No quedan lágrimas para Blesa

Nunca me he alegrado por la muerte de nadie y espero que nunca me pase. No quiero que se me pudra el alma hasta ese punto. Pero desde que conocí la noticia de la muerte del expresidente de Caja Madrid, Miguel Blesa, estoy viviendo horas extrañas.

Cada vez que pienso en lo doloroso que es que una personas de 69 años se ponga una escopeta en el corazón y acabe con su vida, me viene a la cabeza la imagen de María, la jubilada que murió de pena al perder todos su ahorros atrapados en preferentes, o Julio que a sus 55 años no sabe lo que es vivir un día sin llorar por la depresión que le consume desde que supo que el banco de toda su vida se había quedado con el fruto de más de 30 años de trabajo.

Cada vez que intento empatizar con la familia de Blesa y conmoverme, como ellos lo harán en el funeral de esta tarde en Linares, solo puedo pensar en la familia de Carmen, consumida por la enfermedad y la rabia mientras litiga de abogado en abogado para recuperar algo de la indemnización por despido que metió en un producto financiero que nunca entendió pero que le recomendaron como muy favorable, o la de Sergio, que se ahorcó cuando supo que había perdido todos sus ahorros y los de sus padres.

Intento lamentar la muerte de Blesa y solo puedo recordar al hombre que salvó a las empresas de sus amigos con créditos que nunca se iban a recuperar condenando a una Caja de Ahorros patrimonio de todos, al hombre que no dudó en financiar 10.000 millones de pesetas para comprar a Figo o 90 millones para fichar a Cristiano inventado empresas pantalla para su amigo Florentino mientras condenaba a un país a pedir un rescate financiero que todavía está pagando, al hombre que no dudó en aprobarse sobresueldos mientras nos acusaban de vivir por encima de nuestras posibilidades, al hombre que se gastó miles de euros en helados con las tarjetas black mientras nos recortaban sanidad y educación y nos decían que había que apretarse el cinturón.

Lamento mucho la pérdida de cualquier ser humano, pero me cuesta mucho sentir pena cuando imagino la cara de Blesa, porque su cara significa todo lo que desprecio. Siento el dolor que esta tarde de funeral está sufriendo su familia, pero el sufrimiento que para mí es inaguantable es el de Ana, Guillermo, Luis, Adela… esa gente que con pancartas y silbatos protestaban en la puerta de cada declaración judicial de Blesa y él respondía con indiferencia y soberbia. Las lágrimas de toda esa gente han terminado con las existencias, y ya no queda ninguna para derramar por Blesa

La Infanta no es titiritera

La infanta no es titiritera, tampoco su esposo Iñaki Urdangarín, ni Jaume Matas. Tampoco es titiritero Jordi Pujol ni su esposa Marta Ferrusola, ni sus hijos. Luis Bárcenas no es titiritero, ni Rita Barberá, ni Alfonso Rus. Los exconsejeros andaluces Vallejo, Recio y Viera tampoco son titiriteros. No es titiritero el organizador de la fiesta del Madrid Arena, Miguel Ángel Flores, ni Francisco Granados, ni Carlos Fabra, ni tantos y tantos otros que nos han tomado el pelo sin necesidad de utilizar muñecos, y que han sido tratados por la justicia de manera mucho más benévola que los dos titiriteros impresentables, que con una obra deleznable, han causado más escándalo público en este país, que todos aquellos que se han llevado hasta los ceniceros de instituciones, que en teoría están al servicio de la gente, pero han sido saqueadas para beneficios de unos pocos.

Es una sensación cada vez más generalizada, que no hay justicia más fuerte que la aplicada sobre el débil, y no hay justicia más débil que la que persigue a los fuertes.

Cinco días han pasado en prisión los titiriteros granadinos que osaron representar en Madrid una obra políticamente incorrecta, que habían representado por otros muchos lugares de España sin escándalo alguno. Todos sabemos que Madrid es Madrid, y como en la casa de Gran Hermano, la cosas que pasan en la capital se magnifican. Hoy disfrutan de su primer día en libertad después de los cambios de opinión de fiscalía y juez. Si un representante del Ministerio Fiscal, o un juez, hubiesen caído en las contradicciones y en los sorprendentes cambios de criterio con figuras como Iñaki Urdangarín o Rita Barberá, no hay duda que a esta hora sus carreras estarían en serio peligro. Ojalá hubiésemos encontrado la misma contundencia en la fiscalía, en la abogacía del Estado o en la Agencia Tributaria en el caso Nóos, a la hora de perseguir los delitos fiscales del matrimonio Borbón-Urdangarín. Y eso que la imagen de una Infanta de España en el banquillo demuestra que no todo está perdido y todavía quedan superhéroes como el juez José Castro.

Los dos titiriteros han visto cómo se les imponían más medidas cautelares que al propio Luis Bárcenas. Se les ha puesto en la calle porque no hay riego de que puedan seguir poniendo en escena la zafia representación que escandalizó al público de Madrid. Lástima que en este país no se aplique el mismo criterio en otros ámbitos de la vida, y por ejemplo no salieran de prisión personajes como Rodrigo Rato o Miguel Blesa hasta que no dejen de ofrecer la función de oprobio y drama, la película de ruina eterna, a la que han condenado a miles de españoles estafados con las preferentes o la salida a Bolsa de Bankia.

Estoy de acuerdo en que la obra de «Títeres desde Abajo» nunca se debió representar en los carnavales del distrito de Tetuán, y nunca se debió utilizar dinero público en una función de tan mal gusto. Pero puestos a perseguir funciones de mal gusto, llevo toda la semana en Mallorca, en las declaraciones de los procesados por el caso Nóos, y día tras día, nos están contando un relato, con muy poca gracia, sobre como el dinero de todos ha acabado en el bolsillo de unos pocos. Una obra repleta de marionetas en forma de sociedades interpuestas, empresas pantallas, presupuestos ficticios, sobrecostes y desvío de dinero público a cuentas privadas, que ha condenado al país a una crisis que se ha llevado por delante el bienestar de la mayoría. Me produce arcadas el cartel de «Gora Alka-ETA», pero es imposible controlar el vomito ante tanta desvergüenza como la que vemos cada día, sin que sea una obra de ficción como la de los titiriteros, sino pura realidad, en este caso no sólo impropia para los niños, sino tampoco tolerada para mayores.

Somos un país más de decir que de hacer, y parece que también la justicia se toma más en serio lo que se dice que lo que se hace. Qué triste que sea más grave lo que se cuenta metiendo la mano dentro de una marioneta, que lo que nos hacen metiéndonos la mano en la cartera.