuestos a los demás. Un patriota como Rato desarrolló un entramado financiero con cuentas en varios países para eludir sus responsabilidades con su país.

La hipocresía y la desverguenza es de récord. La paciencia de la ciudadanía ya ha rebasado el límite de lo soportable, hartos de casos de corrupción tras casos de corrupción, con el partido del gobierno enjuiciado por donaciones ilegales y uso de dinero negro, con sus tesoreros en el banquillo, con la Gurtel y la Púnica, los Pujol en Cataluña, los ERE en Andalucía… El país tiene tantos agujeros, y huele tan mal, que ya no se sostiene. Con la gente consumida por la pobreza y la desesperanza, el cabreo amenaza a quienes se creen dueños vitalicios del poder con varias elecciones en pocos meses.

Los que hasta hace cuatro días doblaban el espinazo ante Rato, y lo calificaban del mejor ministro de economía de la historia de España, son los mismos que han preparado su detención en prime-time, a la hora de los informativos, tras encontrar Hacienda irregularidades en su declaración de 2013. Rato ha pagado el argumentario de su propio partido, que tras tres años de escándalos, quiere dar imagen de firmeza contra los corruptos ahora que se acercan las urnas y la encuestas vaticinan debacle.

Por ello la detención en directo en televisión, aunque eso sí, imagen sin esposas y dormir en casa sin pasar por el calabozo, la fiscalía no ha pedido su ingreso en prisión. Solo la mano de ese agente de Aduanas, vestido con una camisa a cuadros, sobre la cabeza de Rato, obligándole a agacharse, indicaba que el exvicepresidente había sido detenido. La mano de ese agente es la mano de un país entero, agotado, y que tiene en los próximos meses la oportunidad de enterrar en la urnas un modo de gobernar, el modo Rato, el modo Aznar, el modo Rajoy.